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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vuelta del 'botijo'

LAS IMÁGENES del botijo o coche cisterna de la policía, derramándose sobre los manifestantes en Madrid, ayer; el aprovechamiento de la manifestación por provocadores de todo tipo; la interesada utilización de la misma por centrales sindicales y otros sectores; el desbordamiento definitivo de los planteamientos iniciales y la clamorosa ausencia del escenario del ministro de Educación -sólo corregida a últim*a hora con su visita a la joven herida-, han marcado las recientes jornadas de huelga de estudiantes de enseñanza media.Las reivindicaciones en contra de las tasas académicas y la selectividad, que un poco miméticamente respecto del movimiento estudiantil francés movilizan a los jóvenes españoles desde mediados de diciembre, se mantienen ahora. Pero, al margen de los aspectos que afectan estrictamente a la reforma estudiantil, subyacen otros matices políticos.Sobre cuestiones como la calidad de la enseñanza, la masificación universitaria o la carestía de los estudios está en juego el acceso de las nuevas generaciones a derechos como el del trabajo o la igualdad de oportunidades en el ámbito de la cultura y la educación. Si al Gobierno socialista, más allá de sus éxitos electorales -y precisamente por ellos-, cabe exigirle algo, es el diseño de un proyecto coleetivo que abra la esperanza a los jóvenes. La pasividad con que se comporta el actual Ejecutivo hace, por desgracia, vislumbrar el porvenir como un destino que en absoluto depende de los ciudadanos, sino del aparato del poder, cada vez más encastillado en sí mismo. Pasa a la página 8

La vuelta del 'botijo'

Viene de la primera páginaEsta manera de gobernar, de la que la actitud de Maravall ha sido buen ejemplo, enviando negociadores interpuestos y no dando la cara ante las delegaciones estudiantiles, hace creer que tanto las adversidades como los beneficios dependen exclusivamente de coyunturas ajenas o de ideaciones de ese aparato de poder que prescinde cada vez más de la sociedad a la que se debe. Ni periódicos, ni manifestaciones, ni huelgas, parecen impresionar a quienes se sienten tan firmemente seguros con los millones de votos que guardan en la faltriquera.

En Francia, el Gobierno de derechas de Chirac optó por echar marcha atrás, después de la contestación estudiantil, a un proyecto de ley que pretendía, con criterios unilaterales, adaptar la Universidad a las necesidades del sistema productivo. En España, el Gobierno parece tener una respuesta firme y sin matices sobre la selectividad. A ello debería añadir, sin embargo, unos criterios claros, objetivos e iguales que impidan las arbitrariedades e injusticias. El descrédito del sistema -descrédito al que no es ajeno el elenco profesoral- procede en gran parte de la deficiente calidad de la enseñanza media, la carencia de alternativas distintas a la Universidad y el deterioro en que ésta se ve inmersa.

Contra el reverencial respeto a la Universidad, sus estructuras y funcionamiento han quedado obsoletos. Si los estudiantes exigen la abolición de la selectividad universitaria. no podría decirse que es a causa de la estima que les merece lo que encuentran en ella. Con muchas de las enseñanzas que hoy expende la Universidad se puede llegar a poseer un título, pero por lo general se avanza muy poca cosa en los conocimientos necesarios y en la formación intelectual debida para integrarse satisfactoriamente en un medio moderno. La Universidad sobrevive en su anacronismo gracias al monopolio que su estamento corporativo mantiene sobre la ilustración y en defensa de sus intereses de grupo, a los que no son ajenos muchos diputados socialistas y miembros del Gobierno.

Porque la Universidad no opera sólo como una selección del saber, sino también del poder. Para una generalidad de las clases bajas y medias-bajas de este país, el título universitario es la única forma de superar las barreras sociales que alejan a sus individuos del ejercicio de ese poder. Y si, desde el punto de vista de la elaboración científica y la dignificación del saber universitario, la selectividad es absolutamente necesaria, tienen razón quienes se levantan contra ella como símbolo de un filtro social todavía existente.

Lo que sobresale en todo este conflicto es que el Gobierno socialista, cuatro años después de su ejercicio, ha sido incapaz de dar una respuesta satisfactoria a los problemas educativos. No decimos que no haya habido desarrollos plausibles e interesantes como el de la LODE. Pero los avances se revelan hoy del todo insuficientes. Apenas se ha progresado en la reforma de las enseñanzas profesionales, los presupuestos siguen siendo escuálidos para lo que podría esperarse de un Gobierno de izquierdas, y la reforma universitaria se ha centrado más en la consolidación de derechos o privilegios del personal docente que en el impulso intelectual. O sea, que no se sabe bien de qué sirve la selectividad tan contestada, que limita sólo teóricamente el acceso a una Universidad absolutamente masificada ya, desposeída de tradición intelectual y desconectada de las necesidades sociales.

Sobre estás cosas no hemos visto reflexionar suficientemente a los líderes estudiantiles, lo que es relativamente lógico, empeñados como están en una batalla concreta y definida. Pero mucho menos se observa un debate en el seno del poder. Éste se enfrenta hoy a un problema eminentemente político que pasa por la definición de prioridades presupuestarias con vistas a la educación del país y por el cambio de la estructura -de poder que ha alimentado la tecnoburocracia española, emergida de las aulas universitarias durante las últimas décadas. Se ha perdido mucho tiempo en ello. Y ahora tenemos que ver, 11 años después de la muerte de Franco, cómo corren de nuevo los estudiantes delante de los guardias.

Una palabra más sobre la manifestación: la brutalidad de los provocadores y la brutalidad de la policía, que hizo uso de armas de fuego, han sido evidentes. Una adolescente herida de bala es el testimonio de ello. Las autoridades han abierto una investigación, pero cabe preguntarse cómo es posible que la policía y la delegación del Gobierno en Madrid hayan sido incapaces de prever los disturbios y de evitar la actividad de unos cientos que han pretendido empañar la protesta pacífica de miles de estudiantes. La aparición de cartuchos de sal entre los restos de la batalla ha de ser explicada cuanto antes: ¿utiliza la policía estos elementos disuasorios? ¿Son simples cartuchos de pólvora para la proyección de artilugios antidisturbios? ¿Desde cuándo y por qué? ¿Y de quién emanó la orden de disparar? Preguntas todas ellas sobre las que planea la interrogante mayor de si el Gobierno prefiere entender lo que sucede como un signo de los tiempos o como una algarada estudiantil.

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