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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La mansedumbre sindical

EL CONGRESO de los sindicatos británicos, que se celebra este año en Brighton, tiene una significación particular, porque refleja cambios sustanciales que han ido madurando en los últimos años. En 1984 y 1985, los congresos de las trade unions (Trade Union Congress) se caracterizaron por la ofensiva de los sindicatos más combativos e izquierdistas, en primer lugar los mineros, con su líder Scargill, que intentaron responder frontalmente a los ataques antisindicales de Margaret Thatcher. El momento decisivo fue la huelga general minera, que duró un año, y en torno a la cual Scargill se esforzó por reagrupar a todo el movimiento sindical para derrotar la política regresiva del Gobierno tory. Esa táctica había triunfado contra Edward Heath en 1973; pero fracasé contra Margaret Thatcher. La derrota de la huelga minera indicaba no tanto la eficacia de las medidas represivas, sino un retroceso de la capacidad de resistencia del movimiento obrero, debido sobre todo al aumento del desempleo y a la vez a mutaciones profundas en la composición misma de la clase obrera. Otro rasgo de este proceso es el descenso en la afiliación a las trade unions (sindicatos), que han perdido tres millones de afiliados desde 1970.Aun en el congreso de Blackpool de 1985, el ala moderada se encontraba a la defensiva; y algunos sindicatos, los más conciliadores, estuvieron a punto de ser expulsados por haber aceptado que las huelgas fuesen decididas, no por los comités ejecutivos, sino por el voto secreto de los afiliados. El congreso de 1986 ha sido claramente el triunfo de las tendencias moderadas, prácticamente en todos los temas abordados, y el retroceso palpable de las posiciones extremistas. Con escasa oposición, se ha aprobado en Brighton como regla general que las huelgas se decidan por votación; es decir, lo que el año pasado era considerado como delito merecedor de expulsión.

Este cambio de atmósfera ha permitido al líder del Partido Laborista, Neil Kinnock, obtener en el congreso un éxito rotundo, casi total, al presentar su programa de gobierno. Frente a la tesis clasista de los extremistas -"la Thatcher ha gobernado a favor de los ricos, los laboristas deberán gobernar a favor de los obreros"-, Kinnock ha dicho que el consenso será la clave de su política cuando sea primer ministro. El futuro Gobierno laborista deberá lograr el consenso de todos los sectores de la sociedad, en concreto de los empresarios y de los sindicatos, para sacar al Reino Unido del hoyo, colocando el desempleo como problema prioritario de la recuperación económica.

No cabe duda de que este apoyo que Kinnock ha recibido del congreso de Brighton, incluido el silencio de los sectores más radicales, refuerza las perspectivas del Partido Laborista ante las próximas elecciones, cuya fecha aún no se conoce, aunque parece probable que Margaret Thatcher deberá convocarlas en 1987. Los sondeos colocan al Partido Laborista en primer lugar; y el hecho de que, por primera vez, el líder laborista haya logrado convencer al Trade Union Congress de que apoye su política realista es una baza importante, incluso ante las capas medias de la población británica. El temor tradicional de esas capas medias es que la llegada de los laboristas al poder signifique "la dictadura" de los sindicatos. En ese orden, el congreso de Brighton ha reflejado una innovación importante: a diferencia del proceso histórico en otros países europeos, en el Reino Unido el partido político fue creado por los sindicatos; y éstos están integrados en la estructura del partido, en el que han tenido siempre un peso casi decisivo. Hoy, el debilitamiento de los sindicatos les obliga a rebajar sus ambiciones políticas; ya no pueden derribar gobiernos, y la esperanza de recuperar un mayor peso en la vida social depende en gran medida de que el Partido Laborista gane las elecciones.

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Contrastando esta experiencia del Reino Unido con la evolución en el movimiento obrero alemán occidental, pueden observarse algunos fenómenos que afectan a las fuerzas progresistas europeas. El rasgo típico del sector radical derrotado en el Reino Unido es su intento de conservar las ideas y métodos de una concepción clasista de la lucha social. Ese sector demostró, sobre todo en la huelga minera, una gran combatividad, pero a la vez una incapacidad de asumir nuevos fenómenos que desbordan al movimiento obrero y movilizan a sectores amplísimos, sobre todo a la juventud. En Alemania Occidental, en cambio, las tendencias de izquierda que están en auge en el seno del SPD, como se ha demostrado en el reciente congreso de Nuremberg, se caracterizan por su apertura hacia una problemática ecológica y pacifista, más acorde con los postulados que tiñen hoy al progresismo.

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