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Reportaje:

La santa impunidad de 'monseñor dólar', en entredicho

Marcinkus considera que la Iglesia no se puede dirigir sólo con avemarías

Juan Arias

A Paul Marcinkus le llaman monseñor dólar. Ha afirmado siempre, como una constante en su actividad bancario-religiosa: "No se puede dirigir la Iglesia sólo con avemarías", y también que su obligación como presidente del Instituto de Obras de la Religión (IOR), el banco del Papa, es invertir el dinero que se le confía donde rinde más. Es el arzobispo más famoso de la Iglesia católica, y desde hace 18 años el depositario de los secretos bancarios de la Santa Sede, que en muchos casos no los conoce ni el propio Papa. No los conocía ya el papa Montini, como confesó a este corresponsal el difunto cardenal Giovanni Benelli cuando era sustituto de la Secretaría de Estado.

Paul Marcinkus, que mide casi dos metros de estatura y calza un 48, prefiere desde hace poco beber vodka en lugar vez de whisky. Pero polaco, no ruso, porque, como el papa Wojtyla, y quizá más que él, el banquero de Dios es sobre todo profunda y visceralmente anticomunista y, por sus orígenes lituanos, también antirruso. Se trata de una personalidad de primera fila de la Curia romana a la que quieren enviar a la cárcel los jueces italianos con un mandato judicial que en España se llamaba una vez de caza y captura.Se afirma que sólo por un milagro de la providencia Marcinkus se ha librado de la detención. Era el 23 de febrero pasado. Los guardias de finanzas, con el mandato judicial en el bolsillo, se presentaron, bajo la lluvia, en su habitación oficial, la que figura en el Anuario Pontificio, en la tranquila calle La Nocetta, medio escondida en el verde de Villa Pamphili, no lejana del Vaticano. Desde hace tiempo, Marcinkus vive dentro del Vaticano, pero ha seguido manteniendo su antigua y recogida casa, donde aún se refugia de cuando en cuando. Los guardias se presentaron a las seis de la mañana, pero aquel día el banquero del Papa había madrugado y había dejado su piso a las cuatro de la madrugada.

Ahora el Vaticano se ha atrincherado para defenderlo en una especie de santa inmunidad que Mussolini concedió a las personalidades más destacadas de la Curia Romana. Y se insiste en que la Santa Sede no tiene conocimientos de que existan hechos nuevos que justifiquen la grave decisión de los jueces de Milán de capturar a monseñor Marcinkus y a sus dos más estrechos colaboradores.

Una llave

Sin embargo, según informaciones que aparecían ayer en casi toda la prensa del país, lo que ha vuelto a crucificar al presidente del IOR ha sido una famosa llave, pequeña, hasta ayer escondida y secreta, que abría una caja de seguridad protegida de un banco suizo y donde, según dichas informaciones. Calvi y el Vaticano ocultaban toda una serie de documentos que confirmaban los negocios pocos claros realizados por el suicidado Calvi y por el buscado Marcinkus en los paraísos fiscales de las lejanas islas de las Bahamas, donde el banquero papal solía pasar, como ha declarado la viuda de Calvi, sus veranos con ella y su marido.Uno de los puntos neurálgicos de las empresas bancarias de Calvi y Marcinkus, consideradas hoy delito por los jueces, era el Banco Overseas, de Nassau (Bahamas). Y, curiosamente, el presidente del IOR -cuando aún era además organizador de los viajes papales y gorila personal de los pontífices-, durante el primer viaje internacional de Juan Pablo II rumbo a Santo Domingo y México, hizo hacer al avión papal una misteriosa escala técnica de dos horas en Nassau. Era el 1 de febrero de 1979. Entonces los periodistas que acompañaban al Papa no entendieron el por qué de aquella parada. Hoy, cuando se ha sabido que Marcinkus era miembro del comité ejecutivo del citado banco, todo resulta más claro.

El por qué sólo ahora las autoridades de Suiza han permitido a los jueces italianos hacer uso de la misteriosa llave para analizar los documentos secretos escondidos es aún desconocido, pero no cabe duda de que la nueva actitud de los suizos ha ayudado mucho a la investigación judicial milanesa.

No ha sido, pues, como se pensó en un principio, Francesco Pazienza, el poderoso personaje brazo derecho de Licio Gelli y de Roberto Calvi, organizador de unos servicios secretos paralelos con la ayuda de los servicios secretos militares italianos (SISMI), cuyos principales jefes estaban todos afiliados a la Logia secreta Propaganda 2, quien con sus confesiones ha empujado a los jueces a sus últimas decisiones. Si acaso, han dado a entender los magistrados, las últimas investigaciones y los últimos documentos descubiertos han dado la razón a las declaraciones de Pazienza.

Declaraciones que, por otro lado, parecen poner de relieve tanto la lucha interna dentro del Vaticano por el caso Marcinkus, como el hecho de que incluso las altas autoridades de la Santa Sede mantenían relaciones estrechas con los servicios secretos militares italianos y con este misterioso y turbio personaje que es Pazlenza, hoy en la cárcel, acusado de estar involucrado en la matanza de la estación de Bolonia junto a los neofascistas.

El informe de casi 200 páginas entregado por Pazienza a los jueces, y sus interrogatorios durante el verano pasado días y noches enteros, cuentan, por ejemplo: en la primavera de 1981 el problema de fondo era el enfrentamiento entre Casaroli (el actual secretario de Estado vaticano) y Marcinkus". Enfrentamiento, dice el documento, "que se acentuó tras el atentado al Papa de mayo de 1981, cuando Casaroli, asumiendo mayores poderes, pudo contrarrestar mejor a Marcinkus". Pazienza afirma que fue precisamente entonces cuando se estableció la quiebra del Banco Ambroslano "en cuanto", escribe Pazienza, "se le quitó a Marcinkus todo poder de intervención".

Lucha con Casaroli

La lucha entre Casaroli y Marcinkus ha estado siempre latente. El secretario de Estado ha insistido siempre ante el papa Wojtyla para que, por lo menos, le quitase al polémico arzobispo la presidencia del IOR. Para ello, en estos años, el fino diplomático italiano había planteado varias propuestas, entre ellas una reforma a fondo del IOR, que es un banco demasiado atípico, sin ningún control por parte del Estado italiano, que recoge las cuentas corrientes de todos los institutos y congregaciones religiosas del mundo, y cuya cuenta número uno lleva el nombre del papa Juan Pablo Il. Pero es también un banco a través del cual, se dice, muchos italianos han podido impunemente trasladar divisas al extranjero y que se ha prestado a operaciones Ilegales, como denuncian ahora los jueces. Pero el Papa ha defendido siempre a su banquero, y todos los proyectos de Casaroli se han quedado en el tintero.

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