La ciudad mira hacia atrás
Un anuncio a toda página publicado en este periódico anunciaba la construcción. de un nuevo barrio en el sur de nuestra ciudad, promovido por el Ministerio de Obras Públicas, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, en el que se proponía como objetivo de la nueva actuación el de recuperar aquel Madrid:"Recuperar aquel Madrid. El nuevo Madrid sur tendrá la peculiaridad de recuperar el perfil del Madrid decimonónico. El Madrid de los ensanches, los amplios patios ajardinados, los bulevares, las terrazas...".
Es un paso mas en el retorno al pasado que está invadiendo las actuaciones urbanísticas, que se manifiesta, primero, en un insensato afecto a las viejas calles de la miseria de los actuales responsables de nuestra ciudad, empeñados en un plan de actuación sobre las viviendas del siglo pasado, consistente en restaurar corralas miserables y conservar un conjunto de fachadas sin interés, que nos va a costar legar a la posteridad un parque residencial ortopédico y deforme y que está condenando a la industria de la construcción al retorno al artesanado más caduco, y a los técnicos, a la realización de unas obras deficientes y onerosas.
Y ahora nos proponen extender tal actitud a la ciudad nueva para que toda ella sea, decimonónica; vestiremos con calzas y jubones, los fabricantes de coches regresarán al carromato, los industriales, al botijo, y los bancos, al trueque, todo en virtud del perdido encanto del pasado.
¿Es que es imposible que nuestra ciudad se empeñe en un plan para el futuro, abandonando este populismo trasnochado, en el que nunca cabrá la cultura de nuestro tiempo? La ciudad del siglo XIX no es la del XX: fue creada para resolver los problemas de su tiempo y con su propio tiempo murió, afortunadamente, para demostrar que el progreso existe también para la ciudad.
Los amplios patios de manzana nunca fueron tales, y a nadie se le debe ocurrir hoy encerrar un jardín entre cuatro paredes. Las calles del ensanche se han convertido en estrechos conductos invadidos por el automóvil, que no contemplaban los planes decimonónicos. En los bulevares se han talado los árboles para permitir la circulación, y en las casas del ensanche se ponen cortinas en las ventanas, porque se abren sobre el vecino de enfrente y se cierran las terrazas para huir de un ambiente hostil.
Pero el futuro se alcanza ine vitablemente, y mientras dormimos el sueño fernandino, Madrid sigue desarrollándose, desbordada por una periferia infinita y sin estructura, a la medida de los indefensos, que cada vez se alejan más y más de la ciudad. Vivir a media hora de coche de los cines, museos, teatros, etcétera, supone sólo poder disfrutar de la ciudad los fines de semana. El resto del tiempo se la sufre. Cualquier solución a nuestra ciudad pasa por que todos vivamos en ella.
Edificios difuntos
La falta de un orden y de un proyecto de forma para Madrid se refleja también en el centro de nuestra ciudad. Las ciudades tienen un único centro, a escala con su dimensión, lo que significa que también éste crece y se desarrolla en el tiempo. Idea que parecemos haber olvidado hoy: nuestras instituciones públicas se dispersan en un esfuerzo por dar usos imposibles a edificios río sólo incapaces, sino definitivamente difuntos. Es el caso, por ejemplo, del centro político de la nación, las Cortes, que en Madrid no encuentra su expresión en un ágora a escala con su significación pública, sino en 15 edificios, todos pequeños, míseros e invisibles. Y recuerdo que recientemente hubo un concurso público sobre su ampliación, cuyas miras no pretendían sino perpetuar este estado de cosas.
Madrid, como capital del Estado, es sede de instituciones que tienen la escala de toda una nación. Pero esta escala es visible únicamente en el Palacio Real. La de lo público, como de la propia vivienda, son posibles hoy exclusivamente desde los medios y soluciones del presente.
Es improrrogable emprender un serio Plan para Madrid, un Plan con forma, que considere la ciudad en su conjunto y aborde y se plantee su auténtico problema de escala. Es necesario oponer al urbanismo pueblerino del que disfrutamos la confección de un proyecto que contemple nuestros ideales y aspiraciones.
Dejemos de pensar que la ciudad es un monstruo invencible: como toda obra humana, es capaz de regenerarse, de cambiar, de adaptarse al signo de los tiempos. Poseemos hoy unos medios tecnológicos que permiten operaciones de gran alcance en mínimos plazos de tiempo; emplear los en nuestra ciudad nos permite además rescatar a nuestra industria de lá construcción del lamentable estado de abandono en que se encuentra para integrarla en un proyecto común.
La autoridad de nuestras administraciones es la que ha de permitir implicarnos a todos en estos proyectos urbanos, como fue el caso del París del barón Haussman. También en Madrid el paseo del Prado, el Palacio Real o la Plaza Mayor son ambiciosos proyectos resultado de la conjunción de estos instrumentos. La actual obsesión por reconstruir el pasado delata un desconocimiento del presente y una falta de ideas para encarar el porvenir. El progreso de la humanidad les pertenece a aquellos que fueron capaces de proyectar hacia el futuro las lecciones que da la historia. De vivir del pasado nadie se acuerda.
Hoy es posible construir la ciudad de otra forma, abordando los problemas planteados por el progreso con un espíritu ambicioso y sin prejuicios. Construir las tipologías modernas para el inmueble colectivo, con servicios comunes que los tipos tradicionales no contemplan, sin obsoletos patios interiores y con viviendas que disfruten del sol, del paisaje y del espacio; independizando el tráfico rodado del peatonal y construyendo un centro cívico a escala de nuestra cultura. Madrid puede ser una ciudad y además hermosa, pero comencemos por considerar la auténtica naturaleza de nuestros problemas y guardar la Mariblanca en un cajón.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.