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Tribuna:EL SERVICIO MILITAR EN ESPAÑA
Tribuna
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Instrumentos de la defensa

En menos de dos meses se han puesto en manos de los lectores españoles dos ensayos, uno de Sánchez Ferlosio (Campo de Marte, 1. El Ejército nacional) y el otro de Herrero-Brasas (Informe crítico sobre el servicio militar) -quien en la solapa del libro -es identificado como objetor de conciencia-, que representan probablemente los dos extremos posibles en el modo de configurar un ejército nacional. El autor analiza las aportaciones que cada uno hace sobre el, futuro del servicio militar que nutre ese ejército.

El Premio Nadal 1955 -que nos despertó con su novela ambientada en el río de resonancias entonces todavía bélicas- se revela como manifiesto partidario del servicio militar obligatorio, opinión que ha vuelto a exponer en reciente y polémico artículo publicado en estas mismas páginass que ha provocado algunas cartas de los lectores y una serena y ponderada llamada a la seriedad y al antidogmatismo por alguien que, por haber incorporado ambas cosas a sus hábitos de pensamiento, puede hacerlo, con toda legitimidad, como es el teniente general Cano Hevia (Voluntarios y mercenarios. EL PAIS, 3 de abril).Parece innecesario repetir que el servicio militar es un tema de nuestra época, pero sí convendría recordar que en casi todos los ejércitos occidentales -y también en el español- uno de los más difíciles problemas de inserción de la institución militar en la sociedad a la que debe defender es precisamente el de cuál haya de ser el tipo de aportación humana (si es que debe haber alguna) que la sociedad dedique a su defensa (si es que necesita defenderse).

Escuchar, por ejemplo, algunas conclusiones de las convenciones o congresos de las juventudes de partidos conservadores europeos, donde se hacen a menudo unas severísimas críticas al servicio militar obligatorio en sus respectivos países (al que en general se reprocha su inoportuna injerencia en la vida laboral de los jóvenes, la pérdida de tiempo que supone, la falta de motivación con la que se llega a él y los hábitos que en él se crean para eludir el trabajo y la responsabilidad: existen en varios idiomas expresiones análogas a "el que pregunta se queda de cuadra" o "voluntario para nada"), es algo que a los militares profesionales preocupa por razones evidentes. Saber que en ocasiones algunos jóvenes llegan a anticipar el matrimonio -o la paternidad (¿responsable?)- para eludir el servicio militar es algo que no puede pasarse por alto; algo que no se justifica arguyendo que, por otra parte, durante el servicio militar tal o cual porcentaje de jóvenes aprenden estas o aquellas habi lidades técnicas o educativas puesto que todo esto no debería ser sino un subproducto no es pecíficamente deseado de la fun ción militar básica.

En tanto que militar profesio nal que cobra un sueldo del Es tado por formar parte de su Ejército, me parece innecesario tener que aclarar que nunca en mi vida profesional me he sentido mercenario, quizá por haber entendido siempre esta palabra según su primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española, como "... [el] que sirve en la guerra a un príncipe extranjero por un cierto estipendio" y no según la tercera de "[el]) que percibe un salario por su trabajo" o la otra de "[el] que percibe paga por sus servicios", a ambas de las cuales ciertamente sí puedo acogerme junto con una inmensa mayoría de mis conciudadanos, por cuyas mientes nunca habrá pasado la idea de ser por ello considerados mercenarios.

Aun si aceptase en parte la argumentación dé Sánchez Ferlosio, no se podría no echar en falta en ella la necesaria diferenciación entre los que, como el autor de estas líneas, pertenecemos a los cuadros profesionales del Ejército, y los que en él sirven forzosamente, e incluso contra su voluntad. Que yo recuerde, hay un Ejército, el belga, donde esta diferencia está materialmente expresada en un ritual de hondas resonancias militares: la jura de la bandera. Considerando que un juramento no puede ser moralmente válido (aunque sí lo pueda ser legalmente) si no se expresa con plena libertad, en el Ejército belga sólo se exige-juramento a los cuadros de oficiales -a los cadetes- que voluntariamente entran a formar parte del Ejército. No a los soldados, que para pasar de la condición de reclutas a la de veteranos no lo hacen mediante la ceremonia de juramento de la bandera, sino mediante una simple lectura de las leyes vigentes que regulan a partir de ese momento su actividad militar y sus responsabilidades en tanto que soldados. Se evita así la conocida picaresca de los que, por no desearjurar bandera, utilizan como respuesta a la fórmula deljuramento expresiones homófonas de "¡Sí, juro!" o se limitan a mover los labios para evitarse complicaciones.

La eficacia militar

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Que la eficacia en el campo de batalla -que modernamente parece inclinarse del lado de los ejércitos profesionales, especializados y bien preparados- no haya de ser la sola guía en la constitución de las fuerzas armadas de un país es algo que puede y debe exigirse a los políticos, a los que gobiernan los destinos de los pueblos, pero no a los militares. El militar ha de estar dispuesto a sacrificarse a la voluntad de su pueblo -como dice el general Cano Hevia- anteponiendo ésta a los intereses personales o de grupo, cosa en la que todo pensamiento demócrata estará siempre de acuerdo. Pero, en tanto que técnico de la guerra, no puede reprochársele al militar que desee siempre y de modo constante la mayor eficacia en el campo de batalla, pues es en él donde ha de probar si la ocasión se presenta que realmente está sirviendo a su pueblo. Evitar que la exigencia de una mayor eficacia degenere en militarismo es cosa que concierne sobre todo a la sociedad, que al crear el arma defensiva propia debe establecer con ella los mecanismos que impidan que esa arma o su manejo resulten en detrimento del bienestar global. (No es éste el momento de abordar la cuestión del pretorianio, donde la intromisión de la institución militar en la actividad política de la sociedad responde a la vez a graves distorsiones en ésta y en aquélla y no exclusivamente a cualidades propias de la institución militar.)

Y, para terminar, coincido con el general Cano Hevia al expresar mi deseo personal de que se produzcan más aportaciones teóricas sobre esta materia, vengan de donde vengan, a fin de poder establecer más bases de acuerdo entre la institución militar y la sociedad a la que ésta sirve. Los militares profesionales, no. mercenarios, y los soldados que año tras año vienen sirviendo en nuestras filas saldremos ganando necesariamente si los instrumentos de la defensa nacional son aceptados por todos y no son considerados por muchos como incomprensibles tributos que, de ser posible, conviene eludir.

es coronel de Artillería, diplomado de Estado Mayor.

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