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Contra la prosa asiática

Desde luego, yo no sé qué puede tener de particularmente asiático la prosa que Oscar Wilde denominó así (como recordamos en el anterior artículo), cuando escribió sobre el caso que fue famoso de¡ escritor, pintor y envenenador Thomas Griffalis Wainewright, de quien Wilde cuenta, por ejemplo, que cuando un amigo le reprochó el asesinato de Helen Abercrombie, se encogió de hombros y dijo sencillamente: "Sí, fue espantoso, pero tenía untos tobillos muy gruesos". ¡Prosa asiátical. Para Wilde, como dijimos, se hace prosa asiática cuando se tiene "un estilo tan admirable que disimula el tema". En aquel artículo no barruntaba yo nuevos discursos sobre el viejo tema de las relaciones entre el fondo y la forma: problema nada resuelto porque se postule abstractamente una unidad dialéctica entre lo uno y lo otro. ¡Ay! Sigue habiendo en la obra una instancia que esel estilo -y los críticos seguirán hablando del estilo de este o aquel autor- y otra que: sena elfiondo de la obra: lo, que Lukacs -que postulaba esa unidad dialéctica entre lo uno y lo otro- llamó la "visión del mundo" subyacente en la obra y que estimó un aspecto determinante de ella, incluso desde el punto de vista propiamente artístico, hasta el punto de considerar con rechazo a escritores como Kafka o Beckett, en función ni más ni menos que de sus contenidos ideológicos: la unidad dialéctica postulada arrastra, con lógica implacable, el conjunto de la obra. En el límite es aquella opinión jesuítica a lo padre Ladrón de: Guevara: malas ideas, mala obra, etcétera. Poco afortunadas aproximaciones a la literatura pueden hacerse por esos caminos.¿Qué se dice cuando se habla del fondo de una obra de arte? Cuando yo empezaba en el teatro y en la literatura -o sea, hace más de 40 años- era muy frecuente que los críticos hablaran del mensaje contenido en las obras o de la ausencia de tal, mensaje; y también era ya corriente la pregunta que luego muchas veces he oído: "¿qué ha querido usted decir con su obra?". "¿Que qué he querido decir?", respondía uno. "Pues he querido decir precisamente esto (la obra)". En cuanto a lo del mensaje, era evidente la confusión entre una obra de arte, literaria o dramática en mi caso, y un sistema de comunicaciones.

La manera de escribir y lo que se dice o lo que se cuenta, ahí está todo el intríngulis de la cuestión, y lo que ahora se diga será una repetición, que a su vez habrá que repetir (yo lo haré en alguna ocasión más seguramente, antes de palmarla definitivamente) en los tiempos inmediata y también mediatamente futuros. Pero así van las cosas, hasta el punto de que muchas veces la imagen que trata de imponerse es la de unos burritos -que seríamos nosotros- girando alrededor de un pozo para extraer, un agua que siempre es aproximadamente la misma. Agua que se derrama y desaparece, pues sus huellas quedan en libros que quedan en desuso y que, en definitiva, nadie lee; de manera que hay que volver, volver, y siempre darle vueltas al mismo asunto. La idea del progreso intelectual queda bastante dañada en estas experiencias, bien es verdad.

Lo que se dice -cuando se trata de expresar unas ideas o unos sentimientos- y lo que se cuenta -cuando narramos lo que ha sucedido o imaginamos como sucedido (ficción)- ha de relacionarse de un modo u otro con la manera de decirlo o de contarlo; y eso es todo. Las respuestas pueden ser asiáticas, pero también otras. Refiriéndonos sólo a la ficción, el problema de las ideas contenidas, en el relato es secundario, de manera que la prosa asiática lo que hace no es tanto disimular el tema como oscurecer y hacer inasequible la historia, la trama que se cuenta, el relato que se hace al lector, el cuento que queda oculto bajo un monte de prosa más o menos compleja y estupenda.

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"Hiperliteratura" dije yo alguna vez de esta manera di contar, que puede ser, en cierto modo, la de Valle Inclán, a través de cuya prosa hay que ir descubriendo los personajes y los sucesos: la prosa se interpone - a la par que narra y, en fin, a esto creo que puede llamarse hiperliteratura. Muchos escritores latinoamericanos, y muchos de los más admirados y hasta imitados por narradores castellanos y andaluces que han querido, en los últimos años, fardar de grandes escritores -tan grandes y dotados como aquellos- se cuentan entre estos narradores en los que cuenta más de la cuenta la manera de contar, hasta el punto de que a veces hay que seguir entre marañas de prosa el hilo de la historia que, al parecer, el escritor quería contamos. ¿O lo que quería contamos era su manera de escribir?

