Interferencias
En vista de la desagradable confusión que mi breve carta sobre el problema cinematográfico en nuestro país ha creado en el lector C. del Pozo, y en previsión de casos similares, deseo realizar algunas aclaraciones. En primer lugar, la comprensión de los mensajes se ve mediatizada por la aparición de interferencias entre emisor y receptor. En este caso es obvio que la intención del emisor no era precisamente la de que su mensaje fuera recibido, procesado y comprendido por medio millón de lectores, Dios me libre. Se pretendía, modesta mente, con suerte, que el mensa je fuera comprendido por alguien a quien corresponde comprenderlo, partiendo de la fundada hipótesis de que tales personas leen su periódico, como así deseo para bien de todos. Lamento la necesaria incomprensibilidad del mismo para algunos de aquellos lectores que hayan tenido a bien prestarle su atención, pero estimo sinceramente que se debe a la brevedad / densidad requerida, así como a la deformación intelectual del que esto suscribe. Permítome, a la vez, sugerir una lectura reposada al Señor Del Pozo. En segundo lugar, deseo insistir en algunas cuestiones señaladas por mi replicante, con buen humor, ciertamente. Investigaciones propias y ajenas me permiten sostener que la industria cultural estadounidense puede imponer sin que se note -subrepticiamente- modos de comprender y opinar sobre la realidad -comprensión y opinión pública- al conjunto de los ciudadanos occidentales. Ello sería posible, fundamentalmente, mediante la ingeniería psicológica -véase el artículo de Chomsky en EL PAÍS el 29 de noviembre del presente año- y desde una presencia abrumadoramente mayoritaría en cine y televisión. El resultado de tal fenómeno es la existencia de un determinado gusto cinematográfico que se expresa en el mercado, y el cine es un negocio en un sistema que se basa en la consecución de rentabilidad. A mí no me agrada esto, pero el caso es que ocurre. La influencia estadounidense daña la libertad de pensamiento, daña el contenido político del sustantivo democracia y lo convierte en un adorno de los discursos políticos; esto es, lo hace meramente retórico. Al mismo tiempo espanta a los espectadores españoles de las salas donde se proyecta el cine subvencionado, lo cual no significa que les infunda pavor, sino que los ahuyenta, pues tal era la intención incomprendida de tal uso conceptual. Si deseamos mejorar el nivel democrático de nuestras naciones ha de disminuir la distancia intelectual entre emisores y receptores de mensajes culturales. En el caso cinematográfico no es ésta la política llevada a cabo.- licenciado en Económicas.
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