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Reportaje:LA POLÉMICA DEL EMBALSE DE RIAÑO

Un sueño de agua convertido en pesadilla

Los habitantes de nueve pueblos leoneses se enfrentan a un embalse que dará vida a las tierras vecinas

Rocío García

Si la comarca riañense hubiera logrado ocultarse de las miradas de la Administración y las ansias de progreso, hoy Riaño, con un censo invernal de 600 habitantes sería un gran centro comarcal y provincial, además de un lugar casi paradisiaco, con un explosivo paisaje estacional. Pero no lo lograron. Alguien descubrió que aquel valle, entre los Picos de Europa y la estepa castellanoleonesa, era el lugar idóneo para construir un pantano y de esa manera solventar un grave problema de pobreza y despoblación que padecía, por falta de agua, una amplia zona agrícola a sólo un centenar de kilómetros más abajo.Y empezó la cuenta atrás. Y su condena a muerte. En 1965 se aprobó definitivamente el proyecto de la presa, que preveía la inundación de nueve pueblos de la comarca: Riaño, Escaro, Anciles, La Puerta, Burón, Vagacerneja, Pedrosa del Rey, Salio y Huelde. Un proyecto para anegar 2.500 hectáreas que sirvan para el regadío de 83.000 hectáreas pertenecientes en su mayor parte a la provincia de León y en menor medida a Valladolid y Zamora.

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Comenzó entonces un largo y complicado proceso de expropiaciones de bienes y propiedades y de compensaciones por la pérdida de puestos de trabajo; expropiaciones firmadas muchas de ellas en medio de fuertes presiones e incluso amenazas y mentiras. Al menos así piensa hoy Ceferina Valbuena, de 64 años, que dice: "Como era la dictadura y no podíamos hablar, nos sobrecogimos y tuvimos que firmar". Muchos dicen que si en aquellos años hubiera existido la democracia no hubieran aceptado las expropiaciones, que han ascendido en total a unos 4.000 millones de pesetas. Hay otros que les acusan de haber sacado una buena, buenísima tajada a la Administración.

La acusación no puede imputarse a Eusebio Sierra, de 47 años, calzado con unos espectaculares zuecos de madera, cuyo futuro y el de su familia, con vivienda y puesto de trabajo incluidos, le fue comprado por poco más de un millón de pesetas. "Hoy puedo vivir gracias al capital heredado de unos tíos míos que no tenían hijos, y que invertimos en la compra de unas vacas", dice Sierra, quien sólo pide una cosa, difícil, eso sí, para los tiempos que corren: "Un puesto de trabajo, y particularmente e¡vivir aquí, en mi pueblo!".

Pero no sólo plasman los riañenses sus pensamientos en las paredes. Parece que muchos de ellos están dispuestos a llegar hasta el fin. "Yo ya igual no me voy", dice Feliciano Sierra, quien a pesar de sus 84 años se sostiene bien erguido con ayuda de un bastón. "Para mí abandonar este pueblo significaría la muerte adelantada".

Juntos contra el embalse

Y como no se fueron del pueblo tras las expropiaciones, hoy, tras más de 20 años de provisionalidad absoluta, las fachadas se han tornado amarillentas, mientras el duro clima invernal, implacable, ha encontrado su hueco en las construcciones, resquebrajándolas y deteriorándolas hasta casi convertirlas en fantasmas de piedra. Pero los que no ven ni han visto fantasmas son los jóvenes, los que tenían 8 o 10 años en los tiempos de la venta del pueblo y por los que sus padres cobraron 2.000 pesetas por cabeza.

Paralelamente al impulso definitivo al proyecto por parte de la Administración socialista, ellos formaron una asociación, CACOR (Comisión de Afectados por la Comarca de Riaño), y sin cortarse un pelo, como si esa amenaza de las aguas no fuera con ellos, comenzaron una etapa de inversiones en el pueblo que se han saldado con la compra de ganado y la apertura de varios bares y clubes. Y además están dispuestos a todo. "A mí me van a sacar por un lado y entraré por otro", dice Fernando Alonso, presidente de CACOR, 30 años, que posee una pequeña industria de reparto de bebidas y un bar que regenta con un hermano y un cuñado. ¿Y por qué no te quieres ir si tus padres han sido indemnizados ya? "Coño, porque ésta es mi tierra. Si dentro de unos años me preguntan que de dónde soy, ¿de dónde voy a decir que soy?, ¿de un pantano?", espeta, corrosivo, Fernando. "Yo no me voy a ir", afirma Jesús Alúmez, de 29 años, mientras sirve un café en el pub abierto hace un año junto con dos amigos y en el que han invertido cuatro millones de pesetas. "Yo esto no lo cambio por nada", dice Jesús. "Lo que tenemos aquí es de nuestros antepasados, y además hay cosas que no se pueden comprar y vender".

"A mí me tendrán que echar a palos", corrobora Lolo Liébana, de 26 años, mientras Caritos (José Ricardo, de 30 años) expulsa las palabras de manera casi violenta: "Voy a defender lo mío a capa y espada. Como sea". ¿Y por qué no pedís una indemnización para instalaros en otro sitio? "Nosotros no queremos dinero ni indemnizaciones. Sólo queremos que nos dejen vivir aquí. Es más, estamos dispuestos a devolver todo el dinero de las expropiaciones", se oye ya casi al unísono.

