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La cábala de los reprimidos

Después de la excepcional maestría del servicio de orden del que había dado prueba desde las manifestaciones estudiantiles, Pasqua había sido puesto en cuarentena por el primer ministro. Para conservar a Pasqua en el Gobierno era preferible que su caso no empeorara. Fin del silencio: aquí está Pasqua otra vez. Esta vez ha oído algunas voces, las de los ciudadanos disgustados. Su sangre se ha helado en sus venas: si tuviera que haber un Tartufo en el equipo de Chirac sólo podría ser él.Según lo acostumbrado ha estado perfecto en su papel: pretendiendo gobernar sobre los sentidos de los franceses, mediante medidas administrativas, ha sometido a la mayoría gubernamental a un gran esguince, particularmente doloroso en la entrepierna. Con toda seguridad Pasqua no ha visto transcurrir el tiempo desde la bendita épocadel general De Gaulle. Si el primer ministro se interroga respecto a su porvenir presidencial, existe para él un medio radical de no sufrir más angustias a este respecto: sólo le hace falta pedir a Charles Pasqua que tome una iniciativa diaria y -añadir enseguida que la aprueba. Eficacia garantizada. Desesperado por las malas notas en economía de Chirac y por las no menos malas notas en los sondeos, al querer hacerlo bien, Pasqua, como siempre, ha preparado cuidadosamente medidas excitantes para hacer que una hipotética mayoría moral se estremezca.

, 22 de marzo

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