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Tribuna
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Aprendizaje

De la crónica que publicó anteayer Lluís Bassets en este mismo periódico, sobre las duras vivencias estudiantiles que han tenido como marco -incomparable, desde luego: piensen en los Campos Elíseos, en el Sena- la capital de Francia, entresaco un párrafo, por lo estremecedor: "Ésta es la primera experiencia de toda una generación con la policía. Hasta ahora no sabían qué era la policía, ahora ya lo saben". Forma parte de las declaraciones de un profesor universitario al corresponsal de EL PAIS en París. Forma parte también de la historia del mundo.Una piensa en esos estudiantes, bien vestidos, supuestamente bien alimentados, que pertenecen a la élite de una de las naciones más civilizadas del mundo. Sin ir más lejos, la que permite que Carmencita Martínez Bordiú Franco de Rossi sea feliz dándole con el aguarrás a los muebles de su querido anciano, y que Jean-Claude Duvalier experimente con la economía doméstica sin más apuro que un exceso de sudorillo sobre su adiposidad básica. Una piensa en esos chicos y chicas que lucen plumas de buen precio y un envidiable francés cuajado de vachement y de degoutant. Creían, los pobrecillos, que a la fiera se la puede domesticar. O, peor aún, que la fiera no existe. Que uno puede estar pagando impuestos para la seguridad pública con la garantía de que ese dinero no sirve para armar a quienes directamente, en nombre de la seguridad, se las arreglan siempre para jorobar al público.

Vamos a entendemos, criaturas. En un lado están ellos, y en el otro, el resto del género humano. Y ellos siempre son iguales. Anda, que no se equivocaron poco montando la internacional proletaria, cuyo triste final todos conocemos. Los internacionales son ellos. Aquí, en Francia, en Inglaterra, en Chile, en cualquier punto del mundo, son ellos, los de siempre, blandiendo las porras, desenfundando las pistolas, haciéndose con el dolor y con el poder, y con el rumbo de la historia en cuanto pueden.

Y ésta es una lección que no se aprende en las aulas.

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