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Las andaderas

Son muchos los hombres que no son capaces de andar por el mundo sin un punto de referencia exterior que tranquilice sus conciencias, les permita alcanzar con facilidad juicios morales reconfortantes y les ahorre o facilite el trabajo de pensar, de analizar la realidad o la ilusión. Y no es raro que exista esta abundante cosecha de gente adoctrinada, porque la manía. de adoctrinar, la pasión proselitista, está más extendida de lo que se cree, y no sólo entre gentes más o menos profesionalizadas en tan peligrosa tarea. Y porque el estar adoctrinado es una comodidad tranquilizadora, entre otras cosas, el adoctrinado no se suele encontrar solo, y, además, la gente puede vivir sin más a goblos que los inevitables, dedicada a resolverlos, que es lo suyo, incluso los agobios de la ciencia.Ya resulta más extraño que entre los llamados intelectuales, gente de letras o de ciencias, según la elemental clasificación al uso, pero sobre todo gente de letras, se dé con tanta profusión el espíritu gregario, la bandería de los criterios morales, la simplificación cerril y la sujeción a la razón de Estado, o de clase, o de grupo, o, sin más, a la moda. En este siglo ha sido cada vez más dificil encontrar un espíritu independiente. Entre otras razones porque los que existen, que siempre los hay, suelen ser silenciados con eficacia admirable.

Nada tiene de particular, por tanto, que los intelectuales de segunda, que son más numerosos que los de primera, presenten esos mismos rasgos, corregidos y aumentados; y ya se puede suponer lo que sucede cuando los afectados son meros trabajadores de la palabra pertenecientes a la clase de tropa; es imposible discernir una idea que no sea consigna o lugar común.

Las cosas no suelen pasar porque sí. Desde hace muchos, muchos años, en realidad desde siempre, ser independiente ha sido muy mal visto. Peor aún, ha sido, en muchos casos, imposible. El mayor delito que se podía cometer. Hasta el punto de que son incontables los que, para salvar el soporte básico de la independiencia, que es la mera existencia, no han tenido más remedio que reprimir su extraña tendencia a pensar por sí mismos, es decir, a pensar. O, lo que es explicable, cuando han podido escapar mediante los penosos expedientes del exilio exterior, el interior o el puro y craso engaño a los vigilantes, muchos sujetos se han visto inclinados a sustituir el diktat enemigo por uno que pudiera calificarse de amigo y protector, con el mismo destructor resultado para el fruto de sus facultades discursivas.

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Hay que reconocer que éste, el siglo XX, ha sido muy duro. Demasiados salvadores con ejército a sus órdenes, ¡y qué ejércitos! Que un salvador tenga, predique y convenza, de una fe, parece bastante natural. Cuando promete la felicidad en el otro mundo, la cosa puede no ir mal. Pero cuando la promete en el presente la cuestión se complica, porque normalmente esa fe tiene pila lógica excluyente de los no conversos, y hay que excluirlos de esta tierra de lágrimas, no del paraíso ultramundano. La situación se hace pavorosa cuando, además, el salvador dispone de tropas, sea el Ejército Rojo, la Wehrmacht o los camisas de distintas tonalidades y colores. Hasta los más genuinos exportadores de libertad han solido conseguir copiosa cosecha de cadáveres cuando se han dado todas las señaladas circunstancias de fe y marcialidad. ¿Qué mejor se puede hacer con el que no quiere ser libre que eliminarlo, para que cunda el escarmiento? Y cualquiera de estos últimos días se han podido ver cómodamente, en televisión, en las fechas del culto anual a la paz, las imágenes de los logros de uno de los más recientes salvadores armados, allá cerca de donde se dice que estuvo ubicado, tiempo ha, el paraíso terrenal.

Tanto cruzado propagandista, y con medios tan contundentes, ha contribuido a simplificar el mundo, según el principio tan repetida y fructíferamente experimentado de quien no está conmigo está -contra mí.- buenos y malos, burgueses y proletarios, progresitas y reaccionarios, fascistas y antiflascistas, patriotas y traidores imperialistas y tercermundistas. La verdad es que reconforta ver el mundo tan ordenado, al menos en categorías mentales, si se permite aplicar a esas dicotomías sustantivo tan prestigiado en la historia de la filosofla y calificativo tan elevado como su propio significado indica.

