Los malos cálculos de Chirac
AUNQUE LAS huelgas del martes no han revestido la amplitud que sus orgarnizadores esperaban, Francia vive una larga crisis social que está afectando al franco y modificando su clima político. Dos rasgos se han perfilado con bastante claridad durante las últimas semanas y se han confirmado el martes. Por una parte, la existencia de un descontento bastante generafizado ante la incapacidad del Gobierno para abordar de forma dialogante problemas sociales importantes. Por otra, el descenso de la influencia y poder de convocatória de los sindicatos, y en particular de la Confederación General del Trabajo (CGT), que ha sido tradicionalmente la mayor fuerza obrera del país, pero que está pagando su aceptación de los objetivos políticos del Partido Comunista francés (PCF).Aunque Chirac ponga el acento en la necesidad ineludible de una política de austeridad y contención salarial, la ola de huelgas y de descontento no ha sido provocada por esa política, iniciada además por los Gobiernos socialistas. Respecto al sentido de la dirección económica de austeridad existe un consenso en Francia, y los dirigentes socialistas, que en este período agudizan sus ataques contra Chirac, no ponen en cuestión la necesidad de evitar aumentos salariales que puedan tener consecuencias inflacionistas y erosionar la capacidad competitiva de Francia en los mercados internacionales. En realidad, solamente el PC y la CGT han querido, globalizando la huelga ferroviaria, extender el movimiento y convertirlo en una ofensiva general contra la austeridad como tal. Pero el resultado no ha sido muy brillante.
La causa de la crisis social francesa -y por ello es también una crisis política- estriba en que Chirac ha querido, a la par de la política de austeridad, imponer el retorno a lo que se llama con bastante poco rigor "liberalismo", y que es una derechización de diversas estructuras de la sociedad francesa en las relaciones económico- sociales, la enseñanza, la actitud hacia los extranjeros, etcétera. Tras la primera protesta masiva de los estudiantes, la amplia huelga ferroviaria plantea un problema cuya solución no se vislumbra. Los hechos ocurren en un ambiente de descontento que desborda al mundo del trabajo y al "pueblo de izquierda". Ello determina que, en el terreno político, Chirac tenga que hacer frente a imprevistas oposiciones. Así, la cohabitación cambia de signo: Mitterrand se distancia de su primer ministro, expresa sin veladuras su simpatía por los huelguistas y afianza su papel de presidente de todos los franceses. Por añadidura, a la oposición socialista se suman voces discordantes dentro de la mayoría que lidera Chirac.
Las elecciones presidenciales están a 18 meses vista, y esa perspectiva se hace sentir en toda la vida francesa ahora, cuando la crisis social coloca a Chirac en una situación comprometida. La cotización de Raymond Barre, que desde el principio se opuso a la cohabitación, sube, y varios de los actuales ministros están comprometidos a apoyarle. Gíscard d'Estaing ha aprovechado el momento para proclamar que el liberalismo es imposible "sin conciencia social". Lo que supone una crítica a la dureza e incapacidad del Gobierno Chirac ante los problemas. La Prensa señala cierta coincidencia entre las censuras socialistas al primer ministro y las que han formulado varios ministros de la UDF. Chirac ha gobernado privilegiando a su propio partido, el RPR, en detrimento de la coligada UDF, y ello ha alimentado el malestar en esta formación, en cuyo seno hay varios aspirantes a la presidencia. Ahora Chirac, además de hacer frente a la mas grave crisis social que Francia sufre desde hace años, debe tener la sensación de que su etapa en el hotel Matignon puede propiciar la entrada en el Elíseo bien a un socialista, bien a otro candidato de la coalición que ahora encabeza, lo contrario de lo que había calculado al asumir la jefatura del Gobierno.
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