Friedrich y López Cobos montan en Berlín la obra póstuma de Puccini
La última ópera del músico italiano Giacomo Puccini, Turandot, que fue estrenada en el teatro de la Scala de Milán después de la muerte del compositor, con Miguel Fleta en el papel de Calaf, ha sido repuesta en el teatro de la ópera berlinesa de la Bismarckstrasse, según la nueva producción de Götz Friedrich y Jesús López Cobos, con escenarios de Peter Sykora.Basada esta ópera póstuma de Puccini en la obra dramática de Carlo Gozzi, adaptada por Adami y Simoni, en Turandot, el autor de La Bohéme huye de las arias en beneficio de una continuidad dramático-musical, cuyo lenguaje recibe no pocos datos de la evolución musical contemporánea. Hay siempre en esta ópera el peligro de los excesos en su orientalismo pintoresco, y en la nueva versión se evitan por diversos caminos.
En primer lugar, la escena se ha reducido a una gama de tonos -fundamentalmente negro, blanco y gris- que, separándonos de lo espectacular nos introducen en las significaciones sustanciales; en segundo lugar, parte tan interesante como el trío Ping, Pang, Pomg (canciller, provisor, cocinero), de tan alto interés musical, quedó despojada, incluso en el vestuario, de convencionalismos habituales; en fin, Jesús López Cobos ha montado la obra con un sentido de totalidad y desde conceptos tan seriamente calculados que prohíben el paso a cualquier connotación superficial y al más mínimo exceso (esto es, amaneramiento) de lo lírico.
Obra inacabada
Ante el eterno problema del final de Turandot, compuesto por Franco Alfano al morir Giacomo Puccini sin terminar la pieza, tanto Götz Friedrich como Jesús López Cobos acordaron, sobre -una reducción, una interrupción breve, pero suficiente del suceder sonoro, y escénica, para montar la última escena sobre un fondo blanco que parece sugerir la incógnita de lo que habría hecho Giacomo Puccini.
Todo lo escrito no debe sugerir ni sequedad ni estatismo; muy al contrario, las ideas dominantes en la nueva producción cuajan en unos resultados de gran vitalidad, dentro de un mundo mágico y fuerte, a la vez, extraordinariamente defendido por un reparto de categoría: Linda Kelm, soprano de medios amplios y bien coloreados, hizo la princesa Turandot; llona Tokody (prestigiosa Mimí, Chocho-San o Fiordiligi) idealizó al máximo el tierno personaje de Liu; el tenor triestino Ermanno Mauro estuvo gallardo y brillante en el príncipe Calaf; Marti Talvela, el bajo finlandés (magistral Sarastro, Boris, o Gurnemanz), ejerció su magisterio en Timur.
El trío Ping, Pang y Pong lució en todo su valor, pues estuvo encomendado a figuras de la categoría de McDaniel, William Pell y Peter Maus. Peter Gougaloff (Altoum) y Rolf Kühne (Mandarín) completaron un reparto en el que los coros, que dirige Marcus Creed, actuaron con perfección.
De primera calidad es el trabajo de López Cobos, gran coordinador de cuantos elementos han de funcionar en un montaje operístico y capaz de imponer con claridad un criterio teatral en todo momento impulsado por alto sentido musical. Esta Turandot constituye un nuevo triunfo en la larga carrera operística del titular de la Orquesta Nacional, al que los berlineses rodean de consideración constante y largos aplausos.
Por estos días se repone, una vez más entre las actividades operísticas berlineas la Hansel y Gretel, de Himperdinck, en el precioso montaje de Filippo Sanjust, presentado en 1971. El teatro cambia de ambiente y la sala era espectáculo tan interesante como el escenario al contemplar tantos niños capaces de seguir la pieza -tan filomahleriana en muchos pasajes-, y hasta de tararear, en el intermedio, algunos de sus temas.
Babelia
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