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Crítica:FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El griterío

Los fandangos de El Cabrero son como latigazos que un público apasionado recibe en éxtasis. Las coplas sentenciosas, con frecuencia demagógicas, impactan con facilidad en la sensibilidad de las buenas gentes que se identifican con las cosas ingenuamente tremendas -y tremendistas, sobre todo tremendistas- que en ellas se dicen.El cantaor las lanza a voz en grito, con monotonía inmisericorde, y cada una de ellas es acogida con griterío, saltos, puños arriba y toda suerte de manifestaciones exultantes. Entre col y col, un par de soleares, otro para de cancioncillas y unas tonás devaluadas, Y el griterío que no cesa. Al final, 4.000 o 5.000 personas en pie aclamando al intérprete, El Cabrero. Esto no lo consigue nadie más en el mundo del flamenco, quizás porque todo ello tenga poco que ver con el flamenco.

De resaca: gran noche flamenca

Cante: Lebrijano, con la orquesta andalusí de Tánger; José Menese y El Cabrero. Toque: Enrique de Melchor y José Luis Postigo. Feria de abril de Madrid. 13 de abril.

Lebrijano y los marroquíes

Antes de la intervención de El Cabrero habían cantado Lebrijano y Menese. Lebrijano con los marroquíes, en esas canciones que hacen alternándose uno y otros que tampoco son muy flamencas que digamos, pero que el público recibe con agrado. Lo que ocurre es que en el recinto ferial ínstalado junto a la plaza de toros de Las Ventas nos obsequiaron con un sonido asesino, a tope de decibelios, una verdadera agresión fisica para el oído, y entre tantas voces e instrumentos musicales se formaba un empaste inexplicable de ruidos que ofendían mnás que deleitaban. Pese a ello Lebrijano, a solas con la guitarra de Enrique de Melchor, cantó divinamente por soleares y por tientos-tangos.José Menese tuvo una actuación formidable, aunque el ambiente no era muy propicio para él por cuanto llevamos dicho. Hubo de romperse en los tercios más duros de la petenera para que el público reaccionara y prestara una mayor atención a la grandeza del cante que se le estaba ofreciendo.

José persistió en su línea de exigencia, sin concesiones, no eludiendo ni lo más difícil, las siguíriyas, las tonás. Fue una hermosa lección de fidelidad a sí mismo, sobre el griterío que dominó casi todo lo demás.

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