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CAMPAÑA ELECTORAL EN EE UU

El 'último hurra' de Ronald Reagan

El presidente norteamericano realiza su postrera campaña electoral para mantener el control del Senado

Francisco G. Basterra

ENVIADO ESPECIAL"Si queréis una América fuerte, respetada, y no queréis volver a la inflación de la época Carter con más impuestos, el dinero caro y la economía de rodillas todavía tenéis una oportunidad Aunque ya no podéis votar por mí, ayudadme a concluir el trabajo realizado y votad por Mak Mattingly para el Senado". Son las palabras de Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, a las 11.40 del pasado martes, en el polideportivo municipal de la ciudad de Columbus (Georgia), ante un auditorio de convencidos que agitan frenéticamente pequeñas banderas de papel con las barras y las 50 estrellas.

Minutos después, en la apoteosis final, caen miles de globo con los colores nacionales (azul rojo y blanco), mientras las bandas de cinco colegios atruenan el local con marchas patrióticas y las mejorettes minifalderas bailan entusiasmadas, en un fin de fiesta que recuerda a lo mejor que ofrecía el circo americano a los españoles de los años cincuenta y sesenta.

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Todo, los ataques a los demócratas como despilfarradores del dinero de los contribuyentes, tres chistes, la defensa del rearme, la afirmación de que "no abandonaré el SDI" (guerra de las galaxias); "en Islandia mantuve mi palabra", y la declaración de que hoy "cualquier dictador de pacotilla sabe que si se mete con EE UU tiene que pagar un precio", dura 20 minutos. Otra masa partidaria espera la segunda intervención del día, dos horas después, en Birmingham, la ciudad famosa por la lucha de Martin Luther King en los sesenta contra la segregación racial en el Estado vecino de Alabama.

"Señor presidente, ¿conseguirá salvar el Senado para los republicanos?", le espetó a Reagan un periodista el martes cuando descendía del Air Force One, en el aeropuerto de Birmingham (Alabama). "Soy demasiado supersticioso para comentar", respondió Reagan. Los sondeos prevén una de las elecciones mitad de mandato más reñidas de la historia.

Tradicionalmente, dos años después de la elección presidencial se renueva por completo la Cámara de Representantes, un tercio del Senado, muchos gobernadores y mutlitud de cargos estatales y locales. Asustados por las previsiones, que señalan la posibilidad de que los demócratas recuperen el control del Senado, que perdieron en 1980 con la llegada de Reagan a la Casa Blanca, los estrategas republicanos están utilizando a fondo su gran arma: el presidente más popular de este siglo.

En Georgia, Alabama y Carolina del Norte, Reagan suministró en grandes dosis la droga del patriotisnio. El presidente que nunca fue a la guerra (por problemas médicos se quedó en Hollywood haciendo películas), utiliza en sus intervenciones el estupefaciente de una América fuerte -"desde que soy presidente no hemos cedido un solo centímetro de territorio a los comunistas y hemos liberado la isla de Granada"-, donde la ley y el orden ("gracias a mis nombramientos judiciales, los criminales van más a la cárcel y se imponen condenas más largas"), la familia tradicional y la gente honrada y decente son los valores imperantes.

Hipernacionalismo

Resulta fascinante observar los rostros de sus audiencias, encendidas de hipernacionalismo y que se calientan las manos aplaudiendo cualquier alusión negativa a la Unión Soviética.

Reagan disfruta enormemente en su última campaña electoral. "Me gusta salir de Washington y reunirme con vosotros, los verdaderos americanos", repite constantemente, remachando su idea de que lo importante son los ciudadanos y no el Gobierno federal, cuya reducción persigue con ahínco desde hace seis años. El auditorio en Columbus le gritó: "Reagan, cuatro años más", y el presidente, sonriendo, explicaque la Constitución no permite un tercer mandato, que se conforma con dos años del Senado en manos republicanas y "que, si se trata de que viva cuatro años más, me parece muy bien".

"Éste va a ser un día histórico en vuestras vidas", grita el presentador del acto electoral en Columbus (180.000 habitantes), una ciudad importante de Georgia, la tierra de Carter, cuya industria textil ha sido muy castigada por las importaciones baratas del Tercer Mundo. Se ensayan hurras al presidente, en el precalentamiento de un público que se caldea solo. "¿Estáis orgullosos de ser americanos?". "Sííííí", responde la audiencia. "Quiero un sí más fuerte", pide el presentador, un gran profesional. "El presidente acaba de aterrizar y viene para aquí, ha buscado un hueco en su tarea de defensor del mundo libre para venir a vernos", ruge el telonero, y se desencadena el entusiasmo de los fervientes republicanos.

Para entretener la espera, una banda de rock modosita, con componentes al estilo Neil Sedaka de los cincuenta, interpreta música templada, acorde con la audiencia, que va desde viejecitos vestidos como para la misa del domingo hasta jóvenes de las escuelas locales. Miss Georgia, Marlesa Ball, una rubia de almanaque, vestida con traje rojo largo, banda, y tocada con una corona, sube al escenario para entonar el himno nacional, que es escu ado por la audiencia en posición de firmes.

La religión, estrictamente separada de la política por la Constitución en Estados Un¡dos, no podía faltar en esta ocasión. Un pastor telegénico, Hamado Jim Jackson, pide silencio, cierra los ojos, inclina la cabeza y se recoge, lo mismo que toda la mesa presidencial, y ruega a Dios que "bendiga a nuestra nación, al mundo y a nuestro querido presidente". En la segunda fila, una familia al completo sostiene un cartel: "Dios ama al presidente Reagan".

