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Tribuna:LA NEGOCIACIÓN SOBRE LAS BASES NORTEAMERICANAS
Tribuna
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Desear o aceptar

Según lo difundido por algunos medios de comunicación, el señor Shultz ha manifestado [EL PAÍS, 12 de febrero] que los españoles ni siquiera saben cuántos militares norteamericanos desean mantener en España. Aludía de esa manera a la, a su parecer indecisa, posición de los negociadores españoles en las actuales conversaciones para la reducción de los efectivos militares norteamericanos en España.Salvando cualquier posible error de traducción o interpretación, que pudiera matizar tal declaración, no parecería dificil articular así la respuesta al secretario de Estado norteamericano: "Los españoles, en general, no desean realmente mantener en su territorio bases militares extranjeras de ningún tipo". Los sondeos de opinión realizados en distintas ocasiones parecen ser bastante claros al respecto. Quizá conviniera recordar al señor Shultz que España para bien o para mal, que de todo hay opiniones en este caso- no fue liberada por las fuerzas aliadas en la II Guerra Mundial, y que la actual presencia militar norteamericana en nuestro país responde, por un lado, a la grave debilidad que a principios de la década de 1950 aquejaba a la política exterior española, angustiosamente necesitada de buscar algunos puntos de anclaje, y por otro lado, a la dinámica de la guerra fría en que por entonces habían entrado ya ambas superpotencias. Los aliados no liberaron a España del nazismo, ni del fascismo, ni de ningún ejército de ocupación.

No nos liberaron de nada y, por eso, el viejo agradecimiento que todavía ayuda a tolerar la presencia norteamericana en tantos países europeos no tiene motivo de ser en España. Es el primer dato que la diplomacia de nuestro principal aliado militar debería tener siempre en cuenta, y el que marca un rasgo distintivo respecto a otros países miembros de la Alianza Atlántica.

Cosa muy distinta es que el Gobierno español -con el respaldo mayoritario de la población, en referendum- decida libremente contribuir a la defensa general de los países que constituyen nuestro entorno político, social y económico y, en relación con esto, acepte cierta presencia militar de EE UU en territorio español, consciente incluso de los costes políticos que esta decisión pueda acarrearle, pues sabida es la impopularidad de las bases de utilización conjunta; se trata de una decisión política que produce a la vez efectos favorables y desfavorables.

No obstante, nadie -y mucho menos el jefe de la diplomacia de nuestro aliado principal debería confundir el desear con el aceptar. El pueblo español, en su larga andadura histórica, ha admitido muchas cosas, pero sería casi insultarle afirmar que deseó lo que simplemente, alguna vez, se limitó a aceptar.

Alberto Piris es coronel de Artillería, diplomado de Estado Mayor.

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