En el otro plano -al otro lado de- lo que hemos llamado hiperliteratura- tenemos en la literatura castellana un extraordinario modelo: Baroja. ¡Qué curioso! Para hablar con alguna propiedad de lo que ha pasado en la. narrativa castellana hay que acudir, y por cierto con mucho gusto, a un escritor gallego y a otro vasco. También, sí se continúa buscando modelos y se trata de hallar una línea lejana tanto de la hiperliteratura valleinclanesca como de la hipoliteratura -¡altamente novelesca!- barojiana, nos encontraremos... a un valericiano, Azorín. Tal es la literatura escrita en castellano, que muchos de los grandes maestros nacieron extramuros de "esta tierra de garbanzos", como solía decirse. Pero, yendo a lo que íbamos, resulta-que-parece-que se puede soñar, por lo menos soñarlo, en un óptimo narrativo en el cual se produjera un equilibrio entre el contenido narrativo y la manera de hacer la narración: ni el monte pelado de Baroja ni las frondas -¿decimos lujuriantes?- de la prosa asiática que, por cierto, suele ser latinoamericana. Pero, de tener que quedarse con algo, si de lo que se trata es de leer un a novela, yo me quedo con Baroja, a la par que despido suaves bostezos mientras leo, a veces golosamente, es verdad, los pasajes del Tirano Banderas, por poner un ejemplo. ¿Dice esto algo contra el estilo? Ni mucho menos, porque el fondo es una cuesticón de forma, a fin de cuentas: llamemos fondo al contenido narrativo y digamos que todas las profundidades del Quijote residen en la manera en que la obra está escrita.La misma historia contada de otro modo es otra obra, seguramente peor. ¡Es que entonces ya no sería la misma historía! De acuerdo, de acuerdo: por ahí lía la cosa. Por ahí iría una certera comprensión de eso que se dice y generalmente no se comprende: que se da una unidad dialéctica entre una y otra instancia, pues el fondo es una cuestión de forma y -viceversa. ¡Esa es la clave, voto a tal!

Yo he apostado alguna vez en mi fuero interno, pensando en la novela, por una ecuación ideale imaginaria en uno de cuyos términos estaría el número de pala.bras que la novela contiene, y ein el otro un miembro complejo, entre cuyos factores tendría que, darse también la debida proporción (a gusto del consurriídor de la novela, digámosle, así), que contendría la descripción de paisajes, ciudades o pueblos y personajes, y la narración de los hechos novelescos. Cuando todo este cuadro resplandece, he aquí una gran novela. Cuando la prosa no te deja ver el bosque y sus habitantes, estamos ante un tocho de prosa que puede ser estupendo para los amantes de la súitaxis y las metáforas, pero que a los sencillos lectores de cuentos no suele interesarnos demasiado. Lo mejor que puede hacer el lenguaje es conseguirse invisible: revelar el cuento. ¡He ahí el gran triunfo del lenguaje cuando lo usa un gran narrador: desaparecer y dejarnos, vivita y coleando, la historia y sus ¡mi licaciones existenciales y sociales! En el teatro sabemos muy bieri que la mejor puesta en escena. es aquella que no se nota. Pues algo así, algo así.

Todo lo dicho lo ha sido sobre el lenguaje del narrador, y no afecta para nada al habla de los personajes, cuyos encantos forman, sin duda, una parte sustancial del relato. ¡Que hablen los personajes todo lo que quieran y como quieran si son habladores! ¡Esas hablas forman parte esencial del contenido narrativo! Es; el novelista, en su relato, el que tiene que dejarse de las gaitas de su lucimiento prosista, pues la prosa es, ciertamente, cuando se hipertrofia y prolifera y se olvida de la narración, un enemigo mortal de la novela, aunque tantos papanatas se queden. con la boca abierta ante la prosa asiática con la que tantas veces escritores sin talento narrativo ocialtan la precariedad de sus míseras fabulaciones.

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