_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Anticonsumo, SA

A los 20 años, uno fundaba comités políticos; a los 40, debe fundar un club. Es más selecto, menos peligroso y luce más. Así, por ejemplo, nadie puede comparar el efecto más bien deprimente de decirle a su cara pareja: "Me voy un rato al comité" (frase que inevitablemente evoca el chorizo con pan, el vino a granel y los Celtas), con la sugestión más bien misteriosa que provoca anunciar: "Me esperan en el club" (whiskies tintineantes, póquer, pases privados, sofás mullidos, publicaciones extranjeras). Después de los 40, todo el mundo tiene un club, y un pasado que prefiere olvidar. Yo he recibido varias invitaciones para convertirme en socia de clubes muy discretos y selectos: el de Ex Radicales de los Sesenta, el Club de los Fumadores Resistentes, el de las Feministas Arrepentidas, el los Revolucionarios Arrepentidos y el de los Lectores de J. G. Ballard. El que pienso fundar, en cambio, es distinto. Voy a fundar el Club de los Anticonsumidores. He tomado esta decisión después de observar atentamente las casas de mis amigos, los escaparates de las tiendas, los anuncios de EL PAIS y los de la televisión. Esa observación me ha llevado a las siguientes conclusiones:1. Por qué no necesito una calculadora de bolsillo. Desde que dejé la escuela, a temprana edad, he podido vivir sin los quebrados. Es más: he sobrevivido a una dictadura, a muchos virus, a varias separaciones sentimentales y a la contaminación ambiental sin haber recurrido jamás al múltiplo común denominador, que, a pesar de su nombre, es menos común de lo que parece. Y ninguna de las personas con las que he pasado una noche agradable me pidió, a la mañana, que encontrara la raíz cuadrada de 17.326. Por lo demás, luego de pagar el alquiler, la luz y la cuenta del teléfono (último misterio que ninguna calculadora es capaz de resolver) me alcanzan los dedos de la mano para contar los billetes que me quedan.

2. Por qué no necesito relojes electrónicos. Visitar a mis amigos se ha vuelto inquietante. Me siento observada por muchísimas esferas de relojes, y a veces hasta por cuadrados, rectángulos y elipsis de relojes. El horno eléctrico dispone de un reloj digital, igual que la cocina de gas, el vídeo, la radio, y hasta el bolígrafo de metal tiene un reloj incorporado, para no hablar del encendedor de mesa. ¿Quién puede conversar amistosamente mientras se siente controlado por todas partes? ¿O será una sutil indirecta para sugerirnos que las personas de la casa son gente muy ocupada, de las que creen que el tiempo es oro?

En cuanto a mí, prefiero mi viejo reloj manual de toda la vida. Es un reloj normal, es decir, redondo, con números y con agujas" no con esos abisales espacios negros donde hay que adivinar si la manecilla está en el cinco o en el siete. Es un reloj normal, o sea, no indica ni el día ni el año -para eso están los almanaques-, ni señala los segundos. Nunca he tenido nada que hacer a las siete y veintiuno, ni a las siete horas, veinte minutos y diez segundos.

3. Por qué no necesito un piano. Como todas las niñas nacidas antes de la gran revolución de 1968 tuvo que estudiar piano, a pesar de lo cual no perdí mi gusto por la música. Y gustándome mucho la música, no estoy dispuesta a comprarme un Stanway en cuotas, ni un clarinete rebajado: tengo el suficiente sentido común como para saber que Pollini ha grabado los Nocturnos de Chopin, y Rubinstein, las Sonatas de Beethoven, cosa que los vecinos agradecen. Y si alguna tarde me siento aquejada por un violento impulso de improvisación musical, la mayoría de mis amigos tienen suntuosos pianos blancos, cerrados y que ocupan mucho lugar.

4. Por qué no necesito un automóvil nuevo. Si la naturaleza hubiera querido que yo volara, me habría provisto de alas; si hubiera querido que yo rodara por las autopistas, me habría suministrado un motor y algunas ruedas. No ha hecho lo uno ni lo otro, por lo cual, si puedo, me traslado a pie, que es lo que la naturaleza me dio, espontáneamente. Los griegos no tenían automóvil, y su democracia funcionaba mejor que muchas de las nuestras. Sin automóvil no tengo por qué pagar las numerosas multas por estacionamiento indebido, aceleración desmesurada, giro equivocado, semáforo en rojo, etcétera, y hasta puedo beberme unas copas sin que nadie me esté auscultando el aliento en un cruce de avenidas.

5. Por qué no necesito un ordenador. Soy escritora porque amo las palabras y amo el papel. Lo uno me parece inseparable de lo otro: palabras sin papel, se las lleva el viento, o un corte de luz. Si en lugar del papel amara la pantalla, me habría dedicado al cine, no a la literatura. Y no tengo el menor deseo de legar a la posteridad, en primorosas cintas almacenadas, el resumen de mis cuentas de gas, los recibos de la tintorería o las delirantes facturas de la Telefónica. En cuanto a los borradores de novelas, cuentos y poemas, son eso: borradores. Los puedo tirar a la papelera o vendérselos a la universidad de Princeton, que tiene unos ordenadores mucho más complejos. Hasta ahora, Shakespeare, Cervantes, Baudelaire, Flaubert y Swift escribieron libros en resmas de papel, y sin archivos de datos. Y a mí me encanta consultar los diccionarios y las enciclopedias: mientras uno pierde el tiempo tratando de encontrar lo que busca, descubre una gran cantidad de cosas que no buscaba, y resultan de lo más estimulantes. Él azar elige mejor que uno; en cambio, estoy segura de que si le pregunto al ordenador cuál es la capital de Bantúa jamás me contestará: "Los juncos florecen cada 100 años".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_