El gran momento se acerca. El presidente ha concluido, en un local próximo, un discurso ante los veteranos de guerra locales, acto que la Casa Blanca ha aprovechado para que Reagan firmara en Columbus una ley que mejore las prestaciones para los ex combatientes, y ya se escuchan las sirenas de la caravana.

Para una ciudad de este tipo (el otro día Reagan fue el primer presidente en visitar Grand Forks, North Dakota, desde hace 16 años), la Hegada del Air Force One al aeropuerto local, la entrada de la cabalgata presidencial (con el segundo coche, un Cadillac, descubierto y con los agentes del servicio secreto colgados de los guardabarros dispuestos a saltar, en una escena que recuerda a la trágica jornada de Dallas), es un acontecimiento.

Suenan las notas del Hail to ¡he chief (Saludo al jefe), y Reagan hace su entrada en el pabellón, acompañado por el senador republicano Mik Mattingly, que le ha esperado en el aeropuerto. Son las 11.40. Para el senador, la foto con el presidente en la escalerilla del avión y las imágenes en los noticiarlos de televisión locales pueden ser a diferencia que le haga ser reelegido el mares.

Reagan viste un clásico traje marrón (su modelo preferido), con corbata del mismo color y pañuelo blanco asomando por el bolsillo, en un estilo retro que gusta cultivar. La audiencia se viene abajo en aplausos, gritos descontrolados de "Amamos a Reagan". Cientos de flashes de instamatics ciegan el escenario. Qué gran día para la Kodak.

"Os quiero a todos"

El presidente inicia su discurso. En Birmingham y en Charlotte repetirá el mismo texto, cambiando el nombre de los senadores que luchan por la reelección (a Jeremiah Denton, en Alabama, le llamó "un verdadero héroe americano"), y el nombre de las bandas de música de los colegios a las que saluda por sus nombres. "Yo también formaba parte de la banda en Dixon (Illinois). Os quiero a todos. Creedme".

Fuera del texto entregado de antemano por su servicio de prensa, el presidente pasa un recado a los jóvenes de "mi compañera de cuarto" (Nancy). "Cuando os ofrezcan droga, decid no". Acabada una ovación que parece interminable, el presidente entra en materia.

Para ello escoge recordar que desde 1980, cuando llegó a la presidencia, "hemos arreglado el mayor desastre económico desde la gran depresión". Reagan repite que EE UU está disfrutando una de las mayores expansiones económicas de su historia (ha entrado en el mes número 48), que los impuestos han sido reducidos en un 25%, se han creado bajo su presidencia 11,5 millones dispuestos de trabajo (más que Europa occidental y Japón juntos en los últimos 10 años), los tipos de interés son mucho menores y la inflación ha descendido del 12% al 1,8%.

Lógicamente, no se refiere para nada a la incertidumbre que provoca para el futuro de la economía un déficit fiscal de más de 200.000 millonesde dólares, un desequilibrio de la balanza comercial de 150.10100 millones de dólares y el futuro de la divisa estadounidense.

A continuación, el presidente se desata en un ataque contra los demócratas, a los que acusa de actuar con el dinero del contribuyente, "como, si tuvieran vuestra tarjeta de crédito en el bolsillo y, creedme, nunca salen de casa sin ella", ironiza, parodiando un anuncio famoso. Ahora le toca el turno a los senadores liberales, por supuesto demócratas (cita a Teddy Kennedy), que si los republicanos pierden el Senado, advierte el presidente, "decidirán quiénes son nuestros jueces". El Senado confirma el nombramiento de jueces federales, algo muy importante para impulsar la revolución conservadora de Reagan.

Un actor en su papel

El presidente, un gran actor, aparece al borde de la emoción cuando habla de la seguridad de Estados Unidos: "No hay nada de lo que me sienta más orgulloso que de los dos millones de hombres y mujeres que integran nuestras fuerzas armadas". Promete que los republicanos les seguirán armando con el mejor equipo que el dinero pueda comprar. Gracias a nuestro Ejército, explica, las cosas han cambiado. Hace años América llevaba un cartel colgado del cuello que decía: "Pégame". Ahora ha sido sustituido por otro en el que se lee "No juegues conmigo".

Reagan concluye sus intervenciones electorales con un canto a la juventud y una petición a los republicanos para que acudan a votar el martes. En su discurso no hay ideas nuevas, es la repetición de los grandes temas y la filosofía de la campaña de 1984. En el fondo, no importa. El último hurra electoral de este presidente, como sus campañas anteriores y las de sus antecesores contemporáneos, están pensadas para la televisión. Lo relevante no es lo que se cuenta, sino lo que se ve. Los escenarios, el público, los fondos azules, las banderas, los globos la música, los candidatos y sus mujeres están pensados para la pequeña pantalla.

Se trata, fundamentalmente de suministrar imágenes para los telediarios. El martes, en Columbus, Birmingham y Charlotte, los noticiarios locales abrieron con la visita de Reagan. El helicóptero presidencial, Marine One, depositó a su usuario a las siete en punto en la Casa Blanca, justo a tiempo para que viera, con Nancy, en el tresillo floreado de sus habitaciones privadas, los informativos nacionales de las tres grandes cadenas de televisión.

La atención a su intensa jornada electoral fue pequeña y no significó la noticia del olía, en una jornada en la que hubo pocas noticias. Pero tanto, ABC como CBS y NBC transmitieron las imágenes del gran comunicador. Una cadena, sin embargo, aprovechó la campaña para contar cómo en un pueblecito de Carolina del Norte hasta hace poco todavía se compraban votos.

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