Y de la gerite de pensamiento, ¿qué se espera entonces? No tanto que piense como que tome partido. Pero no sólo como exigencia inevitable de las situaciones creadas por los distintos salvadores militantes que han enriquecido el mundo con sus diferentes y tajantes mensajes, sino como un acto de la más alta exigencia moral, capaz de producir ejemplos de sacrificio personal y elevados deliquios de autocomplacencia. El hombre que piensa se pondrá, por tanto, por necesidad o convicción, al servicio del salvador o de quienes no quieren ser salvados, o que quieren serlo pero por un salvador de su gusto.

España ha sido un país especialmemnte distinguido por esta plaga del siglo XX. Aquí se dieron cita, al menos, cuatro cruzadas, que se combatieron con todo el lógico ardor: la cruzada patriótico-religiosa, la fascista, la igualitaria anarquista y la marxista-leninista. Con una lógica que conmueve, a bastante gente se la mató por sus ideas o creencias, que no coincidían con las del cruzado que en cada caso les tocó en desgracia. Todo el mundo hubo de tomar partido o hacer como que lo tomaba. El vicio de pensar recibió un rudo golpe; todo fue purificado. El enemigo era, además de enemigo. traidor. Y el que no quería. alinearse o lo hacía con indeperidencia de criterio era traidor a todos, que ya es difícil.

Todo el mundo, pensador o no, hubo de ubicarse en la correspondiente formación en orden cerrado.

Lo malo de estos alineainientos es que, al final, casi todo el mundo les coge gusto. ,Es tan cómodo estar siempre con los buenos! Por eso, como es sabido, con Franco estábamos mejor. Los escritos de protesta se podían firmar sin leer. Las actitudes públicas o semipúblicas de discrepancia, condena o apoyo al perseguido se podían adoptar sin mucho análisis. Tiempos felices para la. tranquilidad de conciencia.

Luego resulta que, a veces, se vuelve a la normalidad. Aunque pueda sonar a cínico eso de que una situación de libertades sea, la normalidad. Algunos se sientes desamparados sin poder abandonarse al cobijo del movimiento reflejo. Sin confesárselo, añoran al odiado o venerado salvador, la fe sin fisuras de la mocedad. Gente a la búsqueda de un dogma o de unas migajas de dogma, no tanto a la búsqueda de la verdad, y sigue actuando según los criterios de un maniqueísmo vergonzante o vergonzoso, según los casos. Espectáculo con frecuencia penoso. Aunque se pierda la fe, que haya al menos un salvador para andar por casa, un salvador en paritullas. Si éste llega al poder, o en la esperanza de que lo adquiera, hay que divinizar la vulgaridad; o, al menos, sobornarse para que, sobre todo, no desaparezca el norte de la existencia, la seguridad espiritual (y no quiero más que recordar aquí la zafiedad, tan humana, de dejarse sobornar). Entonces aparecen todas esas explicaciones del mar menor, la razón de Estado, el buen camino en el que nos encontramos, y demás; todo eso que a algunos les permite sentir el gozo de saberse en pro de una causa noble.

La campaña del referéndum para la permanencia en la OTAN proporcionó algunos ejemplos especialmente conmovedores: a la voz de guardia a formar, que llega el coronel, manifiestos nutridos de apoyos como en los mejores tiempos, artículos de adhesión; al toque de generala, se arracimaron en el apoyo moral a la cruzadilla. Y con razón: iba en ello algo más importante que las ideas o las solticiones: el prestigio del mando. Porque obsérvese que no fueron los pensadores los que hicieron cambiar de opinión al mando, sino al revés.

Y con tanto pensador que no puede prescindir de las andaderas para la mente hay que construir tina democracia en libertad. Tarea, más que de hombres, de dioses. Y ni siquiera. Los dogmas, aunque sean verdaderos, jamás han sido un buen asentamiento de la convivencia en libertad. Y menos aún su versión más sonrojante: los dogmas encarnados.

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