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Sospechosas teorías 'versus' teorías de la sospecha

El pensamiento occidental bosteza y languidece: "No me atrevo, no me atrevo". El filósofo, el sociólogo y el ensayista antes críticos -también los términos pasan de moda, y lo de crítico suena ahora a compromiso de posguerra- suelen limitarse a un balbuceo que se pretende comedido, prudente y recatado ante el espanto de tantos totalitarismos. Algunos -lo hemos leído últimamente- prefieren el silencio, la estudiosa meditación y el recogimiento; otros, más a la page, se inclinan por la tribuna y el compromiso o elaboran teorías blandas que quieren dar cuenta de la post para constatar desolados que somos ya, tan sólo, colonias de una metrópoli imperial que es donde de verdad, de verdad, pasan cosas y se cuece lo que se tiene que cocer (por lo general, la moda, con o sin arrugas).El post reniega de las teorías de la sospecha, y, así, de un plumazo (al agruparlas bajo un epígrafe que en sus connotaciones parece remitir a controles policiacos, a checas y a un indagar en el almita improcedente y clasificador), pone en entredicho y desvaloriza a las corrientes del saber contemporáneo más fructíferas, demoledoras y penetrantes, aquellas que -¡qué de prisa lo hemos olvidado!- más han -contribuido a la liberación del ser humano, o más bien a una definición del mismo (de algún modo, definir es constituir), porque integran y positivizan conceptos como razón, libertad, igualdad y capacidad de transformación, al ser deudoras del pensamiento de la ilustración y del lúcido legado de la filosofía hegeliana.

El marxismo y el psicoanálisis han pasado así a ser teorías de la sospecha y, al condenarlas, se pone el énfasis en el ya denigrado determinismo, sin querer recordar que ambas teorías plantean una actitud y una opción crítica que permite precisamente asentar la tolerancia, el respeto por el hombre y la suspensión del juicio (entiéndase sumarísimo o de primera instancia, pero además aquel que lleva a racismos, guetos, confinaciones clasistas o elitistas, etcétera). El hombre, a partir de la luz que aportan sobre él el marxismo y el psicoanálisis, no es ya un ser hecho de una vez y para todas, sino un conglomerado de posibilidades desarrolladas o no a partir de determinados condicionantes que nunca son rígidos, ya que pueden implicarse, interrelacionarse y modificarse, y, lo que es aún más importante, que nos permiten entender y explicar, al tiempo que impiden la condena y la valoración encasilladora... destruyen el "sin remisión".

Nuestros teóricos beben también -o más bien sorben- del pragmatismo americano tanto en política como en sociología, economía o moral (llámese ética por llamarlo de algún modo), concepción del mundo que tamiza así toda la contemporanidad a través de los medios de difusión y que se basa, en último término, en una esquemática aplicación de viejas teorías spencerianas y un darwinismo del Reader Digest, que recoge los viejos planteamientos de Hobbes y piensa al mundo y a la sociedad como un, remate de la ley de la selva o más bien como un "sálvese el más fuerte".

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Los viejos principios del liberalismo pragmatista pasados por el tamiz de un ingenuo puritanismo bíblico ha n creado un cómodo esquema de comportamiento que ha pasado a Nietzsche por el rasero de John Wayne y que conjuga maravillosamente la simpleza del buen salvaje machista y demoledor, que sabe batirse con los puños, con una ultravaloración del éxito personal basada desde luego -democracia habemus- en la-libre competencia y en una cierta confianza en el trapicheo y en la moral del gánster, que resulta simpático, atractivo y triunfador siempre que sepa jugar con los guantes puestos y lleve colonia -de hombre en la pechera. El ideal americano se basa en el "hágase usted mismo" y en un cierto elitismo de baronía y compincheo, que ha terminado por fascinar al viejo intelectual europeo que, con sentido de culpa y descorazonado ante la oleada de sistemas totalizadores y globales, se encharca en sueños de democracia formal y comienza a regurgitar teorías blandas y Horiconas sobre la comunicación y el "amémonos los unos a los otros".

