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Apalear y apuntillar un toro desde una excavadora

Los encierros de Fuenlabrada duran horas, hasta que los animales quedan extenuados

Rosa Rivas

Tres vaquillas y dos toros han sido soltados a las once de la mañana en un recorrido formado por dos calles y una plaza de Fuenlabrada. Los animales dan vueltas sin fin. Mientras tienen fuerza, pocos hombres se acercan. Pero el tiempo juega a favor de los vecinos. A medida que los toros se cansan aumenta la osadía de la gente. Les llueven los golpes, pero de cuando en cuando golpean a algún confiado. Este año, un marroquí murió y otra persona lleva varios días en la unidad de cuidados intensivos. Tres horas y media más tarde, tras ser perseguido por una excavadora ocupada por seis policías municipales y un puntillero, es rematado el último toro que aún seguía con vida.

"No nos van a quitar los encierros, ¿verdad que no?", dice una señora. "Porque esto es una cosa del pueblo, y nadie lo puede prohibir"."Hace unos años", cuenta uno de los componentes de la peña Machaca, "el alcalde quiso terminar con los encierros. Para protestar se metió una vaca al Ayuntamiento. Otros pegaron a algún concejal. Y a uno que le llamaban El Peluca y se oponía a la tradición le quemaron la peluca y le metieron al pilón".

9-30 horas: comienza el frenesí de chicos, mujeres, niños, para ocupar el mejor sitio en remolques y talanqueras que bordean algunos tramos del recorrido por donde pasarán los toros y las vaquillas.

En el Ayuntamiento de Fuenlabrada no quieren hablar de los encierros. El alcalde no está. Los concejales se encuentran reunidos. En el gabinete de prensa se despacha con cordialidad: "El alcalde no quiere salir a la palestra sólo por las cosas negativas. Los encierros son sólo una parte del programa de festejos. Cuando hayan pasado las fiestas, ha manifestado que estará dispuesto a hablar globalmente de ellas. Personalmente, no es ningún forofo de los encierros. Trató de reconducirlos, pero la iniciativa no tuvo ninguna aceptación popular".

Mucho miedo

11 horas: salen las tres vaquillas y los dos toros, traídos de una ganadería de Colmenar de Arroyo. Los animales se imponen y mandan en la plaza del General Barrón. Apenas nadie sale a correrlos o recortarlos. "Es que con esos toracos, hay miedo", comentan algunos.11.30 horas: dos perros salen a ladrar al ganado; lo harán durante media hora.

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Hay gente que aún desconoce que el lunes murió Tayib Ben Sliman por la cogida de un toro. "Estas cosas pasan", dicen algunos de los mozos que corren el encierro, "porque el Ayuntamiento, en vez de hablar y esconder la cabeza, tendría que poner más medidas de seguridad y no lo hace. Además, aquí llega mucha gente que no ha visto un toro en su vida. Esto es libre, aquí viene quien quiere".

12.30 horas: las reses comienzan a cansarse. Ya apenas atienden los envites de los espontáneos. "Si no hay cogidas, no mola", dicen unos niños.

Cuanto más cansadas están las vaquillas, más personas salen del resguardo de las talanqueras.

Cuanto más cansado está el toro, más se envalentona la gente. Cuando las bestias ya han perdido fuerzas, ya se les puede arrojar agua, tirar del rabo, agarrar de los cuernos, apalearlas, romper garrotes en la cabeza, "para que no se queden quietas".

Nadie es capaz de contar la historia de los encierros con un mínimo de exactitud. "Se hacen desde el siglo XVIII", señalan en el Ayuntamiento, "y prácticamente siempre ha pasado algo gordo". "Con Franco eran más salvajes", comenta el puntillero que irá rematando uno a uno a los toros y vaquillas.

"Incluso se pinchaba en los ojos a los toros. Desde que están los socialistas en el poder, apenas se maltrata a los animales". Otros comentan que, hace años, la Guardia Civil se ocupaba de matar a tiros a los toros.

13 horas: una vaquilla de pelo rojizo es apuntillada desde una excavadora. Queda una mancha de sangre en el asfalto. Se la recoge con la pala y se la tira al camión.

13.15 horas: aparece una vaquilla con un bastón metálico clavado y varias heridas en el lomo. Cinco minutos después, la puntilla.

13.30 horas: cae la tercera vaquilla con protestas del personal, "podía haber aguantado más".

14 horas: Sólo queda un toro pinto de unos 600 kilos, con un cordel atado a los cuernos y tirado por una docena de mozos. Brama, saca la lengua, es atrapado contra un árbol y, con la cabeza mirando al tronco, finalmente rematado.

Cuando se considera que ya han dado bastante de sí y ya están lo suficientemente agotadas, la excavadora ha de cumplir su cometido en el encierro.

Con seis policías municipales, uno de ellos armado con un walkie-talkie, y un puntillero a bordo, el artefacto amarillo se acerca al toro.

Si éste ya ha perdido todo ímpetu, y ya no resiste más meneos y vaivenes, mitad amocha, mitad arrulla la pala, sin saber que en ella cabalga el puntillero que en un par de intentos terminará con todo.

Si al animal le quedan aún fuerzas y no se queda lo bastante quieto; si sabe, sospecha o desconfía de la máquina y huye, se procede a su persecución y achique con una soga atada a los cuernos. Un remolino de mozos -ahora sí- empuja al animal a la concavidad de la pala. Ésta se eleva dejando un reguero de sangre espesa en mitad de la plaza del General Barrón.

Si el bicho es muy grande siempre hay alguna pata, el rabo o la cabeza que quede colgando. La caja de un camión colocado en un extremo de la plaza recibe uno a uno, en intervalos de alrededor de un cuarto de hora, los cuerpos de las cinco reses bravas.

Muerto ya, todos quieren tocar al toro. Un chico encuentra cierto morbo en apalear sus testículos para comprobar cómo al animal aún le quedan respingos en los nervios. Su cadáver apenas cabe en la pala.

14.30 horas: después de tres horas y media de multitudinario espectáculo -aún continúa la gente agolpada en terrazas, remolques, talanqueras y tejados- es echado al camión el último de los toros. Poco antes era perseguido por una excavadora amarilla y mucha gente. Aunque muchos todavía creían que era el toro quien perseguía.

"Como nos quiten los encierros", dice una chica, "echamos al alcalde".

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Sobre la firma

Rosa Rivas
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 1981. Premio Nacional de Gastronomía 2010. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Master en Periodismo Audiovisual por Boston University gracias a una Beca Fulbright. Autora del libro 'Felicidad. Carme Ruscalleda'. Ha colaborado con RTVE, Canal +, CBS Boston y FoolMagazine.

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