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El socialista Mitterrand y el conservador Chirac logran compartir la dirección política francesa

Lluís Bassets

Durante un año, un presidente de la República elegido por una mayoría de izquierdas, François Mitterrand, y un jefe de Gobierno elegido por una mayoría de derechas, Jacques Chirac, han conseguido convivir, mal que bien, en la dirección de la política francesa. Ésta es la noticia que ocupa los mejores espacios de los medios de comunicación desde ayer, 12 meses después de las elecciones generales que llevaron a la cohabitación.

Mitterrand, muy en su papel, no ha hecho ninguna declaración con tal motivo. Chirac, en cambio, publicó ayer un artículo en el diario conservador Le Figaro, en el que asegura que si hubiera rechazado la cohabitación, "Francia habría conocido el desorden, las querellas políticas, incidentes de toda naturaleza, elecciones repetidas, que habrían hecho perder como mínimo seis meses y, probablemente, una crisis de régimen". Paul Bocuse, el chef de cocina lyonés, ha decidido contribuir también al aniversario con la creación de un plato para tal circunstancia, las Codornices al Elisée-Matignon.El palacio del Elíseo, sede de la presidencia, situada en el elegante faubourg Saint-Honoré, al lado de las grandes tiendas de la rive droite, es el símbolo del poder socialista, que mantiene su presencia en la vida política gracias a los siete años de mandato de Mitterrand. El palacio de Matignon, sede del primer ministro, en la rive gauche y no lejos del Barrio Latino y del meollo de la vida estudiantil, es el símbolo del poder conservador. Entre los dos palacios y en la disputa de competencias, honores protocolarios y méritos históricos, se ha desarrollado el año de cohabitación que ahora se celebra.

Mitterrand ha sabido defender con uñas y dientes sus competencias sobre política exterior y defensa, su derecho a negar la firma a los decretos-leyes y su facultad de nombramiento de algunos altos cargos, frente a la avidez de poder de su compañero de cohabitación, y ha conseguido que los franceses aceptaran sus reprimendas públicas a la política conservadora. Chirac ha conseguido emprender una parte nada despreciable de sus reformas, principalmente las económicas. Pero, sobre todo, ambos han sabido encontrar un equilibrio sólo turbado de tanto en tanto por incidentes con más proyección en el horizonte de las presidenciales de 1988 que en la política francesa de cada día.

Celos y envidias

La cohabitación es también una cuestión de celos y envidias, que tiene su reflejo en lo más formal de la política, el protocolo. En muchos aspectos recuerda los problemas de campanario entre las administraciones central y las autonómicas en la política española. Hay exposiciones que se inauguran dos veces y plazas reservadas a un solo representante francés en reuniones internacionales que tienen que doblarse.Pero la cohabitación no es cosa de dos, sino de dos equipos humanos: de una parte, el consejo de ministros; de la otra, el grupo de consejeros y asesores presidenciales, verdaderos ministros paralelos de Mitterrand. La cohabitación ha tenido también como protagonistas a los ministros, que se han visto desautorizados o premiados con una frase del presidente. Sólo Chirac y el ministro de Estado y número dos del Gobierno, Edouard Balladur, se han ahorrado el espectáculo de recibir notas escolares a su gestión. Balladur, porque es un caso aparte. "Mientras usted esté ahí yo estoy tranquilo", le dijo en una ocasión el presidente. Chirac, porque nadie sabe nada de sus despachos mano a mano en el Elíseo, en los que el ex fumador que es Mitterrand le tiene prohibido encender pitillos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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