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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Viva Puerto Rico

LA VISITA del rey Juan Carlos a Puerto Rico ofrecía dificultades de orden político y diplomático, que han sido vencidas con inteligencia y dignidad por parte dei Monarca. No era considerado por el Gobierno de EE UU como un viaje oficial, y ello explica que, al pisar tierra norteamericana, el Rey sólo fuese recibido por un funcionario del protocolo del Departamento de Estado, que le entregó una carta del presidente Reagan. En cambio, por parte española, el viaje tenía un carácter plenamente oficial, y las autoridades locales de Puerto Rico le han recibido con todos los honores. El pueblo ha otorgado a los Reyes una acogida calurosa y masiva.Esa ambigüedad en los aspectos formales del viaje refleja el hecho de que Puerto Rico constituye un caso muy especial desde el punto de su estatuto constitucional. Es parte de Estados Unidos, pero no es un Estado como los otros que forman la Unión, sino un "Estado libre asociado", de acuerdo con una fórmula ratificada por amplia mayoría en un referéndum celebrado en 1952. El pueblo puertorriqueño, en reiteradas votaciones, ha dejado claras sus principales opciones políticas. No desea convertirse en un Estado más equiparable a los otros de Estados Unidos. Solamente un 39% de votantes, contra un 60%, se pronunció por la plena integración en 1967. El partido conservador, que sigue defendiendo esa opción, es minoritario. Por otro lado, el independentismo tiene raíces en el mundo intelectual y una tradición combativa, con momentos incluso de lucha violenta, pero escaso apoyo electoral. Solamente obtuvo un 3,5% de votos en las últimas elecciones. La voluntad de los puertorriqueños de mejorar su situación parece orientarse más bien hacia el perfeccionamiento de su actual estatuto que hacia la separación de la potente metrópoli. Y la defensa del carácter hispánico de la isla es una cuestión que despierta un profundo eco.

Esa realidad cultural hispánica, que se conserva frente a las presiones que dimanan de la propia ambigüedad de la situación política de Puerto Rico,, es la que el Rey, con su visita, ha contribuido a enaltecer y potenciar. Ver en ello un sesgo de hostilidad hacia EE UU sería absurdo. Don Juan Carlos ha dejado claro en sus discursos el respeto de España por los vínculos que unen a Puerto Rico con Washington, a la vez que insistía en que la "huella hispánica puertorriqueña no es sólo el pasado histórico, sino realidad cotidiana profundamente vivida y sentida por el corazón de los puertorriqueños". Ello crea con España unos lazos lingüísticos, culturales, incluso morales, que encontraron su expresión entrañable cuando figuras cumbre de la cultura española, como Juan Ramón Jiménez o Pau Casals, encontraron en Puerto Rico una tierra de asilo que hablaba su idioma.

Para muchos puertorriqueños, la exaltación de su hispanidad se enlaza con la protesta contra las frustraciones -y vejaciones- que sufren cuando viven en algunas grandes urbes de Estados Unidos. Es parte de un fenómeno más general que se produce en zonas del territorio norteamericano en las que las personas de habla hispana representan un porcentaje altísimo -y creciente- de la población. Los Reyes de España tendrán ocasión de tomar contacto directo con esta realidad en el viaje que tienen proyectado al sur y suroeste de Estados Unidos para el otoño próximo. Algunas leyes, como la aprobada hace meses en California, refuerzan la discriminación contra el idioma español y acentúan el descontento y la protesta.

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El legado hispánico en Estados Unidos no es uniforme. Procede en algunos casos de la emigración económica, como los chicanos o los espaldas mojadas. En otros, de situaciones peculiares, como la de Puerto Rico. O también del exilio político, notablemente de la huida en masa desde Cuba, que ha convertido a Miami en una segunda La Habana, donde el ingenio y la capacidad conocidos de los cubanos han potenciado la vida económica y cultural. Luego hay pequeños focos de emigrantes propiamente españoles, oriundos de los pastores vascos que llegaron al Medio Oeste hace décadas, y también un puñado considerable de lo que podríamos considerar cerebros fugados. En cualquier caso, existe una América hispana en el seno de Estados Unidos que merece mayor atención y aprecio que el que habitualmente se le presta desde nuestro país. E incluso desde el suyo: la Administración norteamericana, en cuyo seno el predominio del componente anglosajón sigue siendo, aplastante, tendrá que modificar actitudes tradicionales y asumir que, dentro de la pluralidad norteamericana, existe una personalidad hispánica cuyo peso crece por razones objetivas.

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