El filósofo y el sociólogo se hace de su p... pluma un lío y se siente paleto ante el despliegue tecnológico (¡ah, la ciencia!) del imperio y parece avergonzarse de ser depositario de toda una tradición que sentó las bases para una concepción del hombre y del mundo justa e igualitaria. Como el marxismo -convertido a su vez en manual para políticos pragmáticos (parece que política y pragmatismo van siempre de la mano), en esquema rígido y en catecismo- permitió o más bien fue utilizado para justificar sistemas totalitarios y mundos concentracionarios y, paralelamente, el psicoanálisis pasó a ser sustituto del sacerdote expurgador y refugio para señoras desocupadas, se acomplejó y prefirió olvidar toda la potencia teórica y crítica contenida en la obra de Freud y de Marx.

El político aprovecha así esta desgana del intelectual, esta apatía desencantada, ese "estar de vuelta" -que no es más que un modo de reciclarse en un seudopensamiento de fascículos o tertulias televisivas- y se apoya en la teoría seña de la verdad, en los números, en la estadística y en eso que se llama macroeconomía. La vieja Historia con mayúsculas (que sirvió en mala hora para justificar tantos desmanes) ya no es esgrimida por nadie. Ahora se habla de porcentajes y de productividad, y se da por supuesto que. 30.000 hombres más en la calle son una cifra ridícula si se piensa en el Desarrollo y la Modernidad (son los dos nuevos tópicos, también con mayúscula, que siempre, desde luego, como antes la Historia, han de medirse en ciclos largos).

La curiosa amalgama que se produce en el político, que partió de esquemas marxistas mal asimilados y se recicló más tarde en una feroz economía liberal y en una filosofía de "sálvese el que pueda", da como resultado una sorprendente mezcla de neofascismo y proteccionismo dieciochesco de aquel de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo".

Los viejos humanismos se dan por viejos y superados: se descartó primero el ideal cristiano -que en su catolicidad llevaba implícita la idea de universalidad e igualdad-, ya que no se sustentaba en el hombre, sino en la trascendencia. Se descartó también el viejo ideal de la ilustración, que añadía el ideal de libertad como irrenunciable y reforzaba el de igualdad y fraternidad, y, después, de esa idea de fraternidad solidaria, se borró también toda la aportadión de las teorías sociales-revolucionarias que pasaban a considerar al hombre como un ser libre e igual, capaz de desarrollar todas sus potencialidades (que son infinitas) en un sistema que le favorezca y capacite para ejercer su ideal igualitario-transformador.

Entretanto, los filósofos lloran avergonzados los desmanes de feria de una generación que se quiso crítica y terminó ahogando a la señora en un arrebato o muriendo de forma poco noble, tras mucho hablar de la sexualidad y el micropoder, como si la nueva plaga, la innombrable y poco respetable SIDA, hubiera puesto una nota ridícula y para la Prensa que venía a ser como un broche romántico, un punto y final a la tarea de pensar, quedando un "lo demás es silencio" que ha amordazado y triturado a la razón en estos últimos años.

Surgen teorías de relleno, teorías que recogen las migajas de antiguas teorías liberadoras. Teorías que quieren ocuparse de lo grupal, lo sectorial, en plan comunidades de vecinos que se desvelan por la pureza del parterre, reduciendo a farsa aquella concepción de la calidad de vida de los ya olvidados situacionistas. Surgen también teorías eclécticas, de todo cabe, con seudoconceptos que se desmoronan al primer análisis y un batiburrillo de planteamientos para revista de gran tirada. Están de moda los elitismos de salón y reverberan los discípulos de un voluntarismo machista, competitivo y en el fondo de telefilme de sobremesa. Lo social es de mal gusto, decadente y huele a berza.

Y, sin embargo, volver a recoger los viejos pero todavía no agotados análisis de la escuela de Franfort, pensar de nuevo desde Marx, podría servir para dar cuenta de ese desbarajuste de comodines ideológicos que sirven de pantalla para una rápida, acelerada colonización cultural, que (¡cómo suena de antiguo!) no es más que una nueva y más brutal colonización económica... Teorías, no de la sospecha, Pero que hacen sospechar e impulsan a indagar de nuevo debajo (¡ay, las sobredeterminaciones y todo lo demás", en lo que las sustenta, para desvelar lo que están defendiendo y sosteniendo con su aparente inocuidad, su modernidad y su oportunismo. No es fácil enfrentarse al dragón, pero una de las pocas tareas del pensamiento que vive de eso y se ejercita es tal vez la de esgrimir la espada de San Jorge y tratar de observar qué hay en la gruta y quién y cómo es la princesa que se pretende rescatar.

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