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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sondea que algo queda

EL SONDEO electoral que hoy publica EL PAÍS coincide en sus grandes líneas con otros sondeos conocidos, al pronosticar una pérdida de implantación del PSOE y la necesidad de los socialistas de llegar a pactos poselectorales si quieren mantener el poder en muchas de las grandes ciudades y en la mayoría de los Gobiernos autónomos. Realizada por la empresa especializada Demoscopia, a partir de una muestra representativa de 11.000 personas, la encuesta recoge el estado de opinión del cuerpo electoral en los días finales de mayo. Sus resultados aportan una base racional para el pronóstico, aunque no constituyen en modo alguno luna profecía sobre lo que hayan de arrojar las urnas. Sin embargo, la experiencia acumulada a lo largo de los últimos años permite decir que las grandes tendencias que los sondeos señalan se cumplen con rigor. En este caso, dichas grandes tendencias indican una disminución de voto al PSOE y a AP; un aumento de los nacionalismos de centro derecha y de izquierda; y un crecimiento sustancial del CDS, y en algunos casos de IU, que les coloca en posición privilegiada para llevar a cabo pactos de gobierno en muchas alcaldías y autonomías.Naturalmente, el porcentaje de electores que mantienen su indecisión hasta el último momento, la incidencia que el desarrollo de la campaña pueda tener en el decantamiento de ese sector y otros factores aleatorios, empezando por la meteorología de la jornada electoral, impiden otorgar categoría de dogma a estas predicciones. Entre los factores que en teoría pueden influir en el resultado final figuraría también la propia difusión de encuestas. Los especialistas señalan dos efectos potenciales principales. Por una parte, el conocimiento del probable vencedor puede inclinar a sectores del electorado propensos a compartir el triunfo a acudir, por así decirlo, en auxilio del ganador. Pero por otra, ese conocimiento puede tener un efecto movilizador en sectores que en otras circunstancias se hubieran abstenido o un efecto de rechazo que induciría a parte del electorado a modificar el sentido de su voto. Resulta imposible adivinar en qué proporción cada uno de esos efectos va a operar en esta ocasión. Por lo demás, entre las características peculiares de los comicios del día 10 figura el hecho de que coincidan en la misma jornada, en la mayor parte de España, tres elecciones simultáneas. Está por ver en qué medida la opción por un determinado alcalde, por ejemplo, influye en el sentido del voto dado a las siglas del candidato correspondiente en las otras dos elecciones.

Y, sin embargo, los pronósticos están ahí, configurando la estrella ascendente de Adolfo Suárez como el inminente peligro para la hegemonía absoluta del PSOE. La atención que la plana mayor del partido socialista ha dedicado durante los últimos días al CDS indica que otras encuestas cuyos resultados conoce el Gobierno -y sólo el Gobierno- apuntan en la misma dirección. Dicho sea de paso: el hurto que se ha hecho a la opinión pública de los sondeos realizados con el dinero del contribuyente por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) pone de relieve el nulo respeto que a sus propias palabras y a sus concretas promesas tiene el Gobierno socialista, que en este punto no tiene nada que echar en cara a los anteriores equipos de la derecha. La difusión a última hora de la noche de ayer por la agencia oficial Efe de un resumen de la última encuesta del propio Gobierno, en un inequívoco empeño de contrarrestar los efectos desfavorables al PSOE de la publicación de sondeos por los periódicos y las emisoras independientes, es, en esta situación, un hecho casi patético. La historia habla por sí misma de los vicios y perniciosos hábitos que la acumulación de poder ha generado en las filas gubernamentales.

Dichos hábitos y vicios justificarían mejor que cualquier otra cosa el descenso socialista pronosticado en el sondeo que publica hoy EL PAÍS. No es una disminución espectacular en número de votos. Pero sí lo suficiente como para poner en peligro la mayoría absoluta de que han disfrutado -nunca mejor usado el término- durante los últimos cuatro años en algunas de las principales ciudades del país (Madrid, Sevilla, Valencia, Zaragoza, por ejemplo) y en varias comunidades autónomas (Madrid, Asturias, Aragón, La Rioja, entre otras).

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Todo indica que el PSOE se ve abocado a pactar, bien con el CDS, bien con Izquierda Unida para mantenerse en el correspondiente Gobierno regional o para conservar la alcaldía. En algunos casos, como el Ayuntamiento madrileño, el papel de árbitro de la situación que el sondeo atribuye al partido de Suárez se vería reforzado por el hecho de que una combinación AP-CDS podría sumar la mayoría absoluta, desplazando a los socialistas.

Respecto a las elecciones europeas, el sondeo no revela variaciones significativas en relación a las otras dos elecciones del día 10. El retroceso del PSOE es menor que en los comicios locales y regionales, y no se observa una desviación especial en el caso de AP, lo que indicaría que la presencia de Fraga al frente de la candidatura no tiene mayor influencia en el electorado tradicional de la derecha conservadora.

El sondeo revela, en su conjunto, el desgaste del partido del Gobierno, pero también la permanencia de una alternativa todavía cuarteada. Si se confirma la necesidad en que se encontrarán los socialistas de llegar a acuerdos con otras fuerzas en numerosas instituciones locales y autonómicas, eso constituirá en cualquier caso una modificación de primer orden en el escenario político. No sólo éste se haría más dinámico, y la vida política, más animada, menos aburrida y monocolor; sino que los efectos ulteriores de los pactos, sus eventuales reflejos en los trabajos de las Cortes y la atribución de sectores de poder concreto a partidos que hoy están desalojados de él anunciarían grandes -y todavía impredecibles- mutaciones en el seno de los partidos de cara a las elecciones legislativas próximas. O sea, que los socialistas tienen motivos para estar nerviosos.

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