Este movimiento, dirigido por los jóvenes y en muchos casos apoyado por sus mayores -"ellos no se atreven a ir delante, porque como ya han cobrado, aunque sea coaccionados y engañados, tienen que colocarse detrás"-, no cuenta con el beneplácito absoluto de todos los riañenses. Algunos califican de "radical" la postura juvenil y creen que lo mas idóneo y real, ante el hecho irreversible de la llegada de las aguas, es negociar, negociar y negociar.

Eso intenta explicar el alcalde de Riaño, Guillermo Hernández, de Alianza Popular, que aunque se muestre partidario de "retrasar al infinito" y de aceptar casi estoicamente la temible anegación, piensa que "estamos obligados a pedir a la Administración todo tipo de ayudas para los afectados, de forma que el éxodo sea lo menos doloroso posible".

Y de igual manera que la abundancia de las aguas ha creado y deteriorado el ambiente del valle, la falta de ese bien preciado está ocasionando luchas y enfrentamientos entre los regantes del Sur. Darían cualquier cosa por unos pocos litros de agua. Cuanta más mejor. Sólo traerá innumerables ventajas y parabienes, de realizarse los planes que ellos dan ya como seguros. O al menos eso dice rotundamente Matilde Fernández, una eterna luchadora en este problema del agua, presidenta de la Asociación de Riegos del Sur de León y alcaldesa de Valverde Enrique, uno de los pueblos afectados por el plan de regadíos. A Matilde, de 44 años, casada y con tres hijos, nunca le agradecerán bastante todo el empeño que está poniendo en el asunto. Las reuniones hasta altas horas de la madrugada, las conversaciones a diestro y siniestro, los estudios, planes y negociaciones forman parte intrínseca de su vida desde hace largos años. Y todo con una sola idea: "Que inunden Riaño, ya que será la única solución de nuestra vida y nuestro campo".

Los regantes no ven más que ventajas en la inundación de la comarca riañense y el posterior plan de regadíos para su zona. Y empiezan la enumeración casi interminable de su sueño: en las 83.000 hectáreas afectadas se podrá hacer otro tipo de cultivos además de los actuales, centrados en los cereales y las legumbres; se obtendrá un beneficio de un 400% con respecto al actual; van a ser 8.000 familias afectadas; la mano de obra se podría multiplicar por 10. Hasta le dan soluciones a los quebraderos de cabeza del presidente del Gobierno, como Antonio Robles: "De aquí podrían salir los 800.000 puestos de trabajo que prometió Felipe González".

Dicen que ahora una familia con tierra propia necesita para vivir decentemente entre 80 y 100 hectáreas, y con el regadío sólo harán falta unas 10 o 15 hectáreas. El más joven, Francisco de Mata, alcalde de Matadeón, de 30 años, edad poco común por estos contornos, piensa que sus hijos "no se tendrían que ir fuera porque aquí tendrían trabajo".

El agua no traerá sólo esa larga lista de beneficios, sino incluso puede traer hasta una boda, la de Jesús de la Varga, de 39 años y vecino de Quintana de Rueda, quien afirma: "Cuando llegue él agua, yo me caso".

¿Todo esto a cambio de la muerte de una comarca? "Pero es que todo el progreso tiene que hacerse a costa de algo", dice Benjamín Martínez, de 63 años y natural de Vega de los Árboles. "Por esa misma razón no se podrían hacer autopistas". "Nosotros no queremos la muerte de Riaño, pero es que no queda más remedio; nos parece muy bien que los jóvenes de allí hayan podido estudiar con el dinero de las expropiaciones, pero también lo queremos para nuestros hijos". "Si ellos se han beneficiado, que nos dejen ahora beneficiarnos a nosotros", dice Antonio Robles, quien añade, con voz no muy convincente, que "si hay alguna injusticia real, que se solucione". Y sobre todo, "que vengan aquí en verano y nos vean cuando no llega la lluvia".

En un mastodóntico esfuerzo de reconciliar dos posturas irreconciliables, los regantes invitan a los vecinos de Riaño a instalarse en sus tierras si no quieren habitar en Nuevo Riaño (un pueblo, o mejor, un proyecto de pueblo, situado por encima de la cota de las aguas, que acogería a la población desplazada por el embalse y en el que por el momento, además de constituir un poblado artificial, sólo se erige el edificio del futuro Ayuntamiento y un cuartelillo para la Guardia Civil). "Aquí va a haber sitio y trabajo para todos", invitan casi en voz baja. Porque esto sí que sería un sueño: los riañenses compartiendo su vida con los enemigos de siempre.

Alternativas

En todos los temas de conversación aparecen los planes alternativos al embalse, defendidos a capa y espada por los riañenses, y consistentes en la construcción de pequeños embalses y el aprovechamiento de las aguas subterráneas. Pero esto también choca con los otros actores de la película -los regantes y la Administración-, que los califican de pura falacia e inviables.

La comarca de Riaño espera el definitivo desalojo de las viviendas para la construcción del viaducto que unirá la carretera por encima del pantano. Cargas de la Guardia Civil, enfrentamientos, algo insólito en esta zona rabiosamente silenciosa, forman parte de la vida casi diaria de sus calles.Hay vida en Riaño. Sólo hay que pasear por la noche, incluso a altísimas horas de la madrugada, a pesar del frío. Sólo hay que escuchar los gritos de los 64 niños que acuden a la escuela bajo la gran pintada "Dejadlos crecer aquí". Donde no hay vida es en el Sur, donde tropezar con un niño se convierte en una aventura heroica. Será la vida de unos a cambio de la muerte de otros. "Quizá sea una postura romántica, pero donde hay esperanza hay vida", parece que anuncian, esplendorosos y erguidos, los chopos del valle.

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