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'Aliens'

Érase una vez un país que nunca había sido invadido. No sólo no había sido invadido, sino que había dedicado gran parte de su corta historia a invadir a los demás. Empezó por eliminar a los propios nativos de la tierra que decidió ocupar, y a continuación se dedicó con especial denuedo a participar en asuntos externos. Siempre se liaba en una guerra u otra, siempre lo hacía en nombre de la libertad, y, como consecuencia -sin duda era un premio del cielo-, conseguía ampliar mercados, extender su poder e imponer sus designios, apoyar o derrocar gobiernos, destruir economías nacionales y, en definitiva, que no cayera una sola hoja de un árbol sin su beneplácito.Ese pueblo que nunca fue invadido perdió una guerra en cierta ocasión, pero ni siquiera entonces le echaron una bomba en casa. Todo se desarrolló a muchos kilómetros de allí, de modo que, con el paso del tiempo, sobre la humillación y el dolor pudieron extenderse relumbrantes banderas e insignias de hojalata, y a la sangrante verdad histórica se le aplicaron las acreditadas cataplasmas de Hollywood.

Tanta falta de invasión, naturalmente, se paga. Se paga con la paranoia. Por eso, un buen día, América decidió inventarse Amerika. Para enterarse, en la sala de estar y entre palomitas de maíz, de lo que vale un peine. Como los sucesivos pueblos invadidos de diferentes formas y maneras estaban ya habituados a aceptar la legendaria intromisión, compraron esa Amerika sufriente de los televisores y se dispusieron a solidarizarse con su tragedia.

Porque no era suficiente que los otros pueblos adoraran a sus policías de pacotilla ni a sus maniquíes de papel; no bastaba que el drama de los viñedos de Califarnía les hiciera suspirar, ni que se indignaran con las tretas de ciertas dinastías; ni que aceptaran el poder, la belleza y el dinero como valores indiscutibles. También era necesario hacerse compadecer.

En las calles de Trebujena ha aparecido estos días una pintada que dice: "Welcome, Spielberg". Dios, qué vergüenza.

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