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El retiro

Fue ese joven inglés alto y rubio y de nombre aristocrático quien echó, rodar la bola, el bulo, el balón. Lo que se quiera. Vino a verme para hablarme del seguro. Era, ya lo habrán adivinado a pesar de su acento y de su aspecto, un agente de seguros. Había asegurado mi casa, pero no podía asegurar mis libros. Me había asegurado a mí y a Miriam Gómez, claro, pero los libros no eran, asegurables por que yo poseía (ésa es la palabra) varias primeras ediciones (una, por ejemplo, era la del Ulyses, de Joyce) que no debían estar entre mis libros en la biblioteca, sino aparte. Otras como mis libros cubanos y es pañoles) tenían un valor para mí que era, per sus autógrafos en parte, más sentimental que real. Quién evalúa una primera edición de Cuentos para mis amigos, de Silverio Lanza, gracias al cual yo también fui amigo deI jeque de Getafe? ¿Quién sabe lo que vale el Libro sin tapa, que prefiguraba el paper back, de Felisberto Hernández? ¿O una primera edición de los Cuentos fríos de Virgilio Piñera? No mi agente de seguros seguramente.Al irse, ahora más alto y más rubio, mi agente me obsequió con lo que se llama en inglés un parping shot, que equivale a nuestro tiro de gracia. "¿No ha pensado usted en el retiro?". ¿En qué? "En retirarse: dentro de tres años tendrá usted 60. Ésa la edad en que se retiran las mujeres en Inglaterra". No me dio tiempo a aclararle lo obvio: no era una mujer. "Pero los hombres también se retiran", me informó. "Ahora a los 65. Piénselo". ¿Cree usted que lo pensó Cervantes? "¿Quién Cervantes, el autor de El Quijote. Quick shot.

Cervantes escribió la primera parte de El Quijote a los 58 años, pero no completó la segunda parte hasta 1615. Cualquier alumno de segundo grado sabe que había pasado hace rato los 60 y aun la edad de los hombres cuando produjo lo que para algunos lectores no sólo es la culminacíón de su obra maestra, sino un libro más apasionante tal vez que el primer Quijote.

Es cierto que por la misma época en en IngIaterra hay un mal ejemplo. William Shakespeare, dramaturgo renuente, se retiró a su casa de Stanford a los 58 años. Como en todo, Shakespeare tuvo un sentido de la oportunidad pasmoso. Sólo tres años más tarde ardía el teatro El Globo, donde se estrenaron todas sus obras, donde se estrenó su última pieza. La tempestad. Pero hay otros que fueron más persistentes. Milton, por ejemplo, después de su desastroso pasado político (que por poco le cuesta, como a Tomas Moro, la cabeza: por religiones opuestas pero casi por las mismas razones de Esetado), escribió su obra maestra, Paraíso perdido, cuando casi tenía 60. Milton, como Borges, hijos de Homero, estaba ciego desde hace 15 años y como Borges no encontró en la ceguera motivo de ctiro sino de renovada actividad, aunque la ceguera no mala, es un motivo de retiro forzoso, pero no para un escritor.

La media de vida en Estados Unidos y en Inglaterra es de 76,8 para los hombres, y 81,5 para las mujeres. Las mujeres siempre eternas, pueden esperar vivir en Inglaterra hasta pasados los 80. Los hombres sólo 75,5 años, y eso en Inglaterra y Gales, que nadie sabe cuánto puede vivir un escocés entre sus faldas, el ahorro enriquecedor el alivio del whisky. Lo que más matar a un hombre (y a veces a una mujer) entre Inglaterra y Gales son las enfermedades isquémicas del corazón, los trastornos cerebrovasculares y, malvada miscelánea de cánceres. Fuera de Inglaterra algunas opiniones políticas pueden ser mortales. Trotski, por ejemplo murió o fue asesinado cuando acababa de cumplir 70 años. Pero otros díscolos en otras épocas fueron menos mortales A los 60 Platón fue invitado a Siracusa por el tirano Dionisio para poner a prueba sus Ideas sobre el Estado. Por menos que eso su maestro Sócrates fue sentenciado en Atenas al retiro más violento; tenía 70. Su contemporáneo Esquilo fue condenado a muerte por los mismos dioses que había ayudado a crear: le cayó una tortuga en la cabeza. Un águila que pasaba por arriba confandió su calva con una roca. No es una muerte digna, ni siquiera dígna de creer, pero es deliciosa a la manera de Tom y Jerry. Gengis Jan, bien hurnano, quería eliminar la porción adulia de las poblaciones conquistadas y mataba. a cada prisionero que fuera más alto que el eje de una carreta. Uni día en Kilguiz encontró una aldea poblada sólo por enanos.

