Un reparto de oro
La heredera es un filme realizado por William Wyler en 1949 y hay historiadores que lo consideran, no sin fundamento, como su canto de cisne, ciertamente prematuro pues en aquel año el cineasta cumplió 47 de vida.Efectivamente, en la filmografía de Wyler siguieron a La heredera filmes en general menos convincentes que los que la precedieron inmediatamente. Brigada 21, Vacaciones en Roma, Carrie, Horizontes de grandeza, Ben Hur, Horas desesperadas, La gran prueba, La calumnia, Funny Girl, Como robar un millón y..., No se compra el silencio y (ésta es la excepción) la interesante El coleccionista, son películas impecablemente ejecutadas y casi siempre con gancho comercial, pero que raramente, o solo en parte, alcanzaron el acabamiento de algunas de las que precedieron a La heredera, entre las que se cuentan un western magistral, El forastero, y el magnífico melodrama, Los mejores años de nuestra vida.
La heredera, desde un punto de vista formal, padece un vicio de base: es una adaptación fiel de una obra de teatro convertida en guión, circunstancia que imprime a su ritmo una excesiva morosidad. Esta obra destinada a la escena es, a su vez, adaptación de la novela de Henry James Washington Square. La combinación de cadencias que este doble proceso de adaptación origina, repercute inevitablemente sobre el ritmo de la película, que unas veces es puro cine y otras se parece peligrosamente a teatro filmado. Por supuesto, muy bien filmado y mejor interpretado. Es este último el capítulo de gloria de este interesante y no totalmente redondo filme.
Cuatro intérpretes
William Wyler fue siempre un experto director de actores. La crítica norteamericana de su tiempo llegó incluso a, compararle -exagerando mucho sus buenas cualidades- con Greorge Cukor en habilidad para dirigir a las actrices, tal vez cegada por el buen partido que Wyler sacó de Bette Davis en La loba, Jezabel y La carta. Lo cierto es que Wyler supo en La heredera sacar auténticas esencias del reparto de oro que la Paramount le concedió y que está presidido por cuatro comediantes del fuste de Olivia de Havilland, Montgomery Clift, Ralph Richardson y Mirian Hopkins.Olivia de Havilland ganó -con justicia, lo que no siempre se puede decir de estos premios- el oscar a la mejor interpretación femenina de aquel año. Su creación de Catherine Sloper en La heredera es memorable. Esta actriz -monocorde a causa de la inercia del encasillamiento que para ella supuso el fetiche de la bondadosa sonrisa que lució en su composición de Melania Hamilton en Lo que el viento se llevó- llevaba dentro más variedad de registros que la que los 91 estudios le dejaron mostrar hasta entonces y en La heredera por fin los sacó a la luz. Su trabajo es francamente difícil: la transformación de una mujer, desde su angelical ingenuidad inicial a la desembocadura en un carácter agrio, retorcido e incluso malvado. Y, pese a considerable dificultad que conlleva tal mutación la borda.
Mirian Hopkins, expertísima actriz, compone una Lavinia in tensa, apretada, contenida Ralph Richardson compone un Austin Sloper con tal economía y hondura, que hay que verlo para reconocer una vez más hasta donde llegó la maestría de este grande la escena británica.
Y, finalmente, Montgomery Clift -por entonces un joven actor de escuela neoyorquina trasplantado a Hollywood, pero todavía fascinado por la sombra del maestro de maestros de Broadway, Alfred Lunt- hizo en La heredera su tercera incursión en la pantalla.
Había interpretado dos filmes sin interrupción en 1948: el magnífico Río Rojo de Howard Hawks y el mediano Los ángeles perdidos, de Fred Zinnemann. No estaba por tanto curtido ante las cámaras, pero no obstante se mantuvo a la altura de sus veteranos oponentes, mediante una sutilísima creación del cínico Morris Townsend, un tipo lleno de doblez moral, en cuyo interior Clift ofrece una lección de otra doblez, esta noble: la del actor de genio, que hace de cada rostro humano que se enfrenta con el suyo un espejo de sí mismo
La heredera se emite hoy a las 20.30 por TVE-2.
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