La capital, en la coyuntura del cambio
Tres grandes ciudades españolas se verán afectadas en los próximos años por reformas considerables dentro de sus respectivas estructuras urbanas. Barcelona, Sevilla y Madrid tendrán que verificar notables remodelaciones en los diferentes espacios de su entorno urbano. Las dos primeras por fenómenos inducidos: los Juegos Olímpicos de 1992 y los actos conmemorativos del V Centenario del Descubrimiento. Madrid, por razones de un crecimiento orgánico y el salto cualitativo que va a representar un cambio tan significativo como el realizado por Carlos III durante el siglo ilustrado, al superar los límites de la villa que era Madrid y aproximarla a los esquemas de las ciudades más representativas de la época.El proyecto del Madrid-Metropolitano de los ochenta se centra de lleno en el debate teórico-práctico sobre las opciones que tiene la ciudad moderna para su reconstrucción y las alternativas de su crecimiento. Se trata de saber cómo "construir la ciudad en la ciudad" y adecuar sus espacios a las demandas del nuevo orden social, de averiguar qué soporte ideológico anima tal gestión y qué técnica política desarrolla tan peculiar cometido.
Lamentablemente, el debate sobre el M-M, por el momento, no ha superado los límites de una escasa difusión técnica y algunos comentarios celebrativos, siendo como es una de las intervenciones más sugerentes en el panorama europeo por la serie de factores que intervienen en el proceso: salto cualitativo de un proyecto urbano a escala metropolitana, proyecto que se realiza durante la transición a un Estado democrático y construcción de estos proyectos encarados al nuevo siglo y en el contexto de una sociedad abierta a una cultura de innovación tecnológica.
El proyecto del M-M abre diferentes frentes urbanos: recuperación de recintos históricos, urbanización de vacíos singulares en áreas centrales, revitalización de espacios abandonados en zonas de expansión urbana, remodelación de márgenes fluviales, construcción de recintos expositivos, intercambiadores de transporte, nuevas estaciones ferroviarias, parques urbanos y comunales, junto a una serie de edificios institucionales para la infraestructura de un Estado democrático. Todo un cúmulo de realizaciones marginadas y de proyectos eludidos en los tiempos que esta ciudad sirvió como plataforma para el desarrollo de uno de los mercados inmobiliarios más perniciosos y de una planificación tecnocrática, indulgente cuando no cómplice y cuya síntesis morfológica queda plasmada en el caos ciudadano que resulta ser hoy Madrid.
Hacia qué modelo
Ante tan significativos proyectos arquitectónico-urbanísticos y ante los esbozos que aparecen en alguna de las realizaciones en construcción o ya realizadas cabe preguntarse hacia qué metrópoli nos encaminamos. La respuesta no resulta fácil, y menos en una época como la nuestra, donde la tradición más inmediata de la arquitectura y el urbanismo ha excluido toda fantasía cultural para con la ciudad, aceptando sólo las pautas de la eficiencia y decorando de manera emblemática las veladas intenciones del pragmatismo económico. Madrid, por su singular y acelerado proceso de desarrollo urbano: villa. Ciudad. Metrópoli, por su posición política como leadership nacional, generadora, pese a su escasa tradición urbanística, de prototipos urbanos y arquitectónicos a lo largo de su historia como capital del Estado, debe presentar con claridad el modelo que construye, pues se trata de un problema de la naturaleza de la información instructiva, de los contenidos éticos, formales y ambientales elegidos para con la nueva metrópoli.
¿Cómo se puede entender la innovación que va a significar la nueva estructura metropolitana, sin una interacción planificatoria real, de la gestión del municipio, la planificación regional autonómica y el proyecto del Estado para con la ciudad? ¿Existe desde la concepción política de estos tres poderes un modelo metropolitano a desarrollar? Las relaciones entre las pautas del poder y las formas de ordenar los espacios de la ciudad resultan cuestiones inequívocas a lo largo de la historia de las ciudades, de ahí la sospecha ante el injustificado silencio por evidenciar las pautas de la metrópoli a edificar por parte de los diferentes Gobiernos democráticos, pues resulta evidente que la neutralidad edificatoria desde los poderes políticos no existe. No se trata en tal solicitud tanto de hacer patentes las preocupaciones funcionales o formales sobre las que va a discurrir la identidad metropolitana como de hacer conscientes de los esfuerzos planificadores del Estado a las instituciones públicas, a las privadas y al ciudadano, antes que los hechos adquieran proporciones críticas.
Algunas de estas críticas aparecen esbozadas desde los propios poderes de la gestión política, minoritarios si se quiere, pero que advierten ya de lo unidireccional y precipitado de algunas de las operaciones iniciadas, del coste de sus realizaciones y de la intención conmemorativa que rodean sus expresiones simbólicas. Estos iniciales gestos polémicos deberían invitar a una reflexión más pausada en beneficio de un debate conciliatorio en torno a esta metrópoli en colisión sobre la que se construye el Madrid del siglo XXI.
Salvar la ciudad
Recuperar Madrid se presentaba en 1982 como un plan de alcance metropolitano dirigido a corregir los excesos de una práctica urbana demoledora para con la ciudad. El soporte ideológico de los gestores de la realpolitik urbana intentaba, con bastante lógica, salvar la ciudad integrando de manera simultánea planificación metropolitana y formalización arquitectónica; ése era al menos el testimonio explícito de la opción recuperadora; "planificación frente a improvisación, ordenación frente a caos". La forma urbana como principio de restitución de la no ciudad heredada de las décadas anteriores. Madrid ha sido una ciudad poco favorecida por el planeamiento; la lúcida intuición de Arturo Soria quedó abandonada para la referencia de los tratados urbanos, y del plan de 1963 pervive una secuela de tráfico y unos contenedores habitacionales diseñados por los agentes económicos de la producción del espacio. Dos reducidos pero significativos estándares que explicarían en parte el fracaso que en Madrid ha significado las aproximaciones a la utopía urbana y la ciudad de cristal diseñada por el liberalismo económico. De ambos mensajes, la ciudad ha heredado una constelación de polígonos aleatorios y un archipiélago de vacíos suburbanos que constituyen el actual tejido urbanístico arquitectónico, sedimentado todo ello sobre el aluvión consumista y donde los significados de la res pública y la res privada alcanzan a veces cotas de miseria urbana.
El proceso de recualificación espacial de este conjunto metropolitano necesita como prioritario de una mediación planificatoria entre los tres poderes que hoy son decisorios para el futuro de la ciudad, pues no se trata de formalizar unos decorados de cosmética urbana para servir de ornamento y festividad cultural al poder o de un cúmulo de trivialidades simbólicas que sirvan de consuelo sentimental al ciudadano, sino de la planificación y construcción de la metrópoli futura, porque en la historia de Madrid nunca el poder político tuvo tantas posibilidades ae edificar la ciudad, y el ciudadano, tantas expectativas para habitar el espacio de su tiempo.
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