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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Torres Quevedo

En el excelente y generoso alegato que mi querido y admirado amigo Miguel Sánchez Mazas (EL PAÍS, 27 de enero de 1987) dedica a rescatar a Torres Quevedo del silencio con que se ha dejado pasar el cincuentenario de su muerte, me acusa amablemente de no haber mencionado el nombre del gran inventor entre los que consigné en mi artículo Entre Cajal y Ochoa. Tiene razón en cuanto atañe a otros silencios, no la tiene en cuanto al que me atribuye. Es cierto que en ese artículo no figura el nombre de Torres Quevedo, mas no por olvido mío, sino porque yo no aludo en él más que a los sabios españoles que desde Cajal hasta 1936 formaron escuela científica -el propio Cajal, Turró, Hinojosa, Bolívar, Menéndez Pidal, Ribera y Asín Palacios-, y, de modo más directo, a los integrantes de la generación que solemos llamar del 14, con Ortega a su cabeza. Si Miguel Sánchez Mazas hubiese leído con calma el artículo Por qué no investigamos (EL PAÍS, 19 de diciembre de 1986) se habría encontrado el siguiente párrafo: "No puede extrañar que en la España de la restauración y al regencia surgiese una respuesta esperanzadora a la triste situación en que la ciencia se encontraba. Una generación de esforzados pioneros -Cajal, Menéndez Pelayo, Hinojosa, Codera, Ribera, Bolívar, Gómez Ocaña, San Martín, Torres Quevedo, Calderón y Arana, Turró, Ferrán, Torroja, García de Galdeano- protagonizó esa importante novedad. Con ellos, la ciencia hecha en España era de nuevo, tanto o más que en los mejores años del siglo XVIII, producto exportable". Torres Quevedo, nacido en 1852, era debidamente recordado por mí en el marco de su generación, y lo era así porque la serie a que uno y otro artículo pertenecen -continuada por A pesar de todo (EL PAÍS, 26 de enero de 1987) y Aquí y ahora, éste todavía no publicado- aspira a presentar memorativa y, críticamente lo que cuatro generaciones españolas, la de Cajal y Torres Quevedo, la de Meriéndez Pidal y Asín Palacios, la de Ortega y Cabrera y la del 27 en su costado científico, hicieron por nuestra ciencia, y a estudiar lo que hoy podemos hacer si queremos que la ciencia producida en España sea la correspondiente a un país europeo con una población de 40 millones de habitantes. Nunca he olvidado a Torres Quevedo al declarar nuestra deuda con los hombres que desde la restauración han conciliado a España con la ciencia moderna. Ni entre los memoriosos de Torres Quevedo sólo están los que Sánchez Mazas menciona. No se puede desconocer el entusiasta y bien documentado homenaje que en Cantabria le ha tributado el profesor Posada, tan benemériti en la conmemoración de nuestros intelectuales más egregios-

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