Italia
Todo el mundo sabe que Italia está sin Gobierno. Italia no lo sabe porque para los italianos el desgobierno es la fórmula habitual de relacionarse con el poder, y quizá por eso son los habitantes más felices de Europa, o eso se suele decir. Si los norteamericanos supieran lo felices que son los italianos, decía recientemente, Gore Vidal, echarían a sus gobernantes y tratarían de vivir en esa anarquía multitudinaria que parece ser el símbolo de la prosperidad urbana de Italia.Visten bien, escriben bien, comen adecuadamente y contestan al teléfono cuando se les llama. Se ponen al teléfono, los italianos se ponen al teléfono. No son alemanes, ni británicos del sur, ni siquiera son suecos, y se ponen al teléfono. Esa disponibilidad del italiano para estar en su sitio cuando se le precisa y para vivir en la simulación de la anarquía es la que ha dado de sí esta sociedad afluente, que se ríe de sí misma y es al tiempo de una solemnidad eficaz y pudorosa, que se rompe a veces, como cuando Pertini consideró que tenía que hacer al Rey de España un hincha más de la squadra azzurra.
Los periódicos están llenos de Italia, y yo mismo escribo esta columna después de haber escuchado la palabra casi portuguesa de Antonio Tabucci, que anoche presentó en Madrid su último libro. Vestido con ropa italiana y probablemente con los versos de Dante y de Pessoa en la memoria, éste es uno de los italianos que representa bien la poderosa imaginación de su país. ¿Qué pasa en el mundo para que Italia se haya convertido de pronto en El Dorado, una especie de metáfora de lo que quisiéramos ser? Ha ocurrido que esta sociedad que se pone al teléfono ha sido capaz de edificar sobre su vieja cultura una identidad moderna que arrasa con todos los tópicos que le atribuían desaliño y cierta lujuria desorganizada que se llamó una vez dolce far niente. Hoy a nadie se le ocurriría desenterrar del baúl de la historia de Europa esa imagen vieja de un país de vino rosso, mafia y pizza. No es un producto de mercadotecnia. Es la consecuencia de la imaginación. Y de la risa.
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