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Crítica:EL CINE EN LA PEQUEÑA PANTALLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nuevo sábado con Cecil B. de Mille

No muy lejana -cosa de un año- la emisión de Buffalo Bill y recientes las de Por el valle de las sombras y Los inconquistables, la proyección, esta tarde por la primera cadena de TVE, de Policía Montada del Canadá completa el cuarteto de obras que Cecil B. de Mille realizara con Gary Cooper de protagonista. Lo que entonces dijimos de esos filmes, por muy separados que estén en el tiempo (de hecho, entre la primera, Buffalo Bill, y la última, Los inconquistables, median más de 10 años) es más o menos válido para el que ahora nos ocupa.En resumidas cuentas, epicidad, monumentalidad y un puro sabor de cine de aventuras. Todo, por supuesto, envuelto en esos delirantes decorados de cartón piedra, especialidad en la cual, aún hoy, sigue estando considerado De Mille el maestro indiscutido. Y, por encima de todo, romanticismo, mucho romanticismo; un auténtico placer por la narración y una evidente desfachatez en el discurso, o mejor dicho, despreocupación por todo lo que no sea color encendido, acción y exaltación del héroe.

Policía Montada del Canadá se emite hoy por TVE-1 a las 16

05.Una chica y su señor se emite hoy por TVE-1 a las 22.40.

Exaltación del héroe no tanto por serlo del viejo Oeste como por serlo del cine: el celuloide, aquí, como está mandado, rebasa a la historia. Se hace historia. En su voluntad totalizadora, el cine de De Mille, como pocos, alcanza la universalidad. Aunque sus filmes, que miran al pasado impulsados por ese lirismo irreprimible de quien nunca dejó de ser un soñador utópico, se centran en la historia -vulnerada según las conveniencias- de Estados Unidos (aquí Canadá es sólo un paisaje extranjero por el que cruza un mesías que es Gary Cooper), Cecil B. de Mille siempre ofreció en sus obras el espectáculo que cualquier espectador del mundo, sea cual sea el color de su piel, exigía. Se le puede tildar, a su cine, de circense. Él nunca lo hubiera negado: su penúltima película fue, precisamente, El mayor espectáculo del mundo.Ese espíritu casi homérico se evidencia en Policía Montada del Canadá, que no es una obra maestra pero sí un fascinante espectáculo suntuoso y ameno Se evidencia en esa perfecta armonía con que están enlazados los momentos de guerra con los de amor, el frenesí con la suavidad, lo dramático con lo cómico. Poco importa la ingenuidad, propia de la época sin lugar a dudas, con que están planteadas algunas situaciones ni la excesiva bondad del protagonista, a todas luces inverosímil. Como poco importa, o poco debería importar, o nada, el sustrato ideológico que se desprende del tratamiento de las razas: en cine, los indios siempre quedan mejor cuanto más malos, puesto que para redimirlos del mal puesto que les ha tocado en suerte se necesita la seriedad expositiva de un John Ford (El gran combate) o un Bob Aldrich (Apache) y no de la purpurina verbenera de De Mille. Queden, pues, las cosas como están, que ya están bien.

Lo que no está tan bien ya es Una chica y un señor, la película que esta noche amenaza al espectador desprevenido. Un Pedro Masó con Ornella Muti bajo el pentagrama de la fotonovela rosa y sin la inspiración de un Jacques Demy que le otorgue arte. Muchacha joven y señor adulto entrados en romance y un muy astuto Masó dándole a la cuerda comercial, que tan buenos resultados le diera ya, también con la Muti, en Experiencias matrimoniales.

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