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La pareja terrorista que amaba a los animales

La 'bucólica' existencia de dos activistas de Acción Directa en un pueblo de la 'Francia profunda'

Lluís Bassets

Una extraña pareja. Ella trabaja de documentalista para una empresa de Bruselas. Nada se sabe de él. Aman a los animales. Desde que llegaron a Vitry-aux-Loges, en la Francia profunda, ella aprende cómo criar cabritillos, gallinas y patos. La granjera vecina le ha enseñado a ordeñar vacas. Ellos dos, y sus dos amigos que a veces están en la casa de campo, son aficionados a las aves. Observan el cielo y los árboles con prismáticos. Ella tiene debilidad por los hámsters y compra regularmente pipas de girasol para alimentarlos. Pero son miembros de Acción Directa y forman el dúo de terroristas más buscados de Francia. El pasado día 19, la policía acabó con su bucólica existencia.

Ni una queja; pagan religiosamente cuanto compran. También el agua y la luz. El alquiler, muy elevado para esta región, lo liquidan en metálico: 4.500 francos exactamente (unas 90.000 pesetas). Su casa es grande y espaciosa. Está situada lejos del pueblo, en un camino entre una carretera vecinal y un camino de sirga que bordea el canal. Un sitio perfecto para esta gente joven que quiere abandonar la ciudad y vivir en contacto con la naturaleza. "No nos podemos quejar y nos pagan bien por nuestro trabajo", le cuenta ella a la vecina.Son amables, ella sobre todo. A veces ayuda a una de las campesinas a colocar a su vieja madre en la cama. Por Navidad le regala una caja de chocolatinas. Ella es simpática y dulce. Hablan de todo, menos de política. Quizá se les escapa un gesto hosco cuando algún campesino de ideas conservadoras les incita a comentar los últimos acontecimientos. Son Nadine y Robert una pareja estupenda, entre los 30 y los 35, que no molesta a nadie y que parece vivir perfectamente integrada, circunspecta y sin vida social, en este pueblo cercano a Orleans, en el borde de los viejos bosques de Sologne, en la Francia umbrosa y eterna.

Ningún vecino ha entrado en la casa. Si pudieran hacerlo hallarían una habitación con un extraño escenario. Un estrado, como para oficiar o para reunir un tribunal. Paredes aisladas de todo sonido. En una habitación hay una fotocopiadora y una maquina de escribir y muchos papeles. Otra habitación guarda un auténtico arsenal: algún fusil de asalto, pistolas, cargadores y munición abundante y material explosivo en grandes cantidades. Desde que llegaron, hace casi tres años, nadie podía imaginar que éste es el cuartel general de una organización armada clandestina, Acción Directa. Un cuartel general con sala para el tribunal popular y con cárcel del pueblo.

Ellos no son Nadine y Robert, sino Nathalie Menigon y Jean-Marc Rouillan, una pareja de las que duran, los Bonnie and Clyde del terrorismo francés de los años ochenta. Ella es más coriácea todavía que él. En la primera detención que sufrieron juntos, en 1979, la muchacha vació dos cargadores enteros sobre los policías mientras él no oponía resistencia. Jean-Marc es el experimentado, el hombre de oficio, pero ella es la pasión y la rabia.

El último crimen, el asesinato de Georges Besse, fue cometido presumiblemente por Nathalie Menigon y Joelle Aubron, la otra muchacha que ocupa la casa y que apenas se deja ver, como si estuviera, como Georges Cipriani, de paso para visitar a sus amigos.

Recuerdo macabro

Los rostros de los dos chicos fueron reproducidos por millares por la policía francesa y se ofreció un millón de francos (20 millones de pesetas) a quien proporcionara información para su detención. Nathalie se ha hecho una pistolera con la piel del objeto que llevaba el presidente de la Renault cuando cayó abatido por las balas.El sábado 19 de febrero, a la hora de cenar, todo terminó. Quince policías penetraron en la casa, apenas una fracción de segundo después de volar la puerta y de lanzar una ráfaga al aire. Estaban cenando y no tuvieron tiempo ni para levantarse de la silla. Nunca se sabrá, pero alguien ha empezado a cobrar ya la sustanciosa recompensa ofrecida por la policía.

Todo son conjeturas. Pero también los ratones pudieron ser los delatores. La policía francesa llevaba meses buscando muchachas que compraran alimento para hamsters, pues conocía muy bien el amor de la terrorista por estos animalillos.

El jueves llegó el dato decisivo. Un grupo de policías se desplazó discretamente a la zona. Tomaron fotos con teleobjetivo. Una pareja de pintores se cruzó con Nathalie cuando salía de una tienda del pueblo. Eran policías fotógrafos. En cuestión de minutos las fotos eran reveladas y se comprobaba la identidad. Rouillon estaba más gordo, 15 kilos casi.

Pero las cicatrices de su rostro no habían cambiado. El sábado, al anochecer, los ministros del Interior y de Seguridad, Charles Pasqua y Robert Pandraud, daban conjuntamente la orden de asalto. Por un momento habían olvidado otras discrepancias.

A las diez de la noche, con los terroristas camino ya de la comisaría, debieron darse unas palmadas afectuosas mientras levantaban una copa por su primer éxito auténtico, lejos ya los días del calvario estudiantil de este invierno.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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