Décimo aniversario: reflexión sobre las relaciónes España-México
Las relaciones diplomáticas entre México y España no llegaron a ser significativas a lo largo del siglo XIX. Se registran cuando menos dos rupturas: una, de 1857 a 1874, lapso durante el cual España reconoció al Gobierno de Maximiliano de Habsburgo, y otra que ocurrió en 1913, cuando el proceso revolucionario mexicano se vio enfrentado en el extranjero por un movimiento de apoyo favorable a la contrarrevolución de Victoriano Huerta, que contó momentáneamente con el reconocimiento de España. Las relaciones se reanudaron en 1916, cuando por fin se consolidó la autoridad de Venustiano Carranza y se resolvieron las confusiones ocasionadas por la contienda civil en México. En general, como se ha dicho en un análisis mexicano, la tendencia histórica demuestra que en la historia de las relaciones diplomáticas entre ambos países los rompimientos se han dado en los momentos en los cuales, por las razones que sean del caso, se ha suspendido la vocación democrática de uno u otro Gobierno.Por consiguiente se puede afirmar que, por razones de la historia no sólo de ambos países, sino incluso del universo político latinoamericano en su conjunto, España y México han seguido, en materia de sus relaciones, trayectorias que marcaban la convergencia en una alianza entre afines, para lo cual, sin embargo, tenía que darse tina condición, a saber: que simultáneamente en ambos Gobiernos prevalecieran filosofías democráticas y progresistas.
Esa simultaneidad se dio por fin cuando surgió la II República española. Pero el contenido real de las relaciones que se establecieron entonces alcanzó su mayor intensidad al efectuarse el levantamiento militar contra el legítimo Gobierno de España. Nuestro Gobierno, a través de su representante en la Liga de Naciones, Isidro Fabela, invocó el Pacto de la Sociedad de Naciones y el Derecho de Gentes para demostrar que había "una agresión a la independencia política hispana", para oponerse a la política de no intervención seguida con relación a España y para sostener apasionadamente que "debería devolverse al Gobierno de España el derecho que se le impidió ejercer al no poder recibir la ayuda moral y material a la que tenía derecho como víctima de una agresión exterior".
La actitud de México se ahondó posteriormente frente al problema de los refugiados, que "no podrían regresar a su país sino para ser sacrificados por un enemigo sin piedad, al que no ha atemperado la victoria", y a los cuales, según palabras del entonces secretario mexicano de Relaciones Exteriores, se acogería no "en calidad de parias", pues "la Constitución de México no reconoce (...) sino la existencia de hombres libres, con los derechos y prerrogativas de todo ser humano y en un plan de igualdad democrática, como corresponde a nuestro régimen". Respecto a la emigración, el representante mexicano ante la Conferencia de Evian había dicho que desde el punto de vista del Gobierno mexicano se estaba ante un caso que era "una nueva y elocuente demostración de la interdependencia de los pueblos y las naciones". Entre 1810 y 1939, por lo que respecta a España, el concepto mexicano y latinoamericano de independencia se había enriquecido y complementado con el de interdependencia.
La simultaneidad en la democracia se mantuvo a través del reconocimiento del Gobierno de la Il República en el exilio, y fue el criterio en base al cual se tomó en 1977 la dolorosa decisión de cancelar relaciones con los republicanos. Como dijo el entonces presidente de México, era importante "restablecer vínculos diplomáticos con el Gobierno territorial y evitar la intermediación en las negociaciones entre los dos pueblos". En realidad, como lo expresó José Maldonado, presidente del Gobierno español en el exilio, en aquella coyuntura la legitimidad del pueblo español, ,la quien compete el poder", estaba estableciendo ya "un nuevo régimen por medio de elecciones homologables como las que se celebran en los demás países de la comunidad europea a la que España pertenece".
Las relaciones diplomáticas entre los dos países se reconstituyeron el 28 de marzo de 1977. Un mes después, el presidente Adolfo Suárez visitaba México, y al final, en un comunicado conjunto, se estableció un acuerdo político y una agenda de cuestiones para ponerse en práctica. En la visita que siete meses después hizo a España el entonces presidente de México, José López Portillo, se destacó la comunidad democrática de ambos Gobiernos respecto de principios como igualdad jurídica de los Estados, respeto a la soberanía, respeto a los derechos humanos individuales y sociales, no intervención, solución pacífica de las controversias, intercambio económico y comercial equitativo de beneficio mutuo, cooperación para auspiciar el desenvolvimiento de ambos pueblos, la colaboración respetuosa en la búsqueda conjunta de la justicia social internacional y un mejor orden económico mundial.
Con el restablecimiento de relaciones y la significativa sucesión de visitas recíprocas -los Reyes de España, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González, presidente del Gobierno español, a México; y la visita del presidente de México, Miguel de la Madrid, a España- viene la construcción del marco formal necesario para que funcionaran. El intercambio comercial entre ambos países creció 26 veces desde 1977 hasta 1982. La crisis de la economía mexicana de 1982 obligó al Gobierno mexicano a adoptar medidas que, aunadas a los problemas generales, hicieron descender los intercambios y repercutieron negativamente sobre las inversiones. Si bien todo parece indicar que a partir del presente año se está verificando un repunte.
Más allá de los intercambios económicos, España y México siguen siendo recíprocamente focos de interés importante, interés que no ha hecho más que acrecentarse en la común empresa de conmemorar el V Centenario del Descubrimiento de América y Encuentro de Dos Mundos, como reza la fórmula propuesta por México. Los intercambios culturales siguen siendo intensos e incluso rebasan el marco de los acuerdos formales para conformar en uno y otro país el clima de esa realidad que es la globalidad -más que la complementariedad- de la cultura latinoamericana.
Cabe entonces apuntar lo obvio; esto es, que no existen en lo bilateral contradicciones entre los intereses de México y España. Las coincidencias en los foros multilaterales son frecuentes, como en el caso del delicado conflicto centroamericano, donde se ha dado la solidaridad y el apoyo de España, categórico y activo, al proceso pacificador del Grupo de Contadora.
La realidad de la cultura común y los puntos esenciales de coincidencia política y de criterios filosófico-doctrinarios apuntan -en cuanto sustancia de una historia enfocada hacia un futuro compartido- a grandes posibilidades de incremento de las relaciones entre los dos países. Aún queda por concretarse multitud de oportunidades tan tentadoras como concretas en el campo económico. En el terreno político, mediante un entendimiento que sería reforzado por la relación económica, la acción concertada de los dos países ayudaría a reforzar tesis que les importan y que, como ha dicho un estudio mexicano, mantienen ambos "en favor de las probabilidades de la democracia, el desarrollo y la libertad, en el entendimiento de que resulta conveniente alentar los cambios políticos económicos y sociales imprescindibles en muchas partes del mundo a fin de asegurar un bien común sin tutelas ni sometimientos a los intereses de terceras partes". ¿Qué mejor fruto podríamos cosechar las naciones latinoamericanas que con motivo del quinto centenario descubriéramos al mundo cuán concreta y posible es la realidad de tan nobles objetivos?
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