Lotófagos
Hay que distinguir entre la flor de loto, que es una ninfeácea olorosa y blanca que flota en las aguas de los ríos míticos, tipo Ganges o Nilo, de exclusivas propiedades poéticas, metafóricas por más señas, y el fruto del árbol del loto, que es una especie de ciruela o melocotón rojizo, de sabor dulce y que madura hacia el otoño. Cuentan las leyendas del norte de África que cuando un extranjero come el fruto del loto se olvida de su patria. A esos amnésicos los llaman lotófagos y es fama que siempre fue el postre preferido de la raza de los cosmopolitas. Recuerdo ahora que el gran Cunqueiro, en su tertulia de rebotica de Mondoñedo, me aseguraba que la solución de este país estaba en el fruto del loto. Que si hace olvidar la patria, con más motivo será un remedio eficaz contra las epidemias del "me duele España", además de un soberbio laxante.Estamos ahora mismo en plenas fiebres de loto. Cada semana caen los récords de la más primitiva de las loterías. Miro las recaudaciones de los juegos de la patria mía, escucho el rumor dominante de las cafeterías y los supermercados, leo esas estadísticas vertiginosas que hablan del furor nacional por el azar, y llego a la conclusión de que nos hemos convertido en lotófagos crónicos. Interpretan los sociólogos, los economistas, los psiquiatras y otros eruditos del alma nacional esta escalada de las fiebres de la loto, la QH, la Q1 y Q2, los portfolios, los bingos, las rifas, los cupones o los cartones como fruto de la crisis que no cesa. Las gentes se encomiendan al azar para conjurar la necesidad. No estoy de acuerdo con el tópico y grosero determinismo.
Mi interpretación es todavía más grosera. Devoramos los variados frutos del árbol del azar no para enriquecernos por la vía rápida, sino para olvidarnos de esa letanía pelmaza de esos males de la patria que nos salmodian los medios todas las mañanas. Somos lotófagos porque estamos hartos de esa politicofagía estridente, de quita y pon. Combinamos numeros y palotes para exorcizar esas combinaciones tediosas de siglas y disidencias. Jugamos a lo que se nos ponga por delante para ser amnésicos con lo que tenemos delante.
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