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Varicela

Es bastante probable que la historia de las civilizaciones pueda llegar a abordarse a partir de la peripecia de las modas. Pero por la misma dialéctica surgen de cuando en cuando fenómenos de moda que señalan lo más ominoso de una época, cuestionan el juicio de sus pobladores y suspenden, temporalmente, toda esperanza sobre la solidez de¡ porvenir. Me estoy refiriendo, claro está, a este suceso de la invasión de lunares. Hechos de esta índole tienden a provocar un trastorno tan profundo en el cuerpo social que hacen tambalear las bases del sistema cultural supuestamente común y, en consecuencia, hacen pensar si valdría la pena hacer algo noble por una existencia atiborrada de mujeres vestidas de lunares.El lunar parece eximio. No hay voluptuosidad más indiscutida que el deleite del lunar. Ningún tópico femenino se ha empleado tanto en obviedad y, sin embargo, al cabo de su usura resucita como reclamo. Con todo, el lunar es, por esencia, lo que menos permite la masificación. Ha de ser único o poco. De este modo despierta el encanto o la mentira. La simulación o el disimulo. Suministrado a miles, en cambio, el lunar pasa de su gracia a la desgracia. En singular o a cortas dosis el lunar evoca una identidad y su astrología. Pero echado a granel es inexorablemente una plaga y, al fin, cualquier clase de enfermedad dermatológica asociada a la epidemia. No seguiré. Entiendo que la mayor parte de las señoras han sido inducidas a esta moda con una llamada a lo más íntimo de ellas mismas. Raro es encontrar una mujer que no vea en el lunar alguna suspicacia típicamente femenina. Hasta ahí hay equilibrio y complicidad. La catástrofe, no obstante, sobreviene cuando ese punto cómplice y secreto se derrama en la muchedumbre de lunares y la mujer aparece con la grotesca arrogancia de todas las otras. Tras ello, el encanto del lunar se desintegra y en su lugar sólo existe la urticaria. No entiendo bien cómo las chicas han podido caer en este ortigal, pero de tales desmayos se nutre la, decadencia. El único consuelo es que el horror de estos días aleccione para siempre a la memoria sobre la deplorable estética de la varicela.

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