Karachi recupera la calma bajo la ocupación militar
Varios miles de soldados con órdenes de disparar tras dar un solo aviso velaban ayer por el cumplimiento del toque de queda impuesto en la mayor parte de la ciudad paquistaní de Karachi, donde la violencia étnica remitió claramente, según las autoridades. Algunas unidades de la Marina y varios miles más de policías completaban el poderoso dispositivo de seguridad montado para poner fin a los enfrentamientos entre pashtunes y mohajires. Al menos 157 muertes se habían contabilizado ayer como consecuencia de las luchas iniciadas el domingo.
Un coronel del Ejército informó que ayer únicamente se detectaron dos violaciones del toque de queda, y que sólo se registraron dos nuevas muertes. No obstante, fuentes del principal hospital de Karachi afirmaron que, en dicho centro, habían ingresado otros 25 cadáveres, que elevaban el total de víctimas contabilizadas en los últimos tres días a por lo menos 157 muertos y más de 550 heridos.El presidente paquistaní, Mohamed Zia Ul Haq, y el primer ministro, Mohamed Jan Junejo, tuvieron que posponer una visita anunciada al Hospital Civil, para evitar enfrentarse con unos 200 estudiantes de medicina que se manifestaron ante dicho centro pidiendo la dimisión de los dos dirigentes hasta que fueron disueltos por la policía.
El malestar de la población se explica porque no puede decirse que el estallido de violencia haya cogido a nadie desprevenido. "Karachi no es más que un volcán que puede explotar en cualquier momento", advirtió la semana pasada Kwaja Jairudin, una personalidad de la oposición.
Karachi es víctima de su propio éxito. Del centro administrativo con 300.000 habitantes que era en el momento de la independencia, en 1947, ha pasado a convertirse en una gran metrópoli industrial y portuaria que ha atraído a una ingente inmigración interior y exterior hasta superar los siete millones de habitantes.
Por otra parte, los conflictos entre los diferentes pueblos de Pakistán representan una amenaza constante para la vida de la república islámica. El descontento con la dominación de los punjabíes, que representan más de la mitad de los 100 millones de habitantes que tiene el país, agita periódicamente provincias como Sind, a la que pertenece Karachi, y Beluchistán.
Dentro de Karachi, el deterioro urbano ha provocado una competencia creciente por el trabajo entre comunidades rivales que rara vez se mezclan. La falta de desarrollo político, en un país que el pasado mes de diciembre salió apenas de un período de ocho años y medio de ley marcial, ha contribuido a canalizar los conflicto sociales por vías sectarias.
Los pashtunes, pueblo clánico que procede de Afganistán y del noreste paquistaní fronterizo con ese país, se han concentrado en Karachi, donde controlan casi totalmente el transporte, pero también un pujante tráfico de armas y de drogas. El viernes, las autoridades efectuaron una violenta redada de implicados en esos comercios ilegales. Los pashtunes culparon de los hechos a los mohajires, musulmanes que emigraron a Pakistán desde diversas partes de la India británica cuando se produjo la partición, en 1947, y que hoy suponen mas de un cuarto de la población de Karachi. Ello explica el ataque pashtun del domingo en Orangi Town, distrito mohajir en el que, en 1985, se produjo una matanza de pashtunes.
En las últimas 48 horas, numerosos dirigentes comunitarios, sindicales y políticos han pedido moderación a los dos bandos enfrentados. La violencia parece remitir bajo el acoso de las fuerzas del orden, pero el futuro de Karachi no resulta por ello más claro.
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