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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La conquísta de Europa

Hoy se cumple el 30º aniversario de un día jubiloso para Europa: el de la firma del Tratado de Roma, primera piedra del proceso histórico de unidad política y económica del continente. La Eurona de hoy es muy distinta a la de hace tres décadas: no se debe sólo a la Comunidad Europea (CE), pero ésta ha desempeñado un papel fundamental en cuestiones decisivas. La reconciliación entre Francla y, Alemania, de la que nace la reconstrucción del continente, ha transformado el clima político: la guerra ha dejado de ser el gran fantasma entre los países de Europa occidental. Los conflictos se abordan mediante el diálogo, aunque sea áspero, y las concesiones mutuas. La razón, no la fuerza. Eso que hoy parece natural, representa un cambio absoluto.No puede sorprender que la CE haya conocido en sus 30 años de vida numerosas en las, que, con frecuencia, la han puesto al borde del abismo. Estaba condenada a desarrollarse en medio de la contradicción

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permanente entre la defensa por los Gobiernos de sus intereses nacionales y la necesidad de integrarlos, y hasta supeditarlos, a las exigencias de la empresa común.

Creada en 1957, la CE afronta hoy en el terreno económico una situación preocupante. La crisis azota a las poblaciones de muchos países. Pero nadie piensa ya que la solución sea disolver la Comunidad. Cada vez resulta más obvio, para los gobiernos y para el ciudadano de a pie, que ante los temas que condicionan el futuro, como el paro y la necesidad de un desarrollo tecnológico capaz de competir con Japón y EE UU, las únicas soluciones de fondo son de ámbito continental. El Sistema Monetario Europeo, en el que nuestro país no está integrado todavía, es otro de los procesos que es preciso impulsar para dotar progresivamente de unidad a las decisiones políticas y económicas comunitarias. Surge cada vez con más fuerza la necesidad de que los órganos de la CE tengan mayor capacidad de decisión. Y en este 30º aniversario es prioritario el problema de cómo pasar de una Europa todavía predominantemente económica a una Europa con personalidad y capacidad política.

En plazo breve, superados los retrasos surgidos en

Grecia e Irlanda, entrará en vigor el Acta Unica, la primera revisión del Tratado de Roma. Fija metas ambiciosas: el mercado único en 1992, una política exterior coordinada, una creciente cohesión, o sea, ' la disminución de las diferencias entre regiones atrasadas y avanzadas. En cambio, las modificaciones que introduce en el funcionamiento de la Comunidad son excesivamente modestas. Si las metas no se relegan a deseos vanos, será preciso que los órganos comunitarios vayan obteniendo, sobre todo en la práctica, un peso cada vez más determinante. El Parlamento, elegido directamente por los ciudadanos, tiene poderes muy restringidos. Un paso importante sería que la Comisión de Bruselas, que desempeña la función ejecutiva, fuese elegida por el propio Parlamento. Ello daría satisfacción, a la vez, a la necesidad -que Jacques Delors ha subrayado en estas páginas- de elevar la autoridad de la propia Comisión. Quedaría así afianzada el área propiamente comunitaria, Parlamento y Comisión, y el Consejo de Ministros, en el que los gobiernos están directamente representados, seguiría siendo el inspirador de la legislación y el órgano de control.

En política exterior, la evolución de la situación en el mundo plantea con apremio la necesidad de una auténtica acción europea común. La marginación de la CE de los problemas de seguridad, reservados hasta ahora a la OTAN, es algo artificial y anacrónico. En EE UU se anuncian cambios sustanciales. El esquema defensivo clásico, basado en el paraguas nuclear americano ante una amenaza constante de ofensiva de la URSS, que dejaba todas las decisiones en manos de Washington y Moscú, se corresponde cada vez menos con la realidad. Europa tiene que tomar en sus manos su política de defensa. Ello no implica necesarlamente el final o el abandono de la Alianza Atlántica, sino reconvertirla, potenciando los medios defensivos propiamente europeos. Algo, por lo demás, inevitable si la opción cero sigue adelante en Ginebra y la retirada de los euromisiles soviéticos y americanos se convierte en un hecho. Europa debe tener su propia política en las relaciones con la URS S y en otros campos, como América Latina, el Mediterráneo y Oriente Próximo. En este orden, la reciente iniciativa de Jacques Delors de que el Consejo de Europa estudie las últimas propuestas de Gorbachov indica un camino por el que conviene marchar de forma decidida.

En el marco de la CE se está desarrollando un fenómeno histórico sin precedentes. Nace una nueva soberanía supranacional, una entidad política continental, no por la imposición violenta de un Estado sobre otros, sino mediante un proceso de comprensión y consenso entre diversos países; seis al principio, 12 en la actualidad. Todavía es un horizonte lejano, pero no inalcanzable. No es un sueño, ni una utopía. Se trata de un proyecto que exige imaginación, esfuerzo y voluntad política. El Gobierno socialista, artífice final de nuestra integración en ese proyecto, ha demostrado hasta el momento sensibilidad y acierto en sus planteamientos europeos, pero queda aún mucho camino por andar. Merece la pena recorrerlo.

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