La dimension bolivariana en la democracia latinoamericana
Los que hemos nacido en el vasto espacio americano comprendido entre el Río Grande y la Tierra del Fuego estamos acostumbrados a que desde nuestra infancia se nos hable del "sueño de Bolívar", aludiendo a la unidad latinoamericana como una utopía romántica e inalcanzable, como el de un ideal brumoso y lejano, apropiado para tenerlo a mano más como recurso literario que como una tarea a cumplir, como una empresa destinada a hacerse algún día realidad.Pero he aquí que la vida, la historia, la lucha de nuestros pueblos por alcanzar su pleno desarrollo y emancipación han ido colocando a la orden del día la faena de emprender la integración de nuestra América en los planos económico y político, en la mira de ir haciendo emerger una nueva entidad, una patria grande latinoamericana en la que se insurnan y fundan progresivarnente las actuales patrias pequeñas que el mismo Bolívar calificó como los Estados Desunidos del Sur.
La unidad latinoamericana ha ido dejando poco a poco de ser un sueño, se va insinuando en la práctica. Como que nos acercamos sin darnos cuenta, corno que ese ideal fuera descendiendo del cielo a la tierra y fuera asumiendo ya contornos visibles, aunque aún indefinidos.
Este decenio de los años ochenta ha estado signado en nuestro continente por el avance de la democracia en todas sus latitudes, por la explosiva y conflictiva situación centroamericana, por nuestro gigantesco endeudamiento externo imposible de cancelar en los términos convenidos y por el fracaso y obsolescencia del llamado sistema interamericano, institucionalizado en la OEA, puesto de manifiesto en la guerra de las Malvinas. Estamos ubicados en un nuevo escenario histórico, en el que ninguno de los grandes desafilos que se nos presentan puede ser enfrentado con éxito por cada país latinoamericano aisladamente, por grande que sea, como México, Brasil o Argentina.
Manteniendo por inercia el actual desmembramiento latinoamericano, no hay solución ni para nuestros problemas económicos ni para los políticos que de aquéllos derivan. Desde luego -y no es lo único- porque con el enfoque parroquial de las patrias chicas, estamos ya siendo privados en el hecho de nuestra soberanía. Se produce el abandono de hecho de nuestra propia soberanía cuando el nivel de precios y salarios, la magnitud del gasto público, el mayor o menor proteccionismo a la industria nacional, el tipo de cambio, etcétera, no son determinados por nuestros propios pueblos y Gobiernos, sino que nos son ¡mpuestos por el Fondo Monetario Internacional. En el hecho, quien manda y decide cuánto gastamos, en qué gastamos, cuánto importamos y cuánto exportamos y cómo repartimos los frutos del excedente económico, es un poder ajeno a nosotros, que naturalmente vela por sus propios intereses y no por los nuestros.
Todo esto significa que el Estado nacional en América Latina, tal como emergió después de la Independencia, ha entrado en la etapa de su definitivo colapso. Colapso que simplemente hace no viable a este tipo de Estados en las actuales circunstancias económicas y políticas internacionales. Podrán continuar subsistiendo sus emblemas patrios, sus banderas, sus himnos y sus ejércitos, pero detrás de toda esa fanfarria no habrá efectivamente soberanía, atributo por excelencia del Estado, y sin la cual éste carece de sustancia y realidad.
El impulso hacia el concierto, la integración y la unidad latinoamericanas no es, pues, ahora una aspiración romántica, sino una exigencia imperiosa de la realidad, una condición para la subsistencia en América Latina de la institución estatal, la que, en términos de futuro, debe asumir en una u otra forma una dimensión continental.
El camino en esa dirección integrativa puede adoptar disímiles y muy diversas trayectorias. Todas ellas llenas de obstáculos y tropiezos. Pero la vida y la experiencia van a ir escogiendo aquello que sea lo más posible y lo más variable.
Estamos avanzando
Y sin quererlo, en esa dirección estamos insensiblemente avanzando. Ahí está la iniciativa de Conta dora, primer ensayo para que los problemas latinoamericanos sean resueltos por los propios latino americanos. Ahí está el SELA como embrión en la forja de em presas y proyectos comunes. Ahí están los intentos de integración económica subregional como el Pacto Andino y el Acuerdo Común Centroarnericano, que, aun que deteriorados, subsisten y sólo reclaman de una nueva voluntad política para profundizarse y desarrollarse en un nivel superior. Ahí están el Consenso de Cartagena y los que luego lo siguieron, tímidos todavía, pero que son el germen para hacer frente, en común, al problema del endeudamiento. Ahí está la idea que ya ha surgido y que prende y madura, de sustituir la OEA por una entidad representativa de los intereses conjuntos latinoamericanos. Ahí está el debate en común de problemas comunes, como los llevados a cabo en La Habana, por iniciativa de Cuba, a mediados del año pasado, para abordar el problema de la deuda externa. Ahí están los encuentros de fuerzas políticas democráticas de todo el subcontinente, cubriendo el más amplio espectro posible, como el realizado en Managua en febrero de este año para defender en común el principio de la no intervención norteamericana en Centroamérica.
No será esto mucho, pero es algo, el comienzo. Estamos haciendo camino al andar. Lo importante es que no nos detengamos. Que las ideas se irán haciendo más y más claras en la medida en que nos aventuremos más y más por la senda que iremos construyendo.
Con voluntad, imaginación y audacia, atemperadas por el realismo y la prudencia, podremos ingresar los latinoamericanos en el próximo siglo; si no ya unidos integralmente como lo soñó Bolívar, por lo menos comprometidos firmemente en un proceso de articulación interlatinoamericano en pleno desarollo, que pueda garantizar la perennidad y la contribución al futuro de la humanidad de esa América nuestra "que aún reza a Jesucristo y habla el español".
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