La película de Rohmer se perfila como favorita de la muestra
Cuando el festival se dispone a entrar en la recta final y existe ya una cierta perspectiva para juzgar el nivel medio de esta mostra, algunos periódicos empiezan a publicar sus clasificaciones. Por el momento, el máximo favorito, según los periodistas, sigue siendo Eric Rohmer y su Le rayon vert, un filme estimable, en la línea de los últimos del cineasta francés. Los amores de la crítica se reparten luego entre O Melissokmos, del griego Angelopoulos, y Round midnight-Autour de minuit, de Bertrand Tavermer.
Las dos películas españolas que se presentan a la mostra han quedado agrupadas en los últimos días pero no -afortunadamente- en el de la clausura y la noche antes. Se proyectarán en un momento en que aún se está a la espera de la gran película del festival, esa preferida que se considera indiscutible, a veces porque todo el mundo desea que el festival no acabe sin haber visto algo plenamente satisfactorio, que desmienta los vientos pesimistas que soplan sobre un cine en sempiterna crisis.La representación cinematográfica del Reino Unido incluye dos películas. Una, Fatherland, se ha perdido ya en el olvido de los miles de metros de celuloide vistos. La otra, A room with a view, de James Ivory, acaba de pasarse con un éxito considerable empañado por unas dudas burocráticas. A room with a view es una pequeña joya, una miniatura basada en una adaptación de la novela homónima de E. M. Forster, un novelista al que el gran éxito de Pasaje a la India ha vuelto a situarle en el punto de mira de los productores.
La película, que no cumple el reglamento del festival, ya que ha sido exhibida anteriormente fuera de su país, es excelente. Es un trabajo delicado, de precisión, hecho con minuciosidad y amor por el detalle y servido por unos actores formidables, encabezados por Maggie Smith. Como en las cintas de Rohmer, el eje de la ficción gira alrededor de las diferencias existentes entre lo que los personajes dicen y lo que hacen o desean. Aquí la protagonista es una jovencita que, después de descubrir el amor en un encuentro fortuito e interrumpido que tiene como marco la campiña italiana, se empeña en negar la evidencia de su sexualidad y se embarca en un compromiso matrimonial acomodaticio y absurdo. A diferencia de la práctica totalidad de las obras vistas en Venecia 86, en este caso no nos quedamos en aquello de que no hay amores felices ni hay una muerte al final. Es más, el único muerto que aparece en A room with a view tiene un sentido radicalmente opuesto, ya que la visión de un hombre asesinado al que la vida se le va por los ojos que se nublan y por una boca llena de sangre sirve de catalizador para que la protagonista descubra que no todo en el mundo puede canalizarse a través de las normas de buena educación.
De pronto, la pantalla del hotel Excelsior ha parecido convertirse en espejo: a la misma hora que el sol se ponía detrás del mar que vemos desde la gran cristalera de la sala de Prensa, una góndola, navegaba entre un cielo rojizo y un mar oscuro. Esa es la primera imagen de Amorosa, de Mai Zetterling, una película que estaba previsto rodar parcialmente en Barcelona y que por dificultades de producción se ha hecho en Venecia, cambiando la arquitectura de Gaudí por los palazzos de inspiración bizantina. El trabajo de la Zetterling biografiando a Agnes von. Krusentjerna deja mucho que desear. Es una obra anclada en los modos y maneras de cine de arte y ensayo nórdico de mediados de los años sesenta, cuando el escándalo aún era un valor de cambio seguro. Aquí, el descenso a los infiernos de la protagonista, incluidas secuencias oníricas, es truculento y falso.
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