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Contra las pesadillas estéticas

Hubo un tiempo en que los dictadores del gusto español trataron de legislar qué era lo bueno y lo malo en poesía y novela, desatendiendo un tanto el teatro, al que, dejaban campar por los cerros de la denuncia social. Era buena toda novela en la que ni el argumento, ni los personajes, ni la historia, ni la trama, ni las ideas tuvieran nada que ver con la impresión estética producida por un monumento verbal que no debía suscitar otras emociones que las de la verbalidad. Eran, y son, esas novelas en las que los personajes tardan treinta páginas en subir una escalera o quince en abrir una ventana, ajustada relación entre propósito, esfuerzo y resultado. Eran, y son, esos poemas llenos de Heráclitos, ruinas, mitología de Diccionario Enciclopédico y floricultura esencialista. No niego que por uno y otro camino puedan conseguirse obras maestras. No lo niego como hipótesis.Afortunadamente hemos salido de la noche dogmática, en parte por el fracaso comunicacional, sólo hipócritamente pretendido, de lo que podríamos llamar nuestra "literatura ensimismada" y en parte porque hay una ley histórica inapelable que afecta incluso a las estéticas más ahistoricistas: no hay mal que cien años dure. Los sectores más lúcidos de eso que llamamos público, son los que crear. las corrientes del gusto más sensatas y a la larga renovadoras, determinantes de la relación entre lo viejo y lo nuevo y ese público ha establecido una pluralidad lectora en correspondencia a la. pluralidad de escrituras que caracteriza, más en novela que en poesía, un excelente momento literario. Mientras los críticos más establecidos, convertidos en seleccionadores nacionales de Literatura, tanto de la selección A como de la subventiuno, siguen decantados hacia una literatura ensimismada, aunque cada vez más se abren a las evidencias de la iniciativa del lector, mi experiencia como repetido jurado tanto en premios, de poesía como de novela me lleva a poner en guardia al personal sobre la amenaza de un nuevo bandazo.

Si nuestros ingenuos y bien intencionados escritores "sociales" decían sacrificar la calidad literaria a la urgencia y eficacia del mensaje y nuestros exquisitos verbalizadores decretaron orden de caza y captura contra toda pieza literaria que comunicara algo más que la habilidad del autor para esconder el sujeto, parece advertirse entre las más recientes muestras un cierto desprecio a "lo literario", sacrificado bajo toneladas de ocurrencias, argots, jeringuillas y mariconadas y empleo lo de mariconada en un sentido peyorativo suficientemente explicado y denunciado por ilustres homosexuales. No se trata de reprimir los materiales peculiares que cada promoción literaria lleva consigo, sino de no rebajar la exigencia de "lo literario", instrumento definitivo para que una novela o un poema sean verosímiles, con esa verosimilitud artificial que requiere toda obra artística y que en nada se parece a la verosimilitud de la realidad.

En muchos casos, estas nuevas propuestas metidas bajo las faldas de un nuevo realismo cutre y desenfadado, emparentado o no con la novela negra, verde o tornasol, son un claro síntoma de que sus autores no han leido lo suficiente, no han ejercido ese necesario vampirismo hacia el patrimonio que garantiza el fructífero encuentro entre tradición y revolución. La Literatura no evoluciona al margen de las demás artes y en el siglo ya veintiuno más que veinte, hay que incluir en el capítulo de influencias toda la cultura audiovisual que al ser de masas no nos excluye sino que nos incluye, salvo a aquel artista tan pegado a sus mayúsculas que se meta en una urna al margen de cualquier posible marginación. Es evidente que no se puede leer, y por lo tanto escribir, como si no existieran el cine, la televisión, la industria musical pop, el vídeo etcétera, etcétera, y no sólo como prepotentes competidores en la relación entre emisor y receptor, sino como modificadores de los mecanismos de comunicación, de emisión y de recepción, ele escribir y de leer.

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Pero tan evidente como eso es que la Literatura sale fundamentalmente de la Literatura y el idioma, por ejemplo, a emplear literariamente es en cada. promoción el resultado de una. tensión dialéctica entre lo ya escrito y lo realmente hablado. En cambio asisto, repito que come, jurado, a unas propuestas literarias que no han tenido en cuenta patrimonios literarios fundamentales y que parecen más fruto de la influencia del cómic o del vídeo-clip. Propuestas literarias en su mayoría muy estimulantes en cuanto a la elección de temas, apuntes de personajes, hallazgo de situaciones originales o que lo parecen, pero todo ello descrito con un idioma empobrecido, lleno de latiguillos y lugares coinunes, un idioma de escritor insuficiente lector.

En cambio en poesía el problema no es la poca lectura del nuevo poeta, sino la peligrosa tendencia mimética quie advierto en la inmensa mayoría de la joven poesía española, tendencia mimética hacia un modelo "postnovísimo" hegerriónico, el más culterano, que haconseguido crear una pléyade de quinientos mil jóvenes poetas que escriben todos igual, muy correctamente eso sí, pero utilizando las mismas ruinas, los mismos colores de crepúsculo y los mismos canales de ciudades lacustres, como si todos utilizaran un mismo almacén de atrezzo. Sólo hay algo tan aburrido como pertenecer a un jurado de poesía española y es pertenecer a un jurado de novela en una convocatoria en que rriás de la mitad de los optantes se han puesto de acuerdo para hacer novela histórica, barroca, a ser posible escrita en el ioliorna ole un determinado trimestre de una precisa zona geográfica en un concreto año lingüística e imperialmente triunfal. Pues bien, casi es de agradecer este tipo de novela histórica que recuerda esos heróicos esfuerzos de reproducir Nótre Dame con mondadientes, al lado de una supuesta novela posmoderna escrita desde el analfabetismo literario y sin otro pairaíso perdido que el de Disneylandia.

Y no pido un justo término medio. Pido rigor para cada opción estética y desde cada opción estética. Rigor que empieza por el respeto a lo literario y el rechace de la facílidad, sobre todo de la facilidad cle lo aparentemente más fácil.

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