'Camellos' al desnudo
La Coordinadora de Barrios hace público un secreto a voces: la existencia de puntos estables de tráfico de drogas
Orcasitas, al sur de Madrid, es un caldo de cultivo para los camellos. La zona más castigada es la conocida como Orcasur, con más de 20.000 habitantes. Basta cruzar la carretera de Carabanchel a Villaverde para toparse con el Rancho de El Cordobés, un gueto en donde las chabolas y sanquis (viviendas prefabricadas) se codean con turismos flamantes. Muchos se preguntan cómo familias que vivían en la más completa miseria han subido como la espuma. La respuesta está en los barrios de al lado.En la Meseta de Orcasitas -unos 12.000 habitantes-, hasta las ventanas de un octavo piso están protegidas con verjas metálicas. La gente está atemorizada. La espiral de la droga comienza en datos que hablan por sí solos: un 37% de parados, el 30% de su población analfabeta y el 70% de fracaso escolar. Las jeringuillas caen de los balcones y los yonquis se pinchan en la plaza central.
Los camellos (vendedores) están diseminados por el barrio. Sus intermediarios se desplazan por calles y bares según las épocas. De la Gran Avenida pasaron a la plaza de las Asambleas, de allí a la calle del Rancho... Aquí paran últimamente. Están a la espera, agazapados en furgonetas o pululando por los bares para llevar al yonqui hasta los pisos de venta. La plaza del Movimiento Ciudadano o la calle del Empleo Juvenil son los lugares más concurridos.
"La policía no actúa"
"La policía les conoce, pero no actúa", señala un vecino. "Lo más que hacen es darse una vuelta en el coche patrulla para ahuyentarlos. La gente no les denuncia ya por temor a represalias o por cansancio".
"Todos nos conocemos", sentencia otro vecino. "Muchas familias vivían antes de la venta ambulante, pero la policía les perseguía y se han pasado a la droga. Esto es un cáncer que nadie quiere extirpar".
Los camellos de Campamento barrio del distrito de Latina con 22.000 habitantes, están intranquilos estos días. Varios vecinos se pasaron por la comisaría para hablar de lo de siempre: camellos por todas las partes. Esto sucedía hace dos semanas. Desde entonces, según los vecinos, los camellos aparecen menos por la plaza de Patricio Martínez, junto a la carretera de Extremadura, que se había convertido en un nido de traficantes. "Han volado, pero no tardarán en volver; a lo sumo tres meses", afirma, resignado, un vecino.
Los 170.000 habitantes del distrito de Hortaleza, al norte de Madrid, viven bajo el signo del paro, arracimados en muchos casos en infraviviendas. La primera lista divulgada por la Coordinadora de Barrios ya ha surtido aquí su primer efecto: el bar Manhattan, en el número 76 de la calle de Mota del Cuervo, cerró temporalmente tras ser de nunciado como punto de tráfico de drogas. Un camarero reconoció que hace una semana se produjeron detenciones por tráfico de drogas en el inmueble.
Los dueños del bar Amalia, en la calle de Acebedo, no se escandalizan si les preguntan si su local es un punto de venta de droga. Dan a entender que ellos no controlan lo que hace la gente. Son situaciones que están al orden del día no sólo en los barrios periféricos. Malasaña o la plaza Mayor, en pleno corazón de Madrid, son otras de las zonas más castigadas.
Los lugares que ahora ha hecho públicos la coordinadora eran bien conocidos en cada barrio. Varias asociaciones vecinales del sur y del centro de Madrid afirman haber comunicado a comisarías, juntas municipales, Delegación del Gobierno e incluso Presidencia del Gobierno los sitios donde se trafica con drogas.
Vecinos y comerciantes han recibido amenazas cuando las denuncias se han hecho públicas. Los cierres masivos y manifestaciones de protesta son el único escudo que parece quedar contra la inseguridad ciudadana. El encierro simbólico que se mantiene durante este mes en la parroquia de San Carlos, en Entrevías tampoco ha escapado a las amenazas, y algunos ex toxicómanos que ahora colaboran con la coordinadora han salido de viaje.
La espada y la pared
La iniciativa de la coordinadora, según todas las impresiones, parece que ha cogido de sorpresa a la policía. Por primera vez, ex toxicómanos, las madres de éstos, educadores de calle, sacerdotes, vecinos en general, han tomado la iniciativa y han llevado las denuncias no por la vía judicial -donde casi invariablemente se difuminaban-, sino por la vía parlamentaria. Por fin han conseguido lo que querían: que el tráfico de drogas y la existencia de policías presuntamente implicados en el tráfico se trate como un tema de ámbito político y salte descaradamente a la opinión pública.
Todavía el jueves de esta semana altos mandos policiales, reunidos discretamente, sostenían la opinión de que "las denuncias contra la policía hay que demostrarlas". Ésta es precisamente la postura que la Coordinadora de Barrios y muchos otros colectivos califican como una pantalla de la policía para protegerse a sí misma y no entrar a lavar sus trapos sucios.
"¿Quién sino la policía tiene capacidad para investigar los casos de corrupción en su seno?", dice un portavoz de la coordinadora. "Nuestros datos son fiables. Provienen de ex toxicómanos que hace pocos meses estaban en el tráfico y conocen el ambiente desde dentro. La policía quiere que esos jóvenes den la cara, pero no les ofrecen garantías de que luego no se la van a partir". Esta inhibición policial fue explicada a otro nivel por el anterior fiscal especial de lucha contra la droga, José Jiménez Villarejo. Al dimitir se quejó de falta de colaboración por parte de los mandos policiales.
Otro de los aspectos denunciados es la preocupante inclinación de los policías a acosar a los pequeños camellos de calle, que trafican prácticamente para pagarse sus propias dosis. Para la coordinadora está claro que el objetivo de las comisarías debería ser los camellos importantes de cada barrio.
Las sospechas surgen cuando se comprueba que los policías quitan la droga a los heroinómanos que acaban de adquirirla en un piso concreto, conocido en todo el barrio, sin que a ningún agente se le ocurra subir a la vivienda en cuestión y hacer un registro. Y la opinión de los conocedores del tema es tajante: "Mientras no se acabe con los grandes traficantes, detener a los camellos callejeros no es más que el chocolate del loro".
Por de pronto, un grupo de vecinos ha dejado a algunos camellos al desnudo.
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