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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La 'cumbre' de Venecia

LOS LÍDERES de los principales países industrializados de Occidente vuelven a reunirse a partir de hoy en Venecia para discutir los principales problemas que tiene planteados, desde la política a la economía, el mundo industrializado. En los siete años transcurridos desde la última reunión en la ciudad del Lido, el mundo ha cambiado lo suficiente como para que sus problemas necesiten nuevos enfoques. También han cambiado los líderes: solamente repite Thatcher.Desde el punto de vista económico, el primer problema que aqueja a las economías occidentales es el de los desequilibrios de las balanzas corrientes de Estados Unidos, Japón y la República Federal de Alemania, que, a su vez, reflejan desajustes reales más profundos. Técnicamente hablando, la receta para reducir los desequilibrios actuales es bastante simple, y ha sido sugerida en gran número de reuniones internacionales: Estados Unidos debe reducir su déficit presupuestario, mientras que la RFA y, sobre todo, Japón han de relanzar sus economías. Pero los factores políticos internos de cada uno de estos países, las ideologías de los partidos en el poder y, más prosaicamente, la rutina y la inercia se han combinado para hacer imposible en la práctica lo que la teoría y el sentido común aconsejan. Paralelamente, tampoco se ha avanzado de una manera sustancial en la solución del problema de la deuda de los países en vías de desarrollo. Las ilusiones y esperanzas que despertó en su día el plan Baker han desaparecido por completo, sin que nadie sea capaz, a la hora actual, de diseñar un plan razonable que permita un cierto optimismo. Y, sin embargo, si hay algo claro es que el futuro de los países industrializados no puede disociarse del porvenir de los países en vías de desarrollo, por lo que un fracaso en la solución de los problemas de la deuda necesariamente implicaría una reducción adicional de la tasa de crecimiento de los países más avanzados y, con ello, un empobrecimiento general.

Los asuntos políticos, o simplemente sociales -como el problema del SIDA-, que se plantean en la cumbre, aunque probablemente se tratarán tan sólo de una manera enunciativa, son, sin embargo, de igual o mayor importancia. En primer lugar, los contactos Este-Oeste para la reducción del armamento nuclear en Europa serán objeto de una declaración de intenciones, a la espera de que las conversaciones se concreten en un nuevo Reikiavik; de la misma forma, el reciente sobresalto de la tensión en el golfo Pérsico servirá para que el presidente norteamericano, Reagan, haga notar a sus aliados la eventual necesidad de un apoyo militar directo o sustitutivo en el Mediterráneo, en el caso de que nuevas fuerzas navales de Estados Unidos deban desplazarse a las aguas del conflicto irano-iraqui. Por lo que respecta a los propios aliados europeos de Washington, la cumbre evoca en algunos casos cuestiones de interesada política interior. Francia, donde se caldea el clima para las elecciones del año próximo; el Reino Unido, que celebra las legislativas el jueves, e Italia, que hace otro tanto los días 14 y 15, han de ver con escepticismo la conveniencia de adquirir nuevos compromisos militares.

La variedad y profundidad de los asuntos políticos y económicos que aflorarán en Venecia subraya, por todo ello, la necesidad acuciante de ahondar la colaboración entre los principales países del Occidente industrializado, y también, la de avanzar en la formación de una autoridad supranacional que sacuda las inercias políticas locales. Pero ello no será posible sin la definición de un proyecto capaz de movilizar las voluntades y las opiniones públicas en los países occidentales, y no sólo en aquellos que participan en la cumbre. La definición del mismo es parte del salario que los pueblos pagan a sus dirigentes.

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