_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paz

Rosa Montero

Me emociona el haber podido ser testigo del magno acontecimiento de estos días; del trascendental hecho histórico que pone fin a un resquemor de siglos. Ya se veía venir, porque los franceses están últimamente harto modosos, en plan pelillos a la mar y hacerse amigos. Pero ha sido ahora, con la concesión de las tres estrellas de la guía Michelin a un restaurante español, cuando al fin se ha culminado la paz franco-española.Porque ni las bellaquerías de Francisco I de Francia cuando la paz de Madrid, ni Pepe Botella y sus muchachos, los 100.000 Hijos de San Luis, los camiones de lechugas por los suelos o las victorias españolas que aparecen en el Arco del Triunfo parisiense como batallas ganadas por Napoleón, cosas todas ellas que fastidian muchísimo el orgullito patrio, resultan tan vejatorias como el desdén de la Michelin. A los .españoles, pueblo instalado en la decadencia desde hace tres siglos y en la derrota total desde hace uno, nos quedaban, entre el mare mágnum de desastres, dos vanaglorias postreras y casi póstumas: el sol y la cocina. Porque, sí, podíamos ser pobres, incultos, subdesarrollados y sometidos a una dictadura impresentable, pero j nuestro aceite de oliva? ¿Y nuestra tortilla de patatas? Con una gula metafísica nacida de hambrunas seculares, los españoles idealizamos la suculencia de nuestra gastronomía, como si el espíritu de la raza anduviera metido en las cazuelas, como diría santa Teresa; en la paella siempre incomparable, en la fabada, en el cocidito madrileño glosado con tanto sentimiento por los cantantes populares. Pues bien, sin tener en cuenta este misticismo del garbanzo, llegaban los pedantes de la guía Michelin y, zasca, nos daban donde más nos escocía. No cabe imaginar afrenta más perversa.

Digo yo que ha debido de ser cosa del Elíseo. Que Mitterrand ha llamado a los badulaques de la Michelin y les ha dicho que había que acabar con la batalla. Sea como fuere, las tres estrellas han sido al fin concedidas y el tratado de Zalacaín está firmado. Viva la paz hispano-gala.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_