Hay que considerar con cierto ardor que Torquemada fue nombrado gran inquisidor a los 63 años, y a los 64 escribió su infame manualsobre córno proceder con una Inquisición, libro de cabecera de Stalin. Heinrich Himmler pescía una primera edición. A los 6,3 años el pintor favorito de los escritores modernos, Goya, completa Los desastres de la guerra.

Michel de Montaigne (que una vez se conoció en España como Miguel de Montaña) tiene algunas opiniones sobre el retiro en fecha tan temprana como 1580. "Enviar hombres al retiro", comenta, "antes de los 55 a los 60 me parece poco razonable. En mi opinión, nuestra vocación o nuestro empleo debe extenderse tanto como sea posible por el bien público, pero encuentro una falta en la parte contraria: que no nos emplean suficientemente (detesto los adverbios terminados en -mente: la confesión es mía, no de Montaigne) temprano". Rodin, tan famoso maniaco sexual como escultor, a los 72 años explica así su furor ante vaginas: "Una mujer que se desviste, ¡qué maravilla!, es como el Sol al atravesar las nubes". Su contraparte inglesa, Henry Moore, exculpe sus mejores piezas con sus 60 cumplidos, pero no habla de desvestidos. Verdi compone su Otelo a los 73 años. Para bien o para Marx, Karl el Moro termina su El capital a los 61 años Tolstoi pone punto final a su Sonata a Kreutzer también a los 61 años, v a los 57 había terminado lo que muchos creen su obra maestra, La muerte de Ivan llich.

¿A qué seguir, amigo agente? Si usted no conoce la hipótesis de que mucha gente muere a causa de su retiro, en lo que se conoce como el Síndrome del Retiro Súbito, debo citarle uno de los documentos más conmovedores contra el retiro hecho por un desempleado: "El 13 de septiembre de 1944 cumpliré 70 años edad. En esta fecha -de acuerdo con las regulaciones- tendré que retirarme de profesor de musica de la universidad de California en Los Angeles. Como mantuve esta posición sólo por ocho años, recibir una pensión de 38.00 dólares (38 dólares) al mes, con la que se supone mantenga mujer y tres hijos".

La nota está escrita por aquel que muchos consideran el más grande compositor austria o después de Mozart, por quien Stravinski llamó "tal vez el más grande de todos nosotros" y al que Frederick Mierdita, director de la orquesta de la Ópera de Viena, declaró: "¡Un genio! ¡Sin duda un genio era Arnold Schoenberg, que en Los Ángeles, reducido a dar clases de música privada, recorría las calles chandlerianas cargando un estuche de violín. Dentro llevaba no un Stradivarius ni una ametralladora, sino una raqueta de tenis y dos pelotas. Un símbolo senil de creatividad, tal vez para su compatriota Simon Freud, que nunca abandonó su puesto junto al sofá de los sueños.

No le dije nada de esto a mi ingente agente, por supuesto, sino que repetí el nombre de Cervantes y mi agente secretario preguntó azorado, "servants?", confundiendo Cervantes con sirvientes. Tuve que decirle que no tenía ninguno, que Cervantes era más bien mi maestro, usando la frase tantas veces repetida por Renfield al invocar al conde Drácula: "¿Master!". Cervantes, aquel que con un pie en el estribo, como él dijo, siguió escribiendo y aún, si terminara la Galatea, como se proponía, seguiría con proyectos tan tentadores como Las semanas del jardín. "Ayer", confesaba Cervan.tes, "me dieron la extrema unción y hoy escribo ésta".

Para Cervantes, como para el verdadero escritor, no ha y retiro. Sólo la muerte con su más larga espada puede cortarnos la pluma. Retirarse es morir un poco.

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