Todo fue tan rápido que nadie pudo usar los salvavidas
I. C., Todo empezó con un enorme ruido, según el capitán hospitalizado del barco, pero para otras personas nada anómalo había ocurrido cuando el barco comenzó a inclinarse. Los rescatados coinciden, sin embargo, en señalar que el transbordador se hundió con una rapidez tan asombrosa nue no les dio tiempo ni a usar los chalecos salvavidas, ni a desatar las lanchas amarradas al casco. Así empezaba la mayor tragedia ocurrida en el canal de la Mancha y el mar del Norte desde la II Guerra Mundial. A partir de entonces, "aquello fue el sálvese quien pueda", según relató un pasajero.
"En tan sólo seis o siete minutos, el agua invadió el restaurante" del buque, recuerda Susan Hames, pasajera entrevistada por el diario belga Le Soir. De igual forma, unos jóvenes rememoran en voz alta ante los micrófonos de la radio escenas en las que "la luz se apagó, los niños gritaban, el nivel del agua aumentaba y nos subíamos a los taburetes para evitar ahogarnos".Mientras estos jóvenes viajeros se empinaban sobre las sillas, chóferes de camiones que acostumbran a hacer la travesía en la cabina o algunos turistas que permanecían en sus coches aparcados habían fallecido ya en la bodega del trasbordador por donde entraban imparables trombas de agua que hicieron rápidamente volcar al navío sobre el costado. Dos terceras partes del barco quedaron sumergidas.
Los 120 vehículos que se encontraban a bordo del Herald of Free Enterprise -entre ellos varios camiones cargados de productos peligrosos- resultaron proyectados los unos contra los otros en el momento del naufragio, según señaló un superviviente holandés.
Aunque la causa del accidente no ha quedado aún establecida, la hipótesis que más barajada sostiene que un choque, probablemente con un espigón, rompió el casco y que bastó con que entrase un poco de agua por ese boquete para que a través de una de las puertas de la bodega que permanecía abierta -se suele cerrar poco después de zarpar- se inundase la parte inferior del buque.
A medida que el Herald of Free Enterprise se inclinaba de costado a la salida del puerto belga de Zeebrugge -bastó que el agua alcanzara los 15 centímetros para que perdiese el equilibrio-, el pánico cundía a bordo del buque y, según otro testigo, "la norma de evacuar primero a las mujeres y niños ni siquiera empezó a ser respetada". "Aquello", añadió, "fue el sálvese quien pueda".
Pero si el miedo y la histeria fueron la norma general también hubo excepciones como la de Clifford Burne, un londinense de 22 años de edad, que logró mantener a flote a un recién nacido hasta que un equipo de rescate rompió desde el exterior el ojo de buey a través del cual él y su protegido salieron al aire libre.
La ruptura violenta de cristales provocó arañazos a más de un pasajero pero era idispensable para salvarles.
"Tuvimos que hacer saltar las ventanillas", explicaba un socorrista, "para dejar caer cuerdas con las que se izaron personas atrapadas que no estaban demasiado maltrechas y después nos introducidos nosotros mismos en algunos compartimentos para atar a los heridos al cable y extraerles de un barco que amenazaba con convertirse en su tumba".
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