Los países occidentales aplazan a septiembre la baja coordinada de tipos de interés
La decisión del Bundesbank y del banco central japonés en esta semana de mantener inalterables sus tipos de interés, pese a las insistentes presiones de Washington para su reducción, no ha hecho más que aplazar al mes de septiembre algo que los expertos consideran inevitable: un acuerdo a tres bandas (Bonn, Tokio y Washington) para reducir de forma coordinada los tipos de interés, cuyo objetivo prioritario sería estimular la semiparalizada economía occidental. Europa y Japón parecen esperar a que la Administración Reagan se comprometa a frenar la caída del dólar antes de abrazar una política de reactivación que tuvo consecuencias inflacionistas en 1979.
La polémica surgida estos días entre ambas partes del Atlántico sobre la necesidad de adoptar medidas adicionales para estimular la economía -o para cumplir los acuerdos de la. cumbre occidental de Tokio- no es más que un reflejo de la enorme preocupación que se ha apoderado de los responsables económicos de Washington sobre la marcha de su propia economía. La Administración de Reagan ha rebajado la semana pasada sus previsiones de crecimiento para este año, limitándolas al 3,2% frente al 4% originalmente previsto, lo que ha hecho que se vuelva a mirar hacia Europa para que ésta tome el relevo en el proceso de reactivación.La preocupación norteamericana se ha traducido en intensas presiones sobre Bonn y Tokio para que cumplan los acuerdos de la cumbre, pongan en marcha el proceso de reducción de tipos de interés, que, a su juicio, serviría para estimular el crecimiento. El punto culminante de estas presiones fue el viaje que realizó a Francfort, el fin de semana pasado, el presidente del Sistema Federal de la Reserva (FED), Paul Volcker, quien insistió ante su colega del Bundesbank, Karl Otto Poehl, en la necesidad de hacer algo para acabar con la atonía que, pese a la caída de los precios del petróleo, experimenta la economía mundial.
Reacción irritada
Tanto Bonn como Tokio han reaccionado de una manera irritada. Los órganos rectores de sus bancos centrales, reunidos el miércoles y el jueves, cerraron la puerta a cualquier decisión inmediata sobre los tipos, ya rebajados el pasado marzo, sin que las reducciones hayan servido, en opinión de europeos y japoneses, para mucho. Sus economías mantienen una tendencia de atonía que ha anulado muchas de las expectativas de crecimiento que la baja de los costes energéticos hacía presumir a principios de año.
El ministro de Economía del Gobierno alemán, Martín Bangerman, reiteró el pasado jueves que la RFA conseguirá alcanzar la tasa de crecimiento, marcada a principios de año, del 3%, pese a las indicaciones de que en algunos meses esta tasa se ha mantenido cercana al cero. La tesis alemana es que Bonn conseguirá este objetivo gracias al crecimiento de la demanda interna (un 4,5% en lo que va de año), pese a que el sector exterior, importantísimo en economía alemana, se ha mantenido por debajo del 1% previsto.
Con estos datos en la mano, que complementan las estadísticas sobre la evolución monetaria desde marzo y que presentan una desviación importante al alza de los objetivos del Bundesbank (7%, frente a un máximo del 5,5%), el Gobierno alemán ha dejado bien claro que si Washington quiere reactivación, tendrá que colaborar en el esfuerzo. Para ello, la Administración de Reagan debe detener la caída del dólar (más de un 35% en el último año) y permitir así que el sector exportador europeo sirva de auténtica locomotora.
Washington, sin embargo, se ha resistido a ello. Y tiene motivo para ello. Su déficit comercial exterior puede rondar los 185.000 millones de dólares, argurmentando que la depreciación del dólar, en marcha desde hace un año, no le ha servido para mucho en su objetivo de frenarlo. Más o menos Washington ha venido a decir a los europeos que el dólar no ha caído aún lo suficiente o que, por lo menos, debe mantenerse en el actual nivel durante algún tiempo más. El objetivo norteamericano es invertir, fundamentalmente con Japón la actual tendencia del comercio exterior, muy favorable para Tokio y los países europeos.
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