Arquero
Había un arquero apostado en el bosque con la aljaba llena de dardos. La ciudad estaba lejos sumiéndose en el crepúsculo y por encima de la copa de los árboles pasaban pájaros ya casi nocturnos con lentitud y majestad en las alas. Algunos eran halcones, albatros o auras tiñosas, otros parecían gaviotas que habían abandonado el mar. Desde el claro del bosque el arquero veía cruzar aquellas aves no comestibles por el cielo de color malva y sólo para ejercitar el pulso a veces arrojaba una flecha contra ellas, pero en toda la tarde nunca había dado en el blanco. Los dardos se perdían y los pájaros continuaban el vuelo acompasado en dirección a la ciudad. Sin embargo, en la última luz del día sucedió algo imprevisto o nunca soñado. Un bando de torcaces llegó zureando por el lado de los abedules y el cazador descorazonado dispuso el arco y disparó hacia lo alto con los ojos cerrados un venablo, que engarzó a una de aquellas palomas silvestres, la cual no cayó abatida. En realidad, la paloma comenzó a arder. Convertida en una llama siguió volando y su fuego contagió en seguida a toda la bandada. El arquero contempló cómo la múltiple hoguera se perdía por el aire en el horizonte e iluminaba la primera penumbra nocturna.A ciegas, el cazador continuó arrojando flechas a todos los pájaros que iban en busca de cobijo y ahora, milagrosamente, siempre acertaba y al entrar en contacto con el hierro cada ave se transformaba en un ascua que a su vez prendía a otras aves en el firmamento. Pronto hubo miles de halcones, albatros, gaviotas y palomas ardiendo y también águilas llameantes, fugaces gorriones o jilgueros que formaban brasas o estrellas errantes en las tinieblas. Aquella noche hubo un gran espectáculo en la ciudad. La gente se acuchillaba sobre el asfalto, gemía de desamor en los jergones, sufría una injusticia callada, esperaba algo insólito y de pronto a la altura de los tejados pasaron aquellos pájaros en llamas y en las calles deslumbradas por un momento todo el mundo vio realizado el sueño de otra luz.
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