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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El año de las municipales

ACABAMOS DE salir de las generales, apenas repuestos del referéndum sobre la OTAN, y ya tenemos encima las municipales. El vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, ha adelantado la fecha del 7 de junio como la más probable para los nuevos comicios locales, que se harán coincidir -excepto en Cataluña, Euskadi, Galicia y Andalucía- con las elecciones autonómicas. Con posterioridad a la desaparición de Franco se han celebrado tres referendos generales, varios autonómicos, cuatro elecciones legislativas, una o dos, según los casos, elecciones autonómicas, dos municipales, otras tantas a juntas en los territorios forales. Se pierde la cuenta. El elevado coste económico de las campañas, la incidencia perturbadora que éstas tienen en el normal funcionamiento de la Administración y el peligro de provocar la saciedad del electorado son los principales argumentos que han sido esgrimidos en favor de una simplificación del calendario electoral, concentrando en las mismas fechas varias convocatorias. Así se hicieron coincidir la mayoría de las autonómicas con las municipales en 1983, y las andaluzas con las generales el pasado 22 de junio.Sea como fuere, en el marco del sistema democrático representativo la existencia de elecciones sigue siendo la principal garantía contra los abusos del poder y el cauce privilegiado de participación popular. La proximidad de unas nuevas elecciones, contempladas como una oportunidad de desquite, actúa como bálsamo para los perdedores de las anteriores, conteniendo la tentación de abandonar que suele aquejar a los aspirantes fracasados y a sus seguidores. Algo de esto se ha visto en nuestro país tras la derrota de los conservadores el 22 de junio y la posterior crisis provocada por el abandono de los democristianos de la coalición encabezada por Manuel Fraga: la frontera del 7 de junio es oteada como la oportunidad de una revancha, y el ejemplo de Chirac en Francia es evocado con esperanza por la derecha española.

Así, aunque todavía falta casi un año para las municipales, los estrategas de Coalición Popular han comenzado ya a echar cuentas y a maniobrar internamente para tomar posiciones de cara a esa especie de primera vuelta electoral que supone la designación de candidatos. La ya casi segura designación de Fraga como candidato a la alcaldía de la capital se interpreta como el inicio de la escalada hacia la presidencia del Gobierno por una escalera lateral ya ensayada, con éxito, al norte de los Pirineos. Lo exiguo -apenas 20.000 votos- de la ventaja obtenida por el PSOE en Madrid el pasado 22 de Junio más el hecho de que los socialistas no cuentan ya con un candidato como el fallecido Enrique Tierno Galván, capaz de aglutinar con su carisma personal muchos votos de personas no necesariamente identificadas con el programa y el ideario socialista, son factores que alimentan la esperanza conservadora. En contra de esas expectativas juega la ruptura de Coalición Popular, provocada por la fuga de Alzaga y la dificultades de Fraga para captar votos de quienes no estén previamente convencidos.

En Barcelona no se juega tan sólo la alcaldía de la ciudad, sino la hegemonía sobre la sociedad catalana. Efectivamente, si Convergencia i Unió vence en las municipales, su poder en Cataluña se verá redoblado. Pero, no menos importante, se juega en Barcelona el camino ya tanteado de una alternativa antisocialista con hegemonía de centro que sirviera como modelo para toda España. Los nacionalistas de Pujol se han inclinado por la candidatura de Josep Maria Cullell, actual consejero de Economía de la Generalitat. También en la Ciudad Condal la diferencia obtenida el 22 de junio por los socialistas respecto a la segunda fuerza, Convergencia i Unió, fue muy reducida, apenas un punto en el porcentaje. Por ello es posible que resulte decisivo en el resultado final el éxito o fracaso de las gestiones encaminadas a la designación de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos de 1992.

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También en la principal ciudad del País Vasco, Bilbao, los resultados fueron muy apretados el 22 J (ventaja de 1,4 puntos del PNV respecto al PSOE). Para conservar la alcaldía, el PNV podría verse obligado nuevamente a pactar con la derecha, como ya lo hiciera hace cuatro años. Pero basta recordar que fueron esos pactos los desencadenantes indirectos de la ruptura del partido en Navarra, causa a su vez de la crisis que todavía hoy divide dramáticamente al nacionalismo moderado, para comprender los riesgos que podrían derivarse de esa iniciativa.

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