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La televisión y las leyes del mercado

Los cambios registrados en los medios de comunicación de masas durante los últimos años han alterado el sentido de la televisión. De ser un monopolio estatal, fundamental difusor de ideología, ha pasado, con la extensión de los canales privados, a participar íntegramente de las leyes económicas del mercado. El autor de este texto, italiano, experto en televisión por satélite, escritor de ensayos sobre telemática (El universo telemático, Editorial Mitre, Barcelona, 1984) y asesor de la RAI, expone el nuevo panorama europeo, sus ventajas y contradicciones.

Quien ha seguido las vicisitudes de los medios de comunicación en los últimos años habrá podido observar la creciente dificultad e inseguridad con que se encuentran los Estados para guiar el cambio de la televisión. La mayor parte de los Gobiernos europeos llevan anotado en su orden del día el problema de superar un sistema televisivo, sumamente reglamentado y protegido por los principios del servicio público, para confiarlo, en todo o en parte, a las reglas del mercado y a las leyes de la economía.Mientras que el poder político sabía maniobrar las viejas reglas, basadas en principios claros, muy consolidadas a lo largo de los años y ampliamente compartidas, no parece que sea capaz de maniobrar de igual manera las leyes del mercado. O mejor, no parece haber entendido que el mercado lleva implícitas en el funcionamiento del sistema televisivo unas reglas que, buenas o malas, difícilmente se prestan a presiones y lógicas extraeconómicas.

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NUEVA FILOSOFÍA

Hay un hecho cierto y es que, cuando la televisión se dedica a desempeñar funciones ideológicas y socioculturales, el poder político tiene amplios márgenes de maniobra para influir. Pero cuando las funciones principales de la actividad televisiva son de naturaleza económica, su organización debe responder a las reglas de la productividad, de la eficacia empresarial y de la relación entre costes y beneficios.

A la televisión se le atribuía, hasta hace algún tiempo, un papel ideológico y social de "preferente interés general", y así se justificaba el monopolio estatal. Por esta razón quedaba excluida la libertad de acción de los diferentes sujetos públicos y privados, mientras sí se les admitía en otros medios de comunicación de masas..

Por otra parte, a la televisión se le atribuía un valor educativo-formativo que no podía, y no debía, estar condicionado por presiones económico-comerciales. De hecho, en aquellos lugares en que se admitía la publicidad, ésta debía estar fuertemente reglamentada, y durante mucho tiempo fue considerada como una fuente de ingresos añadida.

Como consecuencia de estos dos supuestos, la televisión ha asumido caracteres fuertemente nacionales, y sus límites han estado controlados y protegidos. Pero, en los últimos 10 años, estos supuestos o se han debilitado o han desaparecido. Los tiempos y los modos en que se han producido estos cambios han dependido, evidentemente, de las especificidades políticas e institucionales de cada país. Pero en la base se dan dos factores generales presentes en todos los países europeos.

Por un lado, las funciones nacionales de integración ideológica y cultural de la televisión se han visto reducidas por el fuerte aumento de nuevos agentes ideológicos: la escolarización masiva, la música, la moda, el turismo, los grupos espontáneos, etcétera. Por otro lado, el monopolio televisivo de Estado ya no está en condiciones de satisfacer los gustos y los deseos del público, que crecen con el aumento del tiempo libre y se diversifican. Además, el desarrollo tecnológico favorece la multiplicación de canales y crea las condiciones necesarias para que en el espacio televisivo entren en juego nuevos actores públicos y privados, nacionales, locales e internacionales. Sin embargo, allí donde la "televisión de la economía" ha sustituido ya a la "televisión de la ideología", las cosas no parecen ir en la dirección deseada por quien ha promovido el cambio.

Lo más importante que se puede señalar a este respecto hace referencia a la relación entre el poder público y el sistema televisivo. A partir del momento en que la organización de una parte importante de la actividad televisiva se guía por objetivos económico-comerciales y se regula por las leyes del mercado, el Estado se ve incapacitado para orientar el sistema televisivo hacia fines de interés general, sean éstos de naturaleza económica, política o sociocultural.

Aunque este hecho podría parecer obvio, sin embargo, no es así al menos para aquellos países que al adoptar las reglas del mercado han pretendido guiar su sistema televisivo hacia algunos objetivos precisos. Algunos países, como Italia, Francia y el Reino Unido han introducido en el sistema televisivo de diferentes maneras las leyes del mercado.

En Italia, en un primer momento, la actividad televisiva quedó abierta a centenares de emisoras locales privadas, y más tarde, por la presión de los hechos, a cierto número de redes nacionales privadas, resultado de un proceso de concentración inevitable cuando la competencia se desencadena en un mercado de recursos limitados: en este caso, la publicidad.

En Francia, también en un primer momento quedó abierta la actividad televisiva a las emisoras que transmitían por cable, pero hasta que no quedaron disponibles las infraestructuras necesarias fueron autorizadas una serie de redes nacionales privadas. Más tarde han decidido privatizar la principal red nacional pública (TF1), y se prevé también la creación de cierto número de estaciones privadas, de ámbito local, que transmitirán por el procedimiento habitual.

En el Reino Unido, donde la televisión comercial, nacida en 1954, estaba estrechamente regulada tanto para excluir la competencia con la televisión pública como para destinarla a funciones de servicio público, se ha solicitado la creación de redes privadas para transmitir por cable y de canales públicos y privados para transmitir vía satélite.

