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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desencuentro de la Moncloa

LAS MALAS relaciones que mantienen últimamente el Gobierno socialista y la UGT conocieron ayer un episodio más con la entrevista que el jefe del Ejecutivo, Felipe González, y el líder ugetista, Nicolás Redondo, mantuvieron en la Moncloa. A pesar de los esfuerzos del Gobierno por contentar al líder sindical dándole a la entrevista el carácter solemne que reclamó Redondo, el resultado de la misma alimenta la evidencia de que el entendimiento resulta cada vez más peliagudo.Para Nicolás Redondo, ni el Gobierno ha variado la política económica ni la patronal ha cedido en sus posiciones, por lo que resulta dificil vislumbrar unas relaciones más placenteras en el futuro. La reclamación de diálogo entre el Ejecutivo y los sindicatos, que han reiterado las dos principales centrales, ha sido desoída repetidas veces por el Gabinete de Felipe González, y tras la entrevista de ayer, según dijo el propio Redondo, lejos de haber una perspectiva de mejora, las cosas han empeorado.

Redondo se fue del encuentro con una promesa del presidente que él se encargó de resumir, con gesto preocupado, a los periodistas que cubrieron el acontecimiento: "El Gobierno está dispuesto a un diálogo con los sindicatos que permita encarar el desafío de la integración española en Europa con una política de solidaridad". Para ese viaje no hacían falta ni tantos preparativos ni tal número de alforjas. Todo parece indicar que el encuentro -mejor dicho, el desencuentro- de la Moncloa se había preparado para aliviar el camino electoral de los socialistas, que determinadas reticencias sindicales han puesto más difícil. La UGT ha dejado libertad de voto a sus militantes y ha puesto fin a un idilio tortuoso, durante el cual las infidelidades socialistas en el campo de la política salarial nunca habían conducido a la UGT a una conducta tan distante. Establecida, aunque con matices, esa distancia, González necesitaba que Redondo acudiera a la Moncloa a hacerse la foto con la que alimentar la intención de voto socialista. Pero no dejó Redondo demasiados resquicios para que esa ansiada imagen tuviera los colores electoralistas adecuados, porque salió de la Moncloa con la cara adusta y con una enorme falta de palabras para explicar el fondo del asunto que le había llevado a la residencia del presidente.

La falta de perspectiva de un verdadero acuerdo social entre los sindicatos y el Gobierno, a pesar de que Felipe González ha anunciado para fecha inmediata semejante posibilidad, simboliza el final de un período en el que el PSOE y la UGT han ido estrechamente de la mano. La anécdota no es novedosa. Fue la oposición, en ocasiones dramática y violenta, de las trade unions la que desalojó en el Reino Unido al Gobierno laborista de Callaghan, dando paso al reinado casi perpetuo de Margaret Thatcher. Un ejemplo que los sindicalistas españoles harían bien en no olvidar. Quizá haya entre ellos quien piense que es mejor para el radicalismo obrero tener enfrente un Gobierno conservador, al que se puede atacar sin miramientos y con el que la confrontación no ofrece ningún género de dudas. Pero es difícilmente sostenible la suposición de que ha mejorado el nivel de vida y se han cumplido mejor las perspectivas obreras con los conservadores en el poder que con los laboristas.

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El desencuentro de ayer en la Moncloa es, por lo demás, el choque de un legado cultural e histórico de la izquierda, que representa con enorme dignidad y acierto Nicolás Redondo, con la visión pragmática que el presidente practica desde el ejercicio de su poder. Lo que se llama la realpolitik. Resulta desde luego bien difícil discernir los perfiles socialistas en la política económica del Ejecutivo, pero al mismo tiempo es innegable que éste ha obtenido logros sustanciales en ese terreno aplicando recetas que no se reclaman del izquierdismo clásico. Sin embargo, las discrepancias de Redondo no parecen circunscribirse a las cuestiones económicas o salariales. Se hicieron patentes con ocasión del referéndum sobre la OTAN y anclan sus convicciones en la ausencia de otros cambios sustanciales en las maneras de gobernar, prometidos por el PSOE hace ya cinco años, y que no se han producido. La larga experiencia de luchador por las libertades que Redondo puede exhibir le configuran no sólo como un dirigente sindical, sino como un verdadero líder político. Por lo mismo, el presidente no debería escamotear esfuerzos para aprovechar ese liderazgo en beneficio de su partido y de su Gobierno.

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