Todos los dioses de la humanidad, invocados en Asís
El papa Juan Pablo II recorrió ayer a pie, vestido de blanco, sin capa roja, algunas calles desiertas de la ciudad de Asís, seguido de un puñado de gente controlada por 1.500 policías y protegido por tiradores con fusiles de precisión apostados en los techos de casas e iglesias. A su derecha, como símbolo visible de la jornada ecuménica de paz, estaban Robert Runcie, arzobispo de Canterbury y primado de la comunión anglicana, y a su izquierda, el patriarca ortodoxo, su eminencia Methodios. Representantes de 12 religiones invocaron ayer a sus dioses por la paz.
La policía controló palmo a palmo el trayecto por el que caminó Juan Pablo II. Agentes de seguridad fueron piso por piso y pidieron la documentación a sus ocupantes. A algunos les habría parecido bien que el Papa hubiese renunciado en Asís a los fusiles y ametralladoras que lo defienden. "Es verdad que san Francisco fue un religioso siempre desarmado", dijeron a este propósito a EL PAÍS los franciscanos de Asís, pero añadieron que el Papa es, además de jefe religioso, un "jefe de Estado", y que, por tanto, 'la prudencia pedía que se tomasen con él medidas de seguridad ". "Lo importante", dijeron algunos frailes franciscanos, "es que él vaya siempre desarmado, como lo estamos nosotros, a pesar de que ya nos colocaron en el pasado una bomba en la basílica".Todo Asis fue ayer como una imponente representación religiosa donde cada una de las 12 religiones presentes realizó sus ritos y oraciones, a veces ante los ojos atónitos de la gente y ante un enjambre de cámaras de televisión y fotográficas. Fue la primera vez que se pudo ver, por ejemplo, a los seguidores budistas del Dalai Lama rezar sentados en tierra, con sus vestidos naranjas y sus cabezas rapadas; alrededor del altar de una iglesia católica, la parroquia de San Pedro, y colocar sus objetos religiosos sobre el mismo altar consagrado, debajo del cual reposan los restos de un mártir cristiano. Lo que más llamaba la atención era una imagen de Buda colocada nada menos; que sobre el tabernáculo del altar.
En otra iglesia, la de San Gregorlo, los pieles rojas, con sus grandes plumeros de.colores, celebraron también, sobre una mesita colocada al lado del altar, sus ritos de la religión tradicional amerindia, invocando con sus amuletos al Dios de los cuatro puntos cardinales.
Entre tanto, en una sala del Ayuntarniento, bajo un retrato gigante de un cardenal de la Iglesia, hacían plegarías contra el hambre, la injusticia y el dolor los grandes saceridotes'de la selva de Togo, animistas, unos con el pecho desnudo, y descalzos, a pesar del frío otoñal, y el oficiante, con camisa blanca y falda de fibras de árbol de varios colores y con pulseras y collares en el pecho, brazos y piernas. Uno de ellos era el jefe de la danza del Sol.
Más allá del esfuerzo humano
El Papa quiso puntualizar que la jornada de oración de tantos jefes religiosos juntos debía servir para que el mundo tome conciencia de que "existe una dimensión de la paz y un camino para promoverla distintos del resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos". El Papa añadió que se trata de "la oración que expresa una reliación con un poder supremo que sobrepasa" las posibilidades humanas. En este concepto insistió mucho ayer el Papa al afirmar que, si bien la paz depende del esfuerzo de los hombres, sin embargo "va mucho más allá", dijo, "de los esfuerzos humanos, y, por tanto, su realización hay que buscarla en esa realidad que está por encima de todos".El Papa señaló que en este aspecto, y,en la necesidad de un "imperativo moral de la cohciencia que haga respetar la vida humana" (y aquí citó el aborto y la eutanasia), existe una total coincidencia entre todas las religiones del mundo. Sin embargo, sobre todo las confesiones cristianas presentes ayer en Asís, temían que ahora el peligro consista en que todo se quede en esta oratión, sin que las religiones ofrezcan nada concreto a los hombres para la construcción de la paz.
En su discurso final -mientras en la plaza del Ayuntamiento unjoven se había encadenado para llamar la atención contra el exterminio de los indios; mientras a los religiosos presentes se les entregaba un simbólico ramo de olivo; y mientras el jefe de la nación Crow, el piel roja John Pretty-On-Top, ofrecía a los presentes su calumet o pipa de la paz- el papa Juan Pablo II afirmó que la paz "espera hoy a sus profetas". Y añadió una frase que causí mucha impresión, al ser dirigida a los representantes de tantas religiones no cristianas: "Repito aquí mi humilde convicción de que la paz lleva el nombre de Jesucristo". Aunque afirmó también el Papa: "Pero al mismo tiempo, estoy dispuesto a reconocer que los católicos no han sido siempre fleles a esta afirmación de fe. No hemos sido siempre constructores de paz".
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