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El pensamiento débil

Julio Llamazares

Por mucho que lo intento, y pese a haber leído atentamente todo lo publicado en los últimos tiempos al respecto, sigo sin entender muy bien cuál es la verdadera diferencia entre pensamiento débil y debilidad de pensamiento.Ciertamente que aún alcanzo a comprender las circunstancias y conceptos sustanciales del autodenominado pensamiento débil: el fin de la modernidad, la percepción ecléctica, el adiós al progreso, la atomización de la historia o la muerte del tiempo. Lo que no logro entender, insisto, por mucho que lo intento, es dónde está y cuál es la diferencia. Por ejemplo: ¿la situación política española es el reflejo de la asunción y puesta en práctica del pensamiento débil o es, por el contrario, el resultado de la debilidad de pensamiento -y de obra- de la oposición y del Gobierno?

Cerrado ya en sí mismo el precedente trabalenguas, no me sorprende tanto, sin embargo, comprobar la rapidez en la asunción de las polémicas teorías de Vattimo y Rovatti por parte de las clases dominantes españolas. Acostumbrados como estábamos a las pasiones fuertes (primero, el compromiso y, luego, el desencanto), la aparición de esa tercera vía muerta que el pensamiento débil introduce ha venido a llenar un vacío ominoso en nuestra historia y a convertirse en providencial e inesperada coartada para muchos. Porque, antes ya de que Vattimo y Rovatti patentaran en Iralia su mágico jarabe (Il pensiero débole, Milán, 1983) -y mucho antes aún, por supuesto, de que las multinacionales del poder lo introdujeran en España-, el pensamiento débil ya impregnaba el corazón y la memoria de la gran mayoría de nuestros políticos e intelectuales más conspicuos.

Un país como éste, que pretende haber pasado del paleolítico inferior a la posmodernidad de un solo salto, necesitaba, obviamente, de un sustrato filosófico que viniera a inspirar / legitimar la nueva y sorprendente situación en la que aquél le había dejado. Como escribía Valente en estas mismas páginas (EL PAIS, 5 de abril de 1987), "en España, lo posmoderno se produjo en cierto modo como fenómeno espontáneo de un cambio de actitudes, indumentarias y talantes sociales, previo a toda teorización propiamente dicha". En lo que ya no coincido con Valente es en su afirmación siguiente de que Ia teorizacion vino ex postfacto". Salvo contadas y loables excepciones, la reflexión aquí ha consistido en simple e interesado mimetismo. Salvo esporádicas y raras soledades, en nuestro país el pensamiento débil se ha instaurado por la vía más indigna y detestable: el miedo a quedar fuera de la fotografía.

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Basta acercarse hoy a cualquier local de moda, acudir a un ministerio o abrir cualquier revista para entender rápidamente y sin esfuerzo no sólo que España está de moda, que el mundo entero nos envidia, que el pensamiento es débil por esencia y que la felicidad existe, sino también -y en consecuencia lógica- que el diseño textil ha sustituido a las ideologías. Cualquier político que hoy quiera seguir vivo ha de cuidar su look mucho más que su discurso. Cualquier intelectual que quiera ser oído deberá aparecer posando de moderno en la portada de cualquier revista. Los demás, de arriba para abajo, como figuras recortables de los antiguos juegos infantiles, lo único que deben procurar es imitar los gustos y los gestos del modelo, abandonar sus opiniones personales en los desvanes del común eclectismo y, sobre todo, conocer y hacer ostentación de los que, en cada momento, se presentan como signos distintivos de la tribu. Ahora mismo, por ejemplo, adoptar cierto desdén de inteligencia en la ironía, amar apasionadamente Nueva York, aborrecer la ecología, detestar la memoria y la crítica, ejercer activamente de atlantistas, adorar el diseño y la arquitectura y recitar de memoria los nombres sagrados de nueve o diez modistos.

Lo demás -la pobreza creciente, los conflictos sociales, las guerras regionales o el miedo sumergido-, todo eso es miserabilismo. El solo hecho de hablar de ello se considera comúnmente de mal gusto: descalifica a quien lo hace por sí mismo. Para este tiempo de estetización general de las costumbres, el pensamiento débil aconseja la percepción distraída. Frente a la crítica al progreso y sus efectos regresivos, sugiere la coraza del eclecticismo. No hay valores supremos, todos son admisibles. Y, así, los viejos militantes de 1968, los desencantados de 1981, lo único a que aspiran ya es a convertirse en yuppies.

Hay, no obstante, una enorme distancia entre la inhibición frente al poder que el pensamiento débil preconiza (como única salida a la modernidad y al "regresivo ejercicio de la crítica") y la oportunidad con que esa inhibición aquí ha sido acogida. Vattimo asienta los cimientos -o, al menos, lo pretende- de su pensiero débole en las ruinas filosóficas de Heidegger y Nietzsche. Tiene detrás toda una herencia de arenas movedizas: la nueva derecha, el nihilismo activo, la cultura zombie y el transvanguardismo. Los posmodemos patrios, sin embargo, son simples frutos del funambulismo. Con la memoria destruida o asentada en el vacío, han confundido la inhibición frente al poder con el oportunismo, el pensamiento débil con la debilidad mental y la osadía y sólo aspiran realmente a seguir apareciendo el mayor tiempo posible en la fotografia. Ignoran, sin embargo, que aunque ellos permanezcan inmóviles, amansados y críticos -como figuras recortables de los antiguos juegos infantiles-, a lo peor es la fotografía la que está movida.

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