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Carta a Luis Rosales

En la inauguración del mirador serrano que llevará su nombre

Querido Luis, hermano Luis: Inagotable mina de humanidad es nuestro Don Quijote; inagotable, sobre todo, si el minero eres tú. A ella has vuelto estos días. Y como atrio de tu glosa a lo que Don Quijote vio en la cueva de Montesinos, más aún, como clave secreta ¿le lo que fue su mirada a lo largo de su vida de caballero andante, has escrito estas luminosas palabras: "Su corazón siempre es creyente... Lo que siente su corazón es lo que ven sus ojos. Mira para creer". Con lo cual, Luis, has sacado a luz uno de los más esenciales nervios de la mirada humana; porque en el fondo, por muy avisados, auto suficientes y críticos que creamos ser, todos miramos para creer, todos, mirando las cosas y los hombres, nos sentimos indigentes de realidad y seguridad ante lo que vemos. Aunque nuestra mirada. no tenga el inmenso poder transfigurador que tuvo la de Don Quijote.Tus amigos de Cercedilla han tenido la idea feliz de dar tu nombre a un mirador de la sierra madrileña; por tanto, a un lugar destinado a mirar lo que se ve. Todos cuantos en él se instalen verán lo mismo: cimas rocosas que se visten de nieve o que la añoran, laderas en que el verde grave del pino y, el verde alegre de la grama se combinan a ras de tierra con el áspero ocre de la gleba castellana y, si la estación es propicia, con el tímido morado del cantueso y el espliego. Todos -verán lo mismo. Pero, viendo lo mismo, ¿qué mirarán y qué creerán -o querrán creer-cuando sus ojos busquen reposo en lo que están viendo?

Déjame, Luis, que responda a esa pregunta adivinando -tratando de adivinar- lo que tú mirarás y creerás cuando, sentándote bajo tu propio nombre, sientas que tu persona vive y se actualiza en el mirador que Cercedilla te ha dedicado.

¿Recuerdas el título del soneto con que comentaste el paisaje de Benjamín Palencia que desde hace más de 30 años es gala de mi casa? Castellana también, abulense, es la tierra que en él resplandece. Tú la miraste y remiraste hasta que de la mirada nació el portuno sentinúento, y a este sentimiento diste luego medida y hermosa expresión poética bajo el epígrafe Historia de una sed.

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Historia de una sed: la sed oculta o manifiesta, la sed nunca saciada, que hasta cuando más verdea, hasta cuando se hace bosque y prado en los valles de la cornisa cántabra, es la tierra de nuestra patria, desde que como tierra de España se hizo historia; sed que se hace más viva y patente, si como español uno los mira, ante los llanos y las sierras de este centro de nuestro suelo y nuestra historia que llamamos Castilla.

Sed, ¿de qué? ¿De qué tiene sed en su alma quien como español mira la tierra de España? ¿Qué sed sentías tú, Luis, ante las cimas y las laderas que había pintado Benjamín Palencia, y sentirás, estoy seguro, cuantas veces visites el mirador de tu nombre, y en silencio contemples lo que desde él se ve? Si, como nuestro Don Quijote, miras para creer, para apoyar y enriquecer tu existencia en la realidad de lo que estás viendo, ¿cuál será entonces la creencia que tu corazón persiga, de qué fuente habrán de venir las aguas que, si no sacian tu menester, lo alivien al menos?

Español de este tiempo eres, digno heredero y continuador, como poeta y como hombre, de los mejores españoles que a lo largo de nuestro siglo han sentido en sí mismos la sed de la tierra y la historia de España. Y siendo tú así, tu sed, la tuya, este anhelo tendrá como nervio: la edificación de una vida española cuya más secreta clave sea la afirmación y la ejecución de la dignidad del hombre, el ejercicio de un vivir colectivo en el cual el grande como grande, el menudo como menudo, todos digan de continuo con sus palabras y sus obras, sobrepasando el tópico dicho de Terencio: "Hombre soy, y nada hay en mí que no afirme y ejecute la dignidad de serlo". Dignidad hecha poema en el poeta, teoría en el filósofo, desvelo por la justicia en el político, estimación humana de la ciencia y la técnica en el científico y el técnico, elegancia en la escasez en el menesteroso. Si no me engaño, y lo que sé de ti me da la seguridad de no engañarme, éste será el nervio de tu sed, Luis, y esto querrás creer -esto creerás- cuando a tus solas mires y remires la porción de tierra española que tu mirador ofrece.

Sí, esto creerás, además de querer creerlo. Lo creerás, porque entre los amigos que te rodean verás que perdura y brilla ese modo de ser hombre. En un castellano que, siendo mío-y prosaico, no vale su poético alemán, más de una vez he traducido así. los versos con que Schiller canta, el gozo de la vida en amistad: "Aquel a quien haya tocado el, premio gordo de ser amigo de un amigo, ése... que se una a nuestro júbilo". Mirando a muchos puedes decirlo tú, porque, sembrando amistad con tus versos, tus prosas y tu conducta, mucha amistad has cosechado. Y muchos podemos decirlo, por nuestra parte, teniéndote a ti como amigo.

Uniéndose a ti en amistad, porque de su amistad, y no sólo de su bien justificada admiración por ti, ha nacido la idea de dar tu nombre a ese mirador serrano, tus amigos de Cercedilla e islas adyacentes -incluida entre ellas la que solemos llamar Madrid están conviviendo tu sed y, con su realidad y su compañía, aliviándola, casi saciándola. Nadie podrá quitar de la vida la mezquindad, la torpeza, el mal y el dolor; siempre, por tanto, será y deberá ser la vida, donde quiera que se realice, la historia de una sed. Es cierto. Pero también lo es que, cuando bien se la mira, cuando se la mira como tú miras y mirarás el trozo de España que ofrece tu mirador, algo o mucho de ella, como en el caso de Don Quijote en la cueva de Montesinos o ante la moza de El Toboso que ahechaba trigo en las eras de su aldea, algo o mucho de ella nos permitirá siempre que el mirar sea creer. "Lo que siente su corazón es lo que ven sus ojos", has dicho tú del noble y esforzado caballero. A lo cual replico yo, Luis, imaginándote huésped sensible y meditabundo del mirador que publica tu nombre: "Que tus ojos vean siempre, cuando miren, lo que siente tu corazón".

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