Los objetivos de estas decisiones, explicitadas por los Gobiernos de los tres países en cuestión, son de diversa naturaleza. En primer lugar, se pretendía ensanchar la oferta televisiva y diversificar los programas para aumentar así la libertad de elección de los telespectadores. Esto hubiera traído y provocado una mejora en la programación de la televisión pública, estimulada por la competencia con las televisiones privadas.

Un segundo objetivo era el de estimular el nacimiento de televisiones regionales y locales no centralizadas, porque se adaptarían mejor a las necesidades informativas y culturales típicas de cada zona, cosa que la televisión pública no les podía ofrecer.

Otro objetivo consistía en favorecer las condiciones adecuadas para la creación y el desarrollo de fuertes industrias audiovisivas nacionales, capaces de alimentar la demanda interna, sensiblemente ampliada tras la multiplicación de los canales, y también capaces de ofrecer sus propios productos a un mercado internacional en fuerte expansión.

Por lo que se refiere a Francia y al Reino Unido, la multiplicación de los canales, la diversificación de los programas y la descentralización de las estaciones televisivas tenía que servir de resorte para el desarrollo de las redes de comunicación local por cable como centro de estrategias industriales de gran alcance estratégico.

Si observamos, sin embargo, lo que ha sucedido y está sucediendo en los tres países analizados, me parece que se ha obtenido bastante poco de todo lo que se pretendía. Las orientaciones impresas por las reglas del mercado, salvo excepciones, están llevando hacia soluciones bien diferentes de las deseadas.

La televisión y las leyes del mercado

En realidad, se trata de; tres sistemas televisivos en los que la publicidad se ha convertido en la principal fuente, de financiación global. Ante esta situación, para las emisoras, que se basan exclusivamente o en parte en la. publicidad y que quieren obtener los mejores resultados económicos posibles, el, imperativo radica en conquistar la mayor cota posible de telespectadores, esto es, en transmitir los programas que garanticen el más alto índice de audiencia. Esto obliga a cada canal televisivo a ofrecer un tipo de programas que satisfagan el gusto medio del público. Esta regla, simple y universalmente aceptada por todas las televisiones que dependen de la publicidad en una situación de mercado, contradice los objetivos que han motivado la introducción de las leyes del mercado en el sistema televisivo.Lo cierto es que en los tres países considerados se registra una homogeneización de los programas transmitidos en las mismas franjas horarias por los diversos canales televisivos, tanto públicos como privados, y una adecuación entre ellos al gusto medio. Con la única excepción de algunos canales públicos, como BBC 2, FR 3 y RAI 3, que por vocación se destinan a una cuota marginal de usuarios y que son los únicos capaces de ofrecer una programación no condicionada por las reglas de la competencia.

Se va, pues, en dirección contraria a la prevista por el poder público: nada, o casi nada, se ha conseguido en lo que se refiere a la diversificación de la oferta televisiva para favorecer la libertad de elección del telespectador; ninguna mejora del servicio público por el estímulo de la competencia, sino más bien al contrario, una parcial nivelación con los estándares medios del público. Por lo demás, la dimensión, incluso de los mayores países europeos, sólo ofrece espacio económico a uno o dos canales televisivos que transmiten programas especializados, véase deporte, cine de calidad, música, etcétera. Y para su financiación no basta normalmente la publicidad, sino que quien quiere recibir sus programas debe pagar un abono especial, como es el caso del francés Canal Plus.

Por razones semejantes a las precedentes tampoco se han conseguido los objetivos de descentralización. Una televisión local, salvo raras excepciones, no consigue una cantidad suficiente de recursos como para producir un gran número de transmisiones de carácter local y no puede competir con los canales nacionales para obtener otras clases de programas, como, por ejemplo, películas, series, variedades, etcétera.

LA PRODUCCIÓN NACIONAL

Por lo que a la industria nacional televisiva se refiere, también se está registrando un fracaso, salvo alguna excepción en el Reino Unido debido a que desde hace bastantes años se trabaja allí para un mercado audiovisual bastante más amplio que el meramente nacional, facilitado por razones políticas, la Commonwealth, y lingüístico-culturales: países de lengua anglosajona.

Pero el resultado más frustrante ha sido que el aumento de la oferta televisiva, en lugar de estimular un aumento proporcional de la producción audiovisual nacional, ha hecho aumentar verticalmente las importaciones de programas extranjeros. Los canales televisivos prefieren recurrir al mercado internacional, EE UU, Brasil, Japón, donde encuentran productos ya contrastados y que cuestan mucho menos que los programas producidos en el propio país.

Para terminar, también el objetivo de aumentar la oferta televisiva para estimular el despegue de las redes de comunicación por cable en Francia y en el Reino Unido ha sido aplazado. Y esto es así tal vez debido a errores de política industrial o porque los potenciales inversores entienden que por ahora sólo en algunas grandes ciudades puede ofrecer la televisión por cable un balance positivo entre beneficios y costes.

El hecho no es que las leyes de la economía sean malas o feas, o que las reglas del mercado le sienten mal a la televisión. De lo que hay que darse cuenta es de que la televisión regida por la economía y por el mercado es una cosa completamente diferente de aquella a la que estábamos acostumbrados desde hace muchos años en Europa.

En esta línea, la ventaja es que la televisión se emancipa del poder político y del control del Estado, se hace más autónoma y su lógica de funcionamiento adquiere mayor transparencia y